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A las 05:10 horas de un 20 de octubre del 2000 , la alerta del cuartel de bomberos anunció una tragedia ocurrida en la discoteca Lobohombo.
Aquella madrugada, el predio que actualmente alberga la estación de bomberos Ave Fénix, se convirtió en una hoguera en la que 23 personas murieron calcinadas.
Era viernes y aunque ya casi amanecía, los muros decorados como selva de poliuretano escondían el retumbar de la música tropical del grupo Oro Líquido.
Y es que, además de silenciar el alto volumen de la música, la decoración hecha con el material inflamable ocultaba las horas extras en las que operaba el local sobre avenida Insurgentes , en la colonia San Rafael.
En esas dos horas de más, uno de los tubos que conectaban los aparatos de audio sobrecalentó y provocó el incendio con mayor número de víctimas en la Ciudad de México. Así lo recuerdan los bomberos que acudieron al Lobohombo.
Uno de los primeros en llegar al número 50 de avenida Insurgentes Centro fue el comandante José Méndez, quien aún escucha los gritos de la gente que, desde afuera, pedía auxilio para las personas que habían sido encerradas en la discoteca.
Detrás de la puerta principal, las víctimas habían dejado de gritar, después de que los empleados del Lobohombo colocaran candados para evitar que los clientes salieran sin pagar sus cuentas.
El bombero José Méndez también recuerda el golpe insistente del conductor de una camioneta que estrellaba su vehículo contra la puerta de emergencia del Lobohombo, para tratar de derribarla.
No era posible que las embestidas de la camioneta lograran derribar el cerrojo atado con un candado de tela.
Y es que detrás de esa puerta de emergencia, cientos de sillas apiladas y mesas replegadas, obstaculizaban la salida urgente.
Foto: Archivo
Al rescate
Con pico en mano, los bomberos lograron abrir boquetes en los muros para liberar a las víctimas. El rayo de la luz de sus camiones bombas servía de guía para quienes consiguieron salir por los agujeros.
Eran cuerpos derretidos, sin piel, sin rostro y que caminaban sin rumbo en busca de ayuda.
Ellos, los 30 heridos, se dirigían hacia la luz de la calle, donde fueron recibidos por desconocidos que, ante la falta de ambulancias, se ofrecían a llevarlos a hospitales por sus propios medios.
Pero para los bomberos no había salida. El primer comandante en llegar, César Muñiz, también acudió a la emergencia.
Recuerda que era imposible entrar a la zona calcinada porque una nube de humo ardiente lo dejaba inmóvil. Los mil grados centígrados del fuego que consumió al Lobohombo, secaba el agua con la que él se cubría el cuerpo.
Esa nube densa tampoco dejaba ver los cadáveres calcinados que yacían en el piso que los bomberos y sobrevivientes pisaban cuando buscaban la forma de salir.
Rafael Montoya es otro de los más de 50 bomberos que combatió el calor mortal en el Lobohombo. Legó en el momento en que los clientes se lanzaban desesperados de las ventanas del segundo piso a la calle. El fuego carbonizó el segundo piso de la zona VIP, la pista de baile, el escenario y los pilares eléctricos que emergían del piso con bailarinas que amenizaban en el escenario a los grupos de música.
A las 11:00 horas, los bomberos terminaron de remover los escombros entre los restos del Lobohombo.
En el baño encontraron una fila de cadáveres de hombres que, con sus cuerpos, trataron de proteger a las mujeres. La mayoría, dicen, eran empleados y bailarinas del lugar.
Las cenizas que cubrían los tres mil metros cuadrados del Lobohombo, hoy en día albergan la estación de bomberos Ave Fénix.
Foto: Hugo García / EL GRÁFICO
Fotos: Archivo / EL UNIVERSAL
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