¡Sin maíz no hay país! ¿Qué significa esta consigna que aparece en perfiles de activistas medioambientales mexicanos? El maíz transgénico es una realidad en México desde que el 20 de diciembre de 2024, el panel del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, falló en favor de Estados Unidos para comercializar maíz transgénico en el país, provocando un debate entre quienes velan por la biodiversidad del maíz nativo y quienes apoyan al capital estadounidense.

Sin embargo, el debate en torno a la utilización de este ingrediente modificado genéticamente viene desde los años noventa, cuando se firmó el TLC.

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El colectivo señala que para defender el maíz, la ley debe prohibir las siembras experimentales, piloto y comerciales de granos modificados. MARIO ARTURO MARTÍNEZ. EL UNIVERSAL
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Una planta humanizada

Se dice que el maíz es una planta humana, no solamente por el valor simbólico que se le ha dado, especialmente en Latinoamérica, donde distintas culturas mesoamericanas lo consideraban sagrado, como es el caso de los Mayas en Los hombres del maíz o los Aztecas que adoraban al menos cuatro dioses distintos para cada raza, sino porque, literalmente, la planta ha evolucionado junto a la mano humana.

En entrevista para EL UNIVERSAL, Amado Ramírez Leyva, economista agrícola y director de Identidad y Biodiversidad, una empresa que trabaja con comunidades originarias para promover el consumo de maíces e ingredientes nativos como chiles, insectos o frijoles del campo a la mesa, explica las claves para entender el debate del maíz:

“El teocintle es el ancestro del maíz, una especie parecida al pasto, que no tiene mazorca, solo una pequeña espiga como el trigo, sin olote y de semillas muy duras. De la domesticación, es decir, una relación entre teocintles y humanos y después de un proceso de más de 4 mil años, surge el maíz como lo conocemos, con un olote central y cubierto de la hoja de totomoxtle, que lo protege más, haciéndolo más blando”.

El teocintle, que en náhuatl significa “maíz del dios” todavía existe y se puede encontrar en el campo, en zonas del Estado de México, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Colima y, por supuesto, Oaxaca.

“[El teocintle] acompañó a todas las naciones originarias de lo que hoy es México pues, que el maíz surgiera, implicó la necesidad de que las personas se hicieran sedentarias, formaran aldeas y eventualmente naciones. El maíz se volvió como lo conocemos hasta que se encontró con el humano, y fueron evolucionando juntos. Como las personas, el maíz puede vivir en todo el planeta. Es una de las plantas más humanizadas, pues, aunque el teocintle podía vivir independientemente, el maíz requiere de ser plantado a mano de personas que socializan con ellos para poder sobrevivir”, explica.

Foto: especial
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El maíz de los años 90

“Lo mismo que pasó con las personas en La Conquista, pasó con el maíz, fueron desplazados”, sentencia Amado. Después de 300 años de colonia, los maíces crecieron en regiones apartadas de las colonias españolas, produciéndose por comunidades indígenas y pueblos originarios. Esto cambió entre 1940 y 1960 cuando inició la Revolución Verde.

“Esta revolución es el uso de la ciencia y tecnología, con métodos industriales, para la producción de alimentos, como si fueran mercancías mecánicas: se privilegia un tipo de maíz, de vaca, de jitomate, que produzcan mucho y a bajo costo. Esta tecnología fue liderada por Estados Unidos en México, iniciando con el maíz y el trigo”, explica Amado.

Se destacó por el aumento del volumen de producción, bajar el costo, hacerla más rápido y llegar a cada vez más centros de consumo. Mediante pesticidas, herbicidas y fertilizantes, este método industrial desarrolló los primeros maíces intervenidos en laboratorio, “los maíces mejorados”, una especie de maíz resultado de combinaciones entre distintas semillas más convenientes.

“Esta técnica fue el ejemplo para producir en masa todos los alimentos que hoy consumimos en masa como: animales, vegetales, terrestres, marinos y aéreos. Buscar el mejor producto, basado en esta idea, usando genética, química y mecánica agrícola”, comenta Ramírez. “La producción se volvió industrial”, añade.

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El peligro de lo transgénico

La primera planta genéticamente modificada fue el tabaco, en 1983. A partir de esta fecha y debido a que logró hacerse resistente a antibióticos, la expansión de la soya y el maíz genéticamente modificados dominó los últimos años de la década de los 90 en Estados Unidos, expandiéndose a todo el mundo debido al “éxito”.

En 2022, de acuerdo con Fundación Antama, 27 países cultivaron semillas modificadas genéticamente. Estados Unidos lideró el ranking con más de 74 millones de hectáreas sembradas, seguido por Brasil y Argentina.

“En México, no está permitido que se cultiven transgénicos. Solamente en campos experimentales muy específicos para investigación, pero sí está permitida la comercialización de Estados Unidos al país. El panel [del TLC] dijo que no se pueden prohibir los maíces transgénicos para el consumo, pero lo que intentamos es prohibir que se siembre en México”, detalla el agrónomo.

¿Realmente es peligroso sembrar maíz transgénico en México? Amado explica que debido a que la polinización de los maíces es cruzada y el polen del transgénico podría fecundar maíces nativos, produciendo un cambio genético: “afectarían la riqueza [genética] de maíces nativos”, como explica en un artículo el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt). Es decir, que el maíz transgénico pueda fecundar rápidamente a maíces nativos en el campo, implica que los genes de las variantes nativas, generación tras generación, pueden reducir sus capacidades de reproducción hasta extinguirse.

Aunque el maíz transgénico se prohíba para consumo humano, México ya ha estado consumiendo maíz genéticamente modificado desde hace décadas con las variantes mejoradas en producción industrial.

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¿Debemos exigir maíz nativo?

“La gente dice que no quiere comer transgénicos y la realidad es que estamos comiendo híbridos, producto de la Revolución Industrial, como los mejorados, que también tienen problemas: el exceso de químicos”, comenta Amado. La diferencia entre los maíces mejorados y transgénicos frente a los nativos es que estos últimos tienen nutrientes y minerales provenientes de las regiones diversas donde crecen. En comparación con las zonas industriales donde el suelo se empobrece.

“[Los maíces transgénicos] no tienen diversidad mineral, ni biológica, cambiaron los paisajes y las plagas abundan al igual que los químicos, sin embargo, los maíces nativos y criollos no tienen el potencial reproductivo para abastecer la enorme demanda de maíz que requiere México”, clarifica Amado Ramírez.

El debate entrono al maíz, en palabras del agrónomo no es que todos tengamos que ir a consumir maíz nativo, aunque sería idílico, sino mejorar la conciencia medioambiental en las producciones a gran volumen: “es posible volverse completamente orgánicos, pero hay industrias que no conviene, como la de los pesticidas o la de los fertilizantes”.

Hay otro mundo muy natural: el de los pueblos originarios. Hay que entender que esa otra forma de vivir que produce para el autoconsumo será absorbida si entra al mercado, tal como pasó con el Maguey. La lógica de producción y consumo urbano acabará con la diversidad también. Si no somos capaces de reconocer la diversidad cultural y biológica de ese mundo, aunque resolvamos el tema de los transgénicos, nada va a cambiar. Ellos han sobrevivido más de 10 mil años, pese a la Conquista, la Colonia, la Revolución, la Industrialización y la discriminación. La gran pregunta es ¿Eué posición deberíamos de tener? y más importante, ¿quién debe tener esa opinión?

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