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Cancún.- Afuera del Palacio municipal de Cancún , 30 estatuas humanas dan cuenta de la descomposición social y política que sufre una ciudad que durante más de cuatro décadas logró ser considerada la más segura de México. Al centro de la plazoleta, la justicia, inmóvil y golpeada.
Se trata del “Museo viviente de la impunidad” , un grito silencioso de un sector de la población que buscó hacerse oír entre festejos del 10 de mayo y la indiferencia de autoridades y políticos en campaña, a través de una iniciativa artística inédita en la historia de Quintana Roo.
La instalación abarcó la explanada de Plaza de la Reforma, donde hace seis meses policías municipales abrieron fuego en contra de ciudadanía desarmada que se manifestaba en contra de la violencia feminicida. Se montó un filtro sanitario y el recorrido transcurrió en obligado silencio, tan solo interrumpido cuando las figuras humanas volvían a la vida para cambiar de posición y clamar por justicia.
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Estaban ahí una mujer tendida sobre el asfalto, ensangrentada. Sus zapatos a un costado y un letrero que la expuso como víctima de explotación sexual en la modalidad de trata de personas. “Me explotaron sexualmente durante muchos años, después ‘un cliente’ me mató’”, se leía en el cartón colocado cerca de su ‘cadáver’.
A unos metros, otra mujer, “la buscadora de paz”, petrificada, con la mirada perdida en la nada y utensilios para cavar buscando en fosas clandestinas a una hija o hijo. En tres sexenios suman 82 mil 241 personas desaparecidas en México, se indicó en un trozo de cartón idéntico.
Foto: Adriana Varillas / EL UNIVERSAL
Metros más allá, un pequeño con la cara pintada como un payasito, sentado; su hermano de pie, a su lado, vendiendo dulces. Mendicidad y trabajo forzado y 3.3 millones de infantes como víctimas en el país. En Quintana Roo la cifra se desconoce porque no es pública.
Frente a ellos, una joven con el rostro desencajado, en ropa íntima, mirando detrás de lo que aparenta ser una pantalla de celular o computadora, con sus respectivos “likes”, evidencia la violencia digital.
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En esa misma línea un joven vestido de negro; los ojos cubiertos con un paliacate rojo y las manos atadas a la espalda con cinta industrial. Inmóvil, como sucede con las víctimas de extorsión, los trabajadores, los migrantes.
Sentada sobre una camilla, bajo una sabana; las piernas abiertas, sus manos aferradas a las agarraderas. “Cállate y puja”, “deja de llorar que tampoco es para tanto”, “te tuvimos que cortar porque era cabezón”, “si no sale en la próxima contracción, te corto”. Un médico al lado y la violencia obstétrica ahí simbolizada.
En el trayecto, una joven con coletas, cargando un bulto envuelto en esas bolsas de plástico color negra en donde se guarda a los “embolsados”, según el argot criminal adoptado ya socialmente.
Foto: Adriana Varillas / EL UNIVERSAL
También está sentada la chavita con uniforme de colegiada, en reclamo por el PIN parental, esa moda violatoria de derechos humanos que organizaciones de corte religioso y las y políticos de ultraderecha mexicana, importaron de sus pares en España.
En este listado de agravios, en Cancún no podía faltar la representación de los crímenes contra la Madre Naturaleza; del ecocidio cometido para suplantar con cemento los recursos naturales y el asesinato de las y los defensores de derechos humanos en materia ambiental, que intentan impedirlo.
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Un promedio de 83 personas que defienden el medio ambiente y el territorio, fueron asesinadas de 2012 a 2019 en México. En 2020 fueron 18. “Muchas eran mujeres. Ni una más”.
Estaban ahí también la joven vendada rodeada de botellas de ácido muriático, víctima de algún potencial feminicida; la joven semi desnuda, cuya piel estaba cubierta de “piropos” e insultos, para evidenciar el acoso sexual; la joven con el rostro golpeado y las bragas a la altura de los tobillos, con la cruda certeza de que cada 18 segundos una mujer es violada en el país.
A los pies del palacio… juguetes y globos. Las huellas de manos infantiles sobre paredes y columnas. “México es el 1er país emisor de pornografía infantil”, en el cartón central.
Foto: Adriana Varillas / EL UNIVERSAL
A un costado, sobre las protecciones que las autoridades municipales pusieron en la fachada del palacio, cruces rosas. También una galería con fotos de víctimas de feminicidio. “Nosotras no las olvidamos”.
A un lado mujeres sobre el piso, una niña de hermosos rizos, su madre en abrazo. Todas, simulando a migrantes que cruzan la frontera sur sintetizando a “la bestia que es México”. Niñas y mujeres migrantes que son víctimas de trata de personas en su modalidad de explotación sexual, a su paso por el país.
Frente a las puertas del Palacio, cuatro personas de la comunidad Lésbico-Gay, Bisexual, Transgénero, Transexual, Travesti, Queer y más (LGBTTTQ+) para representar los crímenes de odio y la violencia institucional contra las personas que aman y expresan su identidad de un modo distinto al impuesto por el heteropatriarcado.
“Tránsito me detuvo por darle un beso a mi novia en nuestro auto”, “después de señalar e identificar a mis agresores me apuñalaron afuera de un antro. La Fiscalía ‘perdió mi carpeta de investigación”, “al ir a levantar la denuncia por la desaparición de mi hijo, la Fiscalía no me quiso tomar declaración porque él estaba en un antro gay y ‘lo más seguro era que se haya ido con el novio’”; “la policía me ‘levantó’ a mi novia y a mí cuando íbamos tomadas de la mano por la calle”.
Víctimas de abuso doméstico dibujadas en el rostro de una mujer, con el rostro desfigurado; víctimas de feminicidio, en el cuerpo de una joven tendida entre flores y cintas amarillas para acordonar la escena del crimen; víctimas de abuso policiaco y discriminación, representadas en la mujer que emuló a Victoria Salazar, postrada boca abajo y encintada de las manos sujetas a la espalda.
Foto: Adriana Varillas / EL UNIVERSAL
Una pequeñita con el pelo trenzado, paradita, para estremecer con el abuso sexual infantil y el silencio que lo rodea. Cerca de ella, un joven leyendo la prensa amarillista, descarnada, víctima también de la oleada violenta que envuelve al país. Al estado.
La joven sentada detrás de una mesa con el letrero “tengo miedo de salir de mi casa y no volver”, simbolizaba a “Alexis”, quien salió de su casa un siete de noviembre de 2020 y no volvió. Su cuerpo, en pedazos, fue encontrado al día siguiente en bolsas de plástico.
Las siluetas de mujeres cubiertas del rostro, agrupadas en la colectiva “Cuerpos en movimiento”, cerraron el Museo -abierto una hora y media- con un performance musicalizado con “La canción sin miedo”, de Vivir Quintana.
Organizar el Museo Viviente llevó tres semanas. La idea surgió de “las Marianas”, como nombran a la madre y a su hija que convocaron a otras y otros ciudadanos para llamar la atención de la propia sociedad.
En la iniciativa participaron unas 60 personas de Cancún y Puerto Morelos y tuvieron que sortear los obstáculos del gobierno municipal, que les negó el apoyo de la luz eléctrica y tampoco conminó a los comerciantes a bajar el volumen de su música, por respeto a una protesta que sabían sería silenciosa y pacífica.
Fotos: Adriana Varillas / EL UNIVERSAL
afcl