Atoyac, Gro.— María Argüello Vázquez es de las pocas sobrevivientes que integraron el Partido de los Pobres, guerrilla encabezada por Lucio Cabañas en la sierra de Guerrero hace más de 50 años.
En entrevista con EL UNIVERSAL, recuerda que se sumó al movimiento cuando apenas tenía 16 años y para proteger su identidad adoptó el nombre de Rosario.
María está parada frente a la tumba de Esteban Mesino y Lino Rosas, dos combatientes que murieron al lado de Lucio Cabañas en El Otatal, sierra de Técpan, el 2 de diciembre de 1974 tras un enfrentamiento con el Ejército. En ese mismo ataque fue detenido por militares Marcelo Serafín Juárez, un adolescente de 14 años que fue desaparecido.
Dice unas palabras, los recuerda como hombres valientes que lucharon hasta el final.
María, ahora de 67 años, tuvo una suerte distinta, logró sobrevivir a uno de los enfrentamientos más duros que padeció la guerrilla.
La noche del 5 de abril de 1974, María llegó a la comunidad de Caña de Agua; ahí estaba la Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres.
“Cuando llegué al grupo me quedé sorprendida, pero sentí que ya no podía regresar, tenía miedo de que me regañara mi papá, que mis vecinos se burlaran de que me había ido así”, dice.
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Al otro día, Juan la presentó con el grupo y con Lucio Cabañas.
—¿Estás aquí a la fuerza? —le soltó Cabañas.
—No, profesor.
—Aquí nadie debe estar a la fuerza, dinos la verdad porque no queremos problemas con tu familia.
María le repitió a Lucio Cabañas que no estaba a la fuerza.
De inmediato, dice María, realizaron una asamblea para decidir si se podía quedar en el grupo o no. La asamblea la aceptó, pero Cabañas ordenó una comisión encabezada por Ramón, uno de sus hombres de confianza, para que fuera a hablar con la familia de María.
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Pasaron los días y María se integró al grupo. Los primeros días la ponían a practicar al tiro al blanco, le enseñaron a limpiar el arma y a manejarla. “Me gustó, era como una familia, todos nos cuidábamos, todos eran muy respetuosos pese a que no sabíamos nuestros nombres reales”, recuerda.
María cumplió con las funciones que todos hacían: trabajaba en la cocina, limpiaba las armas, hacía guardias, iba a los recorridos de exploración, participaba en las asambleas. En los primeros días, añade, la castigaron con tres días de trabajo en la cocina porque se le salió un tiro cuando estaba limpiando su arma. La bala le rozó la cabeza a Juan.
En esos días, cuenta María, muchas veces escuchó hablar a Lucio Cabañas. “El profesor nos hablaba mucho de que la lucha era por el pueblo, sobre todo por los niños. Nos decía que teníamos que luchar para que todos los niños fueran a la escuela, que comieran bien y no sólo los hijos de los caciques pudieran ir. Nos decía que los niños, aunque llevaran su ropa remendada, tenían que ir limpios, comidos, pero para eso teníamos que luchar por los campesinos, para que pudieran trabajar sus tierras y no sólo trabajaran para los caciques”.

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Apenas llevaba un mes en el grupo cuando llegó la orden de moverse. Todo el grupo se trasladó a la comunidad El Moreno, en Técpan. Cuando llegaron, vieron a Rubén Figueroa Figueroa, candidato del PRI a la gubernatura de Guerrero.
El primer ataque
Era la tarde del 7 de septiembre, Rosario se preparaba para salir con otros cuatro hombres a explorar el camino. Es la avanzada del grupo principal, tienen que detectar si hay soldados.
Rosario está preparada, pero Juan lo impide. Le dice al grupo que ella no iría, que en su lugar lo hará él. Los demás se niegan, dicen que eso es imposible, porque es un acuerdo que no se puede romper. Juan dice que no le importa y que él irá en lugar de Rosario.
Rosario y todos los demás se quedan a esperar a que vuelvan. Acuerdan que si en media hora no regresa el grupo de exploración, tienen que moverse de inmediato.
Pasan unos 20 minutos, se escucha un balazo, luego otro y, minutos después, una ráfaga y otra más. Son más o menos las 4 de la tarde. Deciden esperar otra media hora para ver si vuelven. Regresan cuatro, Juan no. Rosario pregunta por qué Juan no estaba de vuelta. Le dicen que murió en el enfrentamiento.
El grupo de inmediato toma otra ruta. Comienzan a caminar a las 5 de la tarde y terminan a la 1 de la mañana, se detienen porque Figueroa Figueroa y su secretaria Gloria Brito ya no pueden caminar. Instalan un campamento para descansar.
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El sol apenas comienza a despuntar, 25 combatientes van con Ramón, el encargado del grupo, le avisan que se irán, que tienen permiso. Los demás les dicen que es mejor que se queden. Les recuerdan que el cerco militar es cada vez más estrecho y que, por ahora, es más fácil que los agarren en los caminos que metidos en la sierra.
Los 25 se mantienen firmes, dicen que ya llevaban mucho tiempo internados en la sierra. Dejan sus rifles y se van.
Después de escuchar disparos, Rosario corre a agarrar un arma. Dispara sin tener un objetivo claro, lo hace por inercia. En medio del ataque, las palabras de Juan, su pareja, le retumban en la cabeza: “cuando el Ejército nos ataque no pierdas de vista a Ramón, él conoce la sierra como nadie, él te va a sacar”.
Eso hace: busca con la mirada a Ramón y corre hacia donde está. Se agrupa con él y Martha, su pareja, se unen Celia, Minerva, René, Esteban y El Kalimán, que minutos antes se había ido de permiso, pero los balazos lo regresaron de inmediato.
Ramón toma el control del grupo, ordena disparar. Da otra orden, que no se separen. Se alejan. Los disparos se escuchan cada vez más lejos. Logran salir de cerco del Ejército.
Han pasado dos meses desde el enfrentamiento. El Kalimán toma la iniciativa, les dice que se quiere ir. Todos aceptan la propuesta. Las únicas salidas que tienen es contactar a la gente del pueblo cercano y conseguir ropa. Así lo hacen.
El Kalimán está decidido y Rosario, Celia y Matilde lo siguen; tampoco tienen mucho margen, las tres se encuentran embarazadas, necesitan ayuda.

Su segundo amor
A inicios de 1974, en un parque en Técpan, María conoció a Prisciliano Medina Mojica. Platicaron, se gustaron desde el inicio. Siguieron en contacto. Comenzó a visitarla a su casa en Finca vieja.
Se hicieron novios. El joven se contrató con el dueño de una huerta en la sierra de Técpan para poder ver más seguido a María.
Prisciliano tenía 28 años; había vivido en Michoacán, pero su familia estaba en Guerrero. María tenía 16 años. Hablaron de estar juntos. María aceptó, pero le dijo que para que eso sucediera no había otra manera: tenía que ir a hablar con su familia, tenía que pedirla.
Prisciliano aceptó, le prometió que iría a hablar con su padre y con su madre; quedaron de verse el 5 de abril.
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El día de la cita, Prisciliano fue directo: “Vengo por ti para que nos vayamos juntos”. María le recordó que iba a hablar con su familia. Él insistió que sí lo haría, pero en otro momento. Ella también insistió: le dijo que quería casarse bien.
Estuvieron hablando un rato, hasta que Prisciliano la convenció. “Acepté, uno de chamaca toma las cosas a la ligera”, dice María.
No hubo ningún trámite más, María no fue por ropa, tampoco se despidió, nada. Caminaron y unos minutos más adelante salieron tres hombres armados, el joven le pidió que no se asustara, que lo estaban acompañando. Entonces, María le preguntó a dónde la llevaban y él contestó que iban al grupo, al Partido de los Pobres.
“Se llevaron a mi papá”
En cuanto la camioneta pasajera llegó a Atoyac, Rosario corrió hacia la casa de su tía Carmen. Le pidió que le avisara a su madre, Leonarda Vázquez Aguirre, que estaba bien.
En la casa de su tía, Rosario se encontró con su hermano Alfonso, quien le dijo que ya no se fuera, que por todos lados estaba muy peligroso. Luego le contó que el Ejército se llevó a su padre y que no lo hallaban.
Rosario le pidió que la acompañara, que se iba a entregar a cambio de que liberaran a su padre. “A mi papá ya no lo van a entregar, a todos los están desapareciendo, si tú te entregas te van a desaparecer también”, le dijo el hermano.
Alfonso le contó que el 29 de octubre de 1974 llegó a su casa, en Finca vieja, un helicóptero del Ejército mexicano.
De la aeronave se bajó un teniente de apellido Acevedo y otro de nombre Claudio, junto con otros militares. Preguntaron por su padre, Francisco Argüello.
—¿A qué Francisco buscan? Porque aquí hay dos —dijo uno de los hermanos a los agentes.
—Al grande, lo vamos a llevar al cuartel para que haga una declaración —dijeron los militares.
“Lo llama el general Acosta Chaparro. Ahorita viene, nada más va a dar una declaración y ahorita lo traemos”, dijo el militar.
A don Francisco lo subieron al helicóptero y su familia nunca más lo volvió a ver.
“A veces me siento culpable de que se hayan llevado a mi papá, él era campesino, no anduvo en la guerrilla, era un señor grande, tenía más de 80 años cuando se lo llevaron”, comparte Rosario 51 años después.

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