El reloj Haste del edificio Steele, ubicado en la avenida Juárez, inmortalizó la hora: 7:19. Era la mañana del 19 de septiembre de 1985. Un terremoto de 90 segundos de duración e intensidad de 7.9 grados en la escala Richter sacudió la ciudad de México . El suelo crujió, se cimbró y frente a nuestros ojos se derrumbó la cotidianidad. El paso del terremoto dejó un silencio ensordecedor que se vio interrumpido por los primeros gritos de auxilio y las voces al aire: ¿están todos bien?, ¿necesitan ayuda? La solidaridad comenzaba a hacerse presente entre las ruinas. Avenidas y calles viciadas por el olor a gas, polvo y humo de incendios, cables tirados, fierros retorcidos, grandes placas de acero y concreto, carros aplastados por postes de luz, papeles, fotografías, juguetes y ropa regados por doquier. Grandes construcciones que habían sido emblemáticos de nuestra ciudad estaban derrumbados junto con su historia. Más de mil edificios sucumbieron. Cómo no mencionar en este espacio al restaurante y cafetería Súper Leche , que día a día era abarrotado por oficinistas, comerciantes y estudiantes que antes de llegar a sus trabajos y escuelas pasaban a desayunar un café lechero, huevos o conchas con nata que habían conquistado hasta al ex presidente Gustavo Díaz Ordaz. El lema “Mejor pan, mejor café, mejor leche”, daba la bienvenida a decenas de clientes que eran atendidos con esmero por casi 100 empleados. Muchos de ellos, hoy descansan en paz. Pero la sociedad comenzó a organizarse casi de manera inmediata. Voluntarios y brigadistas se movieron por el interés en ayudar al prójimo. Hombres y mujeres se organizaron para remover escombros, para buscar sobrevivientes y para hervir agua o para preparar alimentos. En distintos puntos de la ciudad se montaron carpas en las que, sobre todo mujeres, se dedicaban a preparar los alimentos racionados para alimentar a brigadistas y sobrevivientes: leche, café, atole o té y pan dulce para el desayuno; sopa aguada o seca, frijoles secos, verduras, tortillas y alguna fruta para la comida; pan dulce o galletas y café para la cena. Pero, además, todo el día preparaban sándwiches y tortas y reunían los refrescos, esfuerzos invaluables que se sumaron a todos los puestos de socorro nacionales.
Vengan a comer
La ayuda llegó de diferentes puntos de nuestro país y se repartió tan rápido como se pudo. Camionetas cargadas con víveres recorrieron las calles y la gente se arremolinaba y se arrebataba los alimentos. El aceite, arroz, frijol, galletas, pan, sopa y leche alimentaron a la comunidad.