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YAXUNA,YUCATÁN.- Su perseverancia, vaya, su terquedad, como ellas mismas reconocen, permitió que seis años después de haberse reunido para jugar sóftbol en un pequeño campo llanero rindiera frutos y llegaran hasta Arizona, Estados Unidos, donde mostraron sus aptitudes deportivas y, aseguran, “fuimos tratadas como verdaderas reinas”.
Son Las Amazonas de Yaxuna, las que empezaron con nueve mujeres, y ahora son 20, pues se han ido sumando a su proyecto deportivo, luego de ver sus logros.
Todas ellas de cuna humilde, indígenas, han puesto el sello en su actividad deportiva, jugando sin zapatos y con el tradicional huipil bordado a mano y a máquina que ellas mismas confeccionan.
Ya conocen el estado de Quintana Roo, han jugado en Monterrey, Nuevo León, y Arizona, Estados Unidos, donde recientemente compitieron con estudiantes universitarias a quienes les ganaron 22 carreras a tres.
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Sus pies descalzos han pisado el campo deportivo de Kukulkán en Mérida, en donde fueron patrocinadas por el gobierno del Estado que encabeza Mauricio Vila Dosal (PAN) y en donde brindaron un juego de exhibición.
Ellas son mujeres casadas y solteras, las que después de practicar durante más de dos horas, dos veces a la semana, se retiran para sus labores cotidianas en su comunidad de Yaxuna, de alrededor de 800 habitantes.
Unas tienen que ir al molino a elaborar su nixtamal y tortear tortillas, otras más se van a lavar la ropa de su familia y la propia, o a continuar con sus labores artesanales como el urdido de hamacas o la elaboración de figuras de cuerno de toro, pues gracias a estas pueden llevar dinero a su hogar.
Las que son casadas, tienen maridos que se dedican a la milpa, siembra de hortalizas, cuidado de abejas meliponas y al cultivo de calabaza, lentejas y frijol.
Los días 17, 18 y 19 de septiembre pasado, las mujeres de Yaxuna viajaron a Arizona, Estados Unidos apoyadas por el gobierno del estado para jugar un encuentro con estudiantes de la Universidad de Arizona, a quienes vencieron en siete entradas, 22 carreras a tres. Incluso, “no quisieron continuar jugando para que no fuera paliza” relata con amplia sonrisa, María Enedina Medina Canul, de 53 años, una de las jugadoras de mayor edad en el equipo.
Las Amazonas estuvieron en el juego oficial de las Grandes Ligas en el estadio Chase Field de la ciudad de Phoenix, entre los Diamantes de Arizona y los Gigantes de San Francisco. Ahí, lanzaron la primera bola antes de ese partido.
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María Enedina relata que en Estados Unidos comieron sabroso, les regalaron gorras, chamarras y camisetas. “Nos trataron como auténticas reinas”, afirma la jugadora. Además, dice que nunca imaginó que la aventura de jugar sóftbol les permitiera conocer Estados Unidos. “Fue algo precioso, vimos paisajes y edificios, una gran ciudad, la pasamos bien; a todo dar”, relata.
Las Amazonas de Yaxuna juegan sin zapatos. Así empezaron, No había dinero para comprar tenis o zapatos para correr y todas jugaron sin zapatos y así “seguiremos; es nuestra característica”, dice la mujer. María Enedina revela que, aunque les han ofrecido regalarles los zapatos especiales para jugar sóftbol, no lo aceptaron porque su esencia es que sigan jugando descalzas.
“Todas aprendimos a pisar el pequeño campo de juego entre piedras y nos acostumbramos a sentir las piedritas y el calor incluso en la planta de los pies. Así queremos seguir jugando”, apunta María Enedina.
La mujer tiene dos hijas que también juegan en Las Amazonas de Yaxuna y su hijo, Joel Díaz Canul, quien es el entrenador del equipo. Todas lo han apoyado, pese a que en una ocasión, una de las se retiró porque pretendía que se cambiara a Joel de entrenador.
En Yaxuna no hay cerveza
En la pequeña comunidad de Yaxuna, ubicada a 165 kilómetros de distancia de Mérida, entre selva baja y veredas, detrás de Yaxcabá, la cabecera municipal ubicada en el oriente del Estado, no se vende ni cerveza ni licor.
Las jugadoras de Yaxuna señalan que el deporte es una de las mejores vías para evitar los vicios, como el alcoholismo y la drogadicción.
En esa comunidad no hay violencia ni enfrentamientos. “Cada quien a lo suyo, no hay porqué pelear”, comenta Joel, el entrenador.
“Por decisión de toda la comunidad no se ha permitido el ingreso de cerveceras ni de cantinas. Somos unidos y buscamos protegernos”, apuntó María Enedina, quien relató que durante la pandemia del Covid-19 nadie se enfermó, “porque cerramos el pueblo y nadie entró, ni nadie salió”.
Sin embargo, actualmente la comunidad enfrenta varios casos de dengue.
A decir de las jugadoras y gente de esa pequeña comunidad, viven felices, no tienen mayores posibilidades que atenderse y cuidarse entre ellos mismos. Las Amazonas de Yaxuna hoy son sello de unidad y apoyo de parte de la comunidad.
En su comunidad, aún se respira el ambiente de una población apacible, sin mayores tumultos, pero que avanzan en algunos aspectos.
A partir del juego de sóftbol, han logrado apoyos, como la instalación de una señal de internet, por lo que algunas de las jugadoras han conseguido celulares que les permite comunicarse con compañeros, estudiantes y vecinos.
Hay una antena parabólica que hasta hace 6 años les permitía solo en horas de la tarde, tener señal para conectarse.
Yaxuna, entre la modernidad y la tecnología guarda su origen étnico, ya que por lo menos el 95% de los habitantes se comunican en lengua maya.
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Hacen sus uniformes
Las jugadoras bordan sus propios uniformes, que son huipiles típicos de Yucatán, unos hechos en “punto de cruz” a mano y otros más en máquinas de coser, en colores blanco y azul.
“Nunca hemos sido famosas, nos gusta que nos vean cómo jugamos, pero nunca nos vamos a sentir más que nadie”, precisa Citláli Poot Dzib, de 21 años, una de las fundadoras del grupo Las Amazonas de Yaxuna.
Las sóftbolistas viajarán de nuevo este mes a Nuevo León para un juego amistoso.
También urden hamacas que llevan a vender a Mérida. Las Amazonas de Yaxuna, ganan entre 600 y 800 pesos semanales por una hamaca, tardan en promedio 30 días en hacerla y comercializarla.
El dinero que se junta con la venta –entre 2 mil 500 y 3 mil pesos- les debe servir para su alimentación y gastos durante todo un mes.
El equipo de Las Amazonas de Yaxuna va creciendo. Ahora ya tienen un semillero de niñas de entre 8 y 10 años que están yendo a practicar con ellas.
Aunque apenas empiezan, el entrenador Joel dice que esperan crear una nueva generación de Las Amazonas de Yaxuna.
Arielli Cen y Josías Jiménez, son dos de los pequeños que acompañan a sus mamás y abuelas a los entrenamientos.
En esa pequeña comunidad indígena, el softbol que alguna vez los confrontó hoy es sinónimo de apoyo y unidad entre todos sus pobladores.
Las críticas
Bien dicen que en “Pueblo chico, infierno grande”, ya que, al principio, -en 2017- cuando iniciaron su proyecto de juntarse y jugar sóftbol “para divertirse y tener un pasatiempo”, la gente del pueblo, los hombres principalmente las acusaron de ser “mujeres libertinas”, ya que la idea de ellos es que todas deberían estar en su casa, haciendo las labores del hogar, porque “para eso están las mujeres”.
“Nosotras rompimos esa idea, fuimos perseverantes y tercas, porque, aunque nos acusaban de todo, no dejamos de reunirnos e ir a jugar y ahora que ven que jugamos y ganamos partidos, hasta nos aplauden”, relató a EL UNIVERSAL Citláli Poot, quien también está casada con el entrenador del equipo, Joel Díaz Canul.
Él y ella son estudiantes de la Universidad del sur y estudian Ingeniería en Desarrollo Sustentable, carrera que tiene que ver con el uso de composta para cultivar productos orgánicos y abandonar los pesticidas y químicos.
La joven softbolista señala que cuando termine sus estudios espera ayudar a su comunidad a producir maíz y diversas legumbres y frutas, pero sin el uso de agroquímicos, “dejar atrás lo que hacían nuestros abuelitos que no podían producir sino usaban pesticidas”, afirmó.
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Citlali señala que los papás y abuelos y hombres de la comunidad acabaron por entender que hacían deporte con el softbol y no buscaban nada más que divertirse, “pero porque fuimos tercas y no dejamos el juego, aunque nos decían de todo”.
Asimismo, relata que la mayoría de las mujeres que son casadas llevaron en autobús a sus maridos al juego de Monterrey, donde las invitaron en meses pasados “de esa manera, ellos están viendo que hacemos deporte, que no estamos haciendo nada malo”, comentó la joven.
Las softbolistas batean, corren y disfrutan el deporte y realizan las tareas en casa.
Ninguna cobra sueldo o gratificación alguna por jugar. Lo que han conseguido es el apoyo del gobierno del Estado que está construyendo gradas y mejorando el campo deportivo de ese lugar.
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