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Es común ver en las calles de México puestos ambulantes en los que, todas las mañanas, hay gente que adquiere la tradicional ‘guajolota’ : un tamal (ya sea de rajas, verde, mole o de dulce) que al entrar en un bolillo se convierte en este antojo que, cuando se acompaña con una bebida caliente (atole champurrado, chocolate o arroz con leche) se transforma en un ‘guajolocombo’.
Este combo es un desayuno rápido que encaja con el acelerado estilo de vida de la ciudad, ya que se prepara al momento y se entrega envuelto en un pedazo de papel estraza para “llevar” y degustar en el camino a las actividades diarias. A pesar de que es tradicional, no es recomendable incluirlo en la dieta diaria por su alto contenido de carbohidratos.
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Aunque los tamales son de consumo nacional, las guajolotas sólo se disfrutan en la capital y es sabido por los historiadores gastronómicos que este antojito tiene aproximadamente dos siglos de antigüedad; su origen exacto aún se desconoce pero su ubicación aproximada se le atribuye a Puebla o Hidalgo.
También se sabe que la ‘guajolota’ original era una torta rellena de enchiladas ya que es común acompañar este platillo con bolillo. Su nombre viene de la relación del relleno de tortilla con el alimento de maíz que se le daba en los ranchos a los guajolotes para ‘ponerlos en engorda’.
Es así que su sabor representa la fusión de culturas del nuevo y el viejo mundo, además de que demuestra cómo se puede poner en conjunto el maíz y el trigo.
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