Piedras Negras.- El domingo por la tarde, horas antes de que asumiera la presidencia de Estados Unidos, Robert Vallenila, un migrante venezolano de 23 años, miró el río Bravo que separa Piedras Negras de Eagle Pass. Enfrente tenía una sola misión: entregarse a las autoridades.

El venezolano fumaba un cigarrillo tras otro. Había cumplido nueve meses esperando por una cita en la aplicación CBP One. Y se cansó. “Me cansé de trabajarle a los mexicanos. Trabajamos para medio comer”, platicó horas antes de decidirse a cruzar.

Robert comentó que en México no sale plata para mandar a su familia, y que, de estar en México a estar en su país, prefería Venezuela. “Quiero terminar de cruzar y entregarme”, añadió.

Estuvo en Tapachula y en Tuxtla Gutiérrez, pero la mayor parte la vivió en la Ciudad de México, donde trabajó en una cocina. Hace una semana decidió subir a la frontera y estuvo cuatro días en Piedras Negras.

“La cita no llega. Donald Trump se monta en la presidencia y hay muchos comentarios que van a eliminar la aplicación. Que se viene el "Quédate en México"; yo no quiero estar más en México. Me voy. Si no entro, me regreso a mi país”.

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Robert Vallenila, migrante venezolano decidido a cruzar el río Bravo ante la incertidumbre de las políticas migratorias de Trump. Foto: Francisco Rodríguez
Robert Vallenila, migrante venezolano decidido a cruzar el río Bravo ante la incertidumbre de las políticas migratorias de Trump. Foto: Francisco Rodríguez

De Venezuela salió solo. Era estudiante universitario en su país, pero la seguridad lo terminó desplazando.

Robert tenía fe en que, una vez que se entregara a las autoridades, tal vez le dijeran que entrara. Que le pasara antes de que Trump se sentara.

Era domingo por la tarde. Estaba inquieto, temeroso por las mafias que le pedían piso para cruzar. Le quedaba tal vez una hora de sol cuando decidió regresar al albergue. “No espero a Trump”, dijo.

Minutos después volvió al lugar desde donde miraba el río Bravo, las camionetas de la Patrulla Fronteriza y la alambrada que ha colocado el gobernador de Texas. Regresó junto con otros hombres y mujeres migrantes. Todos decididos a entregarse.

“No me importa el agua fría. Lo que quiero es entrar”, me había dicho antes.

Cuando salieron del albergue con las mochilas a la espalda, no tardó mucho en que se acercaran personas a presionarlos, a extorsionarlos. “Aquí no tome foto”, dijo uno a la vez que lanzó una serie de amenazas. Y se alejaron. Los alejaron.


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