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Cada uno de los tres candidatos punteros en la pista presidencial presentan ventajas y desventajas diferentes, que podrán inclinar el voto del electorado flotante (switcher) en uno u otro sentido.
José Antonio Meade tiene vasta experiencia administrativa y gubernamental, y no se le conoce (al menos hasta ahora) enriquecimiento ilícito. Pero como parte de un gobierno priísta (y otro panista) se le atribuye omisión y complicidad en actos de corrupción gubernamental. Llevará consigo el fardo de las siglas priístas, ante el enojo y hartazgo, más que justificado, de al menos 80 % de la población. Y los escándalos se siguen acumulando. Por otra parte, dentro del mismo PRI las cosas no están seguras. Su no militancia y su perfil tecnocrático podría no convencer a buena parte de los priístas de base, aunque las cúpulas cumplan con la tradición de la cargada, la bufalada y el cierre simbólico de filas. El triunfo de Luis Videgaray en esta sucesión parece haber dejado fuertes fisuras internas, por más que ritualmente se le haya levantado la mano a Meade. Su principal ventaja sería la de haber colaborado en un gobierno panista y no ser militante del PRI, pues eventualmente podría jalar votos externos que vean en él la menos peor opción frente a Ricardo Anaya y Andrés López Obrador. Aún así, a esos votantes externos les costará trabajo - y cierto monto de remordimiento político - cruzar el logotipo del PRI.
Ricardo Anaya logró consolidar el Frente pese al vendaval que soplaba en su contra. Presenta una imagen joven y fresca, que podría ser atractiva a millones de jóvenes que podrán votar por primera vez. Maneja, además, una retórica ágil y firme. Le irá bien en los debates. Pero la forma en que se hizo de la candidatura juega en su contra. Dejó en el camino a varios cadáveres políticos que, sin embargo, se siguen moviendo y podrían ponerle piedras en el camino. Y hacia fuera arroja la imagen de un joven ambicioso capaz de fracturar a su partido con tal de hacerse de la preciada candidatura. Todos los que se han bajado de la contienda interna apelan a la inequidad en el juego. El Frente originalmente apeló al sector de electores que no quieren que repita el PRI pero tampoco que gane AMLO (la “nueva mafia”), pero su voto no irá en automático a Anaya por la desconfianza que ha generado. Por otra parte, no tiene gran experiencia de gobierno (subsecretario de Turismo), y el hartazgo ciudadano no sólo se limita al PRI, sino también al PAN por el gran fiasco que representaron sus dos gobiernos. Anaya tiene la libertad para deslindarse de esos gobiernos, pero eso no garantiza que el PAN, ahora sí, hará lo que dijo que haría y no hizo de 2000 a 2012. Menos en palabras de alguien que tiene un cuchillo en la mano, dispuesto a apuñalar la espalda de quien haga falta.
López Obrador cuenta con varias ventajas; 18 años de campaña ininterrumpida para empezar, además de cosechar el hartazgo y decepción generados por PRI y PAN. La ventaja de que la izquierda no haya gobernado a nivel nacional genera nuevas expectativas que aún no han sido defraudadas (no a nivel nacional, en todo caso, y a nivel local los obradoristas gozan del “borrón y cuenta nueva” que implica haber formado un nuevo partido). Su bloque de electores sólo puede crecer (a partir del voto útil de otras fuerzas) pero difícilmente disminuir (pues goza de incondicionales devotos que todo le justifican). Pese a todo, una buena parte del electorado desconfía de él por muchas y diversas razones (lo ven fantasioso, contradictorio, mesiánico o populista). La pregunta aquí es si quien se le ponga en frente logrará congregar el número suficiente de votos anti-AMLO como para derrotarlo. En la medida en que ese voto, así fuese mayoritario, se fragmente en varias opciones, López Obrador podría salir airoso pese al intento de fraude que podría intentarse en su contra (siguiendo el esquema del Estado de México). En todo caso, a ningún puntero se le puede descartar aún.
Analista político.
@JACrespo1