Puerto Escondido.— Donde antes terminaba la Sierra Sur para llegar a la Costa de Oaxaca y sólo eran páramos secos, ahora es una región llena de tiendas, gasolineras y restaurantes a pie de carretera en medio de tierra seca.
La nueva autopista a Puerto Escondido, que redujo el tiempo de traslado a dos horas y media hasta las playas de Oaxaca, pareciera que ha dejado el paraíso al descubierto.
Es la primera Semana Santa donde los turistas llegan en olas gigantescas que parecen no detenerse, algo no visto en décadas, confirmaron turistas entrevistados por EL UNIVERSAL, pero esta bonanza llega con muchos contrastes.
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La carretera es un hervidero que empieza en la desviación de Ejutla de Crespo. Desde este punto, tras un peaje gratuito que durará un año, hay 104 kilómetros de vía rápida, donde por ser tan vertiginoso el viaje no te das cuenta cuando ya miras el mar y la arena. El mar abierto bajando las montañas de la Sierra Sur se anuncia con vendedores de sombrillas gigantes, mujeres en cuatrimotos y hombres sin camisa.
Hay decenas de anuncios en la entrada que ofrecen lotes con todos los servicios de agua potable y luz subterránea. Anuncios en inglés de venta de departamentos con vista al mar arriba de pescaderías y estantes ambulantes que venden frutas frescas.
Durante el trayecto alrededor de 50 letreros rojos avisan que todavía hay tramos en construcción. La obra inaugurada el 4 de febrero pasado es una pista limpia, negra y pintada donde abundan los coches con maletas en la parte de arriba.
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Cada cinco kilómetros hay paraderos de descanso improvisados donde familias aparcan en medio de la carretera para revisar los coches en terracerías a medio construir. Camionetas con personas en bateas atraviesan los túneles dentro de los cerros y desde el parasol se toman fotos con celulares, cubiertos por toallas y toldos improvisados, como si fuera la primera vez que verán el mar, después de vivir por décadas en una zona seca donde se siembran matas de agave.
Antes de entrar a la pista, en el límite de la carretera federal, los comedores de San Pedro Apóstol tienen hileras de coches particulares detenidos comiendo carne frita. En el tramo se apresuran máquinas de alta construcción para tapar boquetes del asfalto, resanar pintura, delinear guarniciones y maquillar los vertederos de cemento de los puentes que todavía están por construirse.
Después de los cerros de Ocotlán y una veintena de puentes con nombres de santos patronos, pocos imaginarían que se encuentra el agua salada del océano Pacífico.
“El puerto dejó de estar escondido. Yo tenía 30 años que no venía por esta carretera y ahora voy a visitar la playa con mis nietos y mis hijos”, asegura don Ramiro López, un hombre de 63 años que vive en Matatlán y viajó a Oaxaca para tomar la pista por primera vez luego de estar varios años en Ciudad Juárez.
Ahora, 30 años después, tomó una Urvan en el Centro de Oaxaca y pagó 300 pesos por un viaje donde lo que más le gusto fue tomarle fotos a los túneles que acortan el trayecto. Para él, son túneles sumergidos que escupen personas muy rápido al mar, donde siempre han ido los turistas que buscaban paz, los jóvenes aventureros del surf en mar abierto, o los turistas con menos recursos porque antes fue un sitio muy barato.
La mayoría del turismo que abarrota las playas parece ser mexicano, oaxaqueño. Las pequeñas calles de Puerto Escondido son estacionamientos inesperados, olas de autobuses de tours con colores estridentes estorban el paso a los peatones, se arremolinan los turistas en los puestos de venta de helados, cocos fríos y micheladas.
Un taxi cobra 70 y 80 pesos desde Playa Zicatela al centro de Puerto Escondido si eres mexicano, si eres extranjero cobran hasta 150 pesos.
A pesar del boom de estos dos meses y de la Semana Santa, para Juan, un taxista que lleva trabajando 12 años en el sitio de la rivera, no está siendo tan buen negocio.
“Antes estaba mejor; ahora todos vienen en su coche o rentan autobuses desde la ciudad de Oaxaca. El dinero ya no se queda en los prestadores de servicio de transporte de aquí. Antes venían y tomaban taxi para todo, pero como ahora está todo tan cerca vienen en sus coches. Desde Puebla, dicen que se hacen ocho horas, incluso atravesando la capital de Oaxaca”, lamenta.
En todo el camino autobuses repletos llevan a visitantes foráneos y camionetas Urvan arrebatadas concentran al turismo oaxaqueño. En las centrales de la ciudad se arremolinan extranjeros y mexicanos por un par de asientos con precios de 300 a 350 pesos, no importa que sean viajes de primera o segunda clase o si tienen aire acondicionado en los caminos que dan al Pacífico.
Distancias más cortas, precios más altos
Anuncios espectaculares que muestran la venta de lotes en la zona dorada. Camionetas repletas que te llevan a Mazunte, Zipolite, Ventanilla o Puerto Ángel y turistas esperando en el sol en media carretera son estos días la cotidianidad de Puerto Escondido.
En la calle se ha agotado la renta de motos y cuatrimotos para ir a las playas. Los clientes han pagado mil pesos por día. Felipe Carus, por ejemplo, lleva varios meses con las unidades parqueadas; hoy las 12 que posee y que compró con un crédito están rentadas: ocho fueron alquiladas por familias mexicanas que vinieron de Toluca y las otras cuatro por un italiano y tres canadienses que se fueron a las playas emblemáticas y a cruzar las dunas prohibidas de Punta Colorada.
En el restaurante El Cafecito no hay mesas disponibles desde las 9 de la mañana y en el Mercado Juárez la venta de pescados se ha ido, principalmente, a los sitios de hospedaje, como el Hotel Azul, que compró 200 kilos.
Como los turistas pagan en promedio 250 pesos por un plato de camarones y las cervezas se agotan antes de calentarse en Playa Carrizalillo, los locales no entran a la zona de las playas, van a marisquerías de las viejas colonias atrás del puerto donde todavía encuentran bueno, bonito y barato.
Aunque oficialmente el gobierno oaxaqueño anunció que espera una afluencia aproximada de 232 mil 348 visitantes en los tres principales destinos turísticos de la entidad (la capital, Huatulco y Puerto Escondido), así como una derrama económica de mil 101 millones de pesos y una ocupación hotelera apenas arriba de 67%, en este destino están convencidos que nunca se había visto a tanta gente de fuera disfrutando de su playa y su sol.
Fredy García, un comunicador bullanguero que lleva diez años viviendo en Puerto Escondido, hace enlaces en vivo para la radio local donde repite: “esto nunca había pasado, esto está rebasado”.
El conductor del noticiero vespertino llama a los turistas a no tirar basura, a dejar las campañas para que ya no vengan al puerto, oficialmente con la llegada de turistas se está pavimentando el futuro.
Fredy asegura que la red de telefonía y de internet ha colapsado, que la mayoría de los restaurantes nuevos, que se construyeron después de la pandemia son de argentinos y que decenas de nómadas digitales se quedaron y que al ganar en dólares encarecieron las rentas, que pasaron de costar de 3 mil a 12 mil pesos en menos de cuatro años, un precio que la gente de Puerto Escondido no puede pagar.
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Hay un boom de anuncios de renta y venta de lotes. En contraste, todavía en San Pedro Mixtepec, el municipio que controla Puerto Escondido, es un pueblo donde la mitad de la gente no tiene ni agua potable.