Saltillo.— Doña Romanita Ortiz Reyes y su hija Carmen Ramírez Ortiz caminaron siempre en busca de Pedro Ramírez Ortiz y Armando Salas Ramírez: hermano y nieto; hermano e hijo, respectivamente. Al frente de las caminatas, marchas, protestas y reuniones, estaban ellas, incansables. Inclusive después de que a la señora Carmen le amputaron una pierna, allí estaba ella, en silla de ruedas o en un carrito que la moviera.

Sin embargo, después de ambas murieron. Primero fue Romanita, el 26 de abril de 2017. Después, el 13 de septiembre de 2024, Carmen también perdió la batalla. Antes de morir le dijo a José Salas, su esposo, que cuidara a sus hijas y siguiera buscando.

“Me encargó a mis hijas. Ella estaba conmigo, y de repente (…) Y si sigues buscando, me dijo. Mientras yo esté voy a seguir”, dice seguro y con enojo José Salas.

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En la búsqueda de las más de 100 mil personas desaparecidas en México, son mujeres, las madres, principalmente, las que se han parado enfrente para pedir justicia, investigar y exigir cuentas.

Así fue también con el hijo y cuñado de José Salas, una familia originaria de Matamoros, Coahuila. La señora Romanita y Carmen fueron las principales buscadoras. Normalmente los padres se ausentan para seguir trabajando, seguir subsistiendo, como comenta José Salas.

Él siempre que pudo acompañó a su esposa y a su suegra, exigió y acudió a decenas de reuniones. Pero perdió la fe muy pronto.

“Fuimos los que empezamos con Fuundec [Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila]. Pero yo ya perdí toda fe, esperanza”, admite.

El padre buscador, de 59 años, dice que las autoridades les hablan bonito, pero siguen en ceros. “Cobran salario como si trabajaran. Los que trabajamos somos los colectivos, Les entra por aquí y les sale por el oído, gobiernos van, gobiernos vienen”.

José es integrante del colectivo Fuundec, uno de los primeros colectivos del país. De hecho, el caso de su hijo y cuñado es uno de los primeros que se presentaron.

Fue el 12 de mayo de 2008 que Pedro y Armando se dirigían a revisar maquinitas de videojuegos al poniente de Torreón. Pero no regresaron a comer. Esa noche contestaron el teléfono de su cuñado y una voz de hombre les dijo que se habían metido en territorio equivocado y que no perdonaban. No volvieron a saber de ellos.

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José Salas trabajaba en Coca-Cola, un trabajo bueno en el que ya su maba 20 años. Pero las enfermedades y la presión por buscar a su hijo lo orillaron a renunciar.

Actualmente el padre peleaba por una compensación económica con las autoridades federales de atención a víctimas con el objetivo de conseguir un trabajo donde no dependiera de nadie y fuera a revisión de expedientes. Como muchos padres, se refugió en el trabajo para subsistir, mientras su esposa y suegra buscaban.

Menciona que está pagando unas deudas y espera tramitar su pensión, y encontrar un trabajo en el que pueda ausentarse cuando tenga revisión de su caso. En tanto, al ministerio público ya le advirtió: “Voy a seguir yo, hasta que me toque”.

Con la muerte de su suegra y su esposa, el señor Salas se cuestiona quién seguirá la búsqueda si no está él. Por eso asegura que seguirá en la lucha mientras esté vivo.

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