Sin miedo a ser juzgada, confieso que llegué a este lugar gracias a una licuadora color azul llena de alcohol, chamoy y una cerveza jugando a San Antonio. Tal vez fue la nostalgia de mis épocas universitarias o a que el calor que azota la ciudad, demanda una bebida refrescante de tamaño colosal. Lo cierto es que me aventuré a Coyoacán un domingo por la tarde a un local de mariscos estilo Baja. California. Sur.
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El reloj apenas marca las 14 horas.. y no es de extrañar que las mesas están abarrotadas. Coyoacán sigue siendo uno de los barrios favoritos de la ciudad para dominguear. Pregúntenle a la Casa Azul, cuya fachada suele estar custodiada por decenas de visitantes. Pero regresemos a lo que nos atañe. Siguiendo las costumbres de higiene impuestas por el bicho, voy a lavar mis manos y me encuentro con una barra fría donde reposan filas cuasi perfectas de ostiones y almejas. Comienzo a salivar.
Tomo asiento al mismo tiempo que un músico callejero acomoda su pequeño amplificador en el suelo. Solo hay mesas banqueteras: los vendedores ambulantes, limosneros y artistas, van incluídos en la experiencia. Pregunto por aquella licuadora, me responden que está llena de margarita. Decido esperar y la intercambio por una cerveza coronada con chamoy y mariscos, pero: “todavía no la tenemos, no han llegado los vasos”, me dice el desalmado mesero quien sin saberlo me rompe el corazón.
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Pido una cerveza cuyo nombre hace alusión al Océano Pacífico y tampoco la tienen en existencia. Opto por la segunda que menciona y un par de tacos: uno de pescado estilo Baja y un gobernador de camarón con costra. Por una aparente falta de personal que orilla la camotiza del mesero – slang culinario que indica estar muy, pero muy ocupado– éste me sirve las cerveza como en estadio. Muerdo el primer taco, no le encuentro mucho sabor, así que lo atiborro de limón y salsa.
El segundo taco le da un gancho a mi apatía. Un cilindro de q ueso frito sobresale de la tortilla de harina y abraza los camarones. Por encima lo recubre una fórmula de ingredientes destinados a complacer: poro frito, cebollas encurtidas, aguacate y un toque de cilantro. Chulada. Por el puro antojo, pido otro igual. Vuelvo a mirar el menú, nada me convence, abro el Instagram y el chicharrón de carnitas me hace salivar. Lo pido sin éxito, pues ya no existe en el menú, “fue una especialidad”, me dice el mesero. Lo catafixio por la siempre cumplidora tostada de atún que termino sin bombo ni platillo.
Recuerdo la barra fría de la entrada y pido un par de almejas en ceviche, “solo tenemos pismo” advierte el encamotado mesero. Afirmo con la cabeza. Servidas en su concha, las almejas picadas se combinan con jitomate, pepino, cebolla morada y va cubiertas de aguacate y rábano. Les agrego unas gotas de salsa de botella, otras tantas de limón y un poco de sal pa que amarre. Remato con una tostada de ceviche de sierra que nuevamente tengo que aderezar con limón y salsa para levantar el sabor.
“Su barra de ostiones comprende las variedades: Sol Azul, San Quintín, León del Pacífico, Rincón Ballena y Kumiai”.
Mi corazón sigue roto, por lo que me olvido de aquella licuadora que tenía pensada “como postre”. Fui víctima del marketing. Me siento como si hubiera ido a Veracruz por un kilo de “batitortillas”. Ni hablar querido lector, gajes del oficio. Así es esto de las gelatinas y ésta ________ (complete la frase).
La Pingüina
Dirección: Av. México 25, Col. del Carmen, Coyoacán.
Horario: mar-dom 13:00 - 21:00 hrs.
Promedio: $450
Teléfono: 55 8936 9990
Instagram: @pinguina.mx
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