Juchitán de Zaragoza
Rihanna tiene seis años y desde que comenzó su educación escolar no conoce un salón, pues se ha pasado los últimos tres años tomando clases debajo de lonas, primero, y ahora a través de un celular. Ella es parte de la generación de los niños del terremoto y de la pandemia.
Rihanna Matus Orozco pisó por primera vez el Preescolar Juan Escutia, en la colonia Vallejo de Juchitán, en 2017, el año del sismo, así que su primera aula fue una carpa color café donada por una organización; en otras ocasiones, la explanada de la escuela fue su salón de clases.
Luego de tres años sin saber cómo se aprende sin preocuparse por el viento o el sol, y cuando por fin iba a conocer un salón ventilado, un virus obligó a cerrar la primaria que la recibiría para darle su educación básica.
Dos años y medio cursó en el preescolar dañado por el terremoto y tras todo ese tiempo su madre, Analilia, se mudó de la colonia y la inscribió a otro centro educativo. Fue entonces cuando la pandemia las sorprendió con una suspensión prolongada de actividades desde aquel lejano mes de marzo.
Rihanna ya no pisó su nueva escuela, pues concluyó su preescolar en medio de la incertidumbre y luego fue inscrita en la Primaria Reforma Educativa. Desde entonces, la sala de su casa es su salón de clases.
La niña se conecta todos los días a una plataforma de videoconferencias. La acompaña su mamá, quien se arma de paciencia para guiarla y tiene que suspender todas sus labores desde las ocho de la mañana y hasta la una de la tarde, para cumplir con la educación de su hija, siempre que la señal de internet sea estable y los fuertes vientos no la tiren.
Durante todos estos meses, Rihanna no convive con otros niños, y en el recreo juega en su cuarto o en el patio de su casa. A sus compañeros no los conoce más que por las pequeñas imágenes en pantalla.
Reto para maestros
El maestro Arturo Santiago Rosado llevaba unas cuantas semanas dando clases a niños de primer grado en la Primaria Heliodoro Charis Castro cuando el sismo destruyó las aulas.
Por esta razón es que esos niños recibieron sus enseñanzas durante tres años debajo de lonas y cuando ya iban a estrenar nuevos salones, la pandemia llegó.
“Tenían unos cuantos días en las aulas cuando las destruyó el terremoto, esos niños apenas y conocen un salón de clases como Dios manda”, comenta vía telefónica este profesor de educación bilingüe español-zapoteco.
“Son tres generaciones, con la que tengo ahora, las que no han tenido un techo firme para recibir clases, estuvieron debajo de unas lonas ya destruidas por el viento, sostenidas con puntales y amarradas para no volar. Ellos son la generación del sismo”, agrega.
Hoy el maestro da clases nuevamente a niños de primer grado, algunos de ellos vienen de preescolares afectados por el terremoto y por mucho tiempo no recibieron clases o lo recibieron en espacios no apropiados.
El profesor lamenta que las clases en línea no han sido lo mejor para los 18 alumnos que están bajo su responsabilidad, pues sólo algunos padres tienen WhatsApp, por ser de bajos recursos, así que buscó estrategias de enseñanza, como cuadernillos y clases presenciales tres veces por semana con grupos de cinco alumnos por dos horas.
Pero ante el aumento de casos de coronavirus en Juchitán, las clases presenciales se suspendieron nuevamente y se retomará la entrega de ejercicios a través de cuadernillos, lo que complicará más la educación de estos niños que ya tienen un retraso en el aprendizaje.
En septiembre pasado, a cumplirse tres años del terremoto, EL UNIVERSAL dio a conocer que aún faltaban por reconstruirse al menos 500 planteles de preescolar, primaria y secundaria en el Istmo, según informaron las autoridades educativas.
La razón de que estas obras se hayan retrasado se debe a que las empresas incumplieron con el pago a constructores locales que subcontrataron, por lo que abandonaron los trabajos. Actualmente existen ocho carpetas de investigación contra 16 empresas.
Después de tres años de espera, el gobierno cumplió y la primaria Heliodoro Charis Castro fue reconstruida, así que ahora los niños sólo están a la espera de que la pandemia les dé tregua para por fin pisar un salón de clases.