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Pachuca.— Hay personas que se vuelven invisibles sin importar la nacionalidad, género, edad o su origen. Sólo tienen un factor en común: vivir en la calle. Reemplazan un techo por un puente o una coladera; una comida por sustancias tóxicas, y así sobreviven cerca de 2 mil 500 personas en esta ciudad, a quienes muy pocos ven y a casi nadie les importan.
Por ellos no hay manifestaciones. Los 15 decesos que se han registrado este año y los cuatro desaparecidos apenas están documentados y no por las autoridades, sino por un grupo de activistas liderados por Pamela Álvarez, en la organización Por la Inclusión y Derechos Humanos.
Ella ha hecho visible lo invisible. Con una gorra y mochila al hombro sale a mapear las calles, los terrenos baldíos y las coladeras. Su objetivo es crear un albergue permanente donde aquellos que no tienen nada puedan contar con una cama, comida y un poco de esperanza, esa que han perdido en la calle.
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Aquí, cada uno lucha por sobrevivir a la enfermedad, la violencia y el hambre de cada día.
La mayoría no sabe cómo se llama, qué día es o qué hora es, no tienen a dónde llegar. Su casa es la calle, su familia son otros como ellos, y muchos, o casi todos, se acompañan de uno o más perros que hacen honor al dicho de ser “los mejores amigos del hombre”.
2 mil 500 personas sobreviven sin techo
“Llegamos para quedarnos”, se lee en una pared que delimita un baldío por donde sólo transitan ellos, los que viven en la calle. Entre la maleza, la leyenda resalta como una sentencia y un destino. A pocos metros del Hospital General, en este espacio a la orilla de la calle, los árboles y cualquier hueco se han convertido en casas o baños improvisados.
Es mediodía, Pamela y su equipo sale a mapear la zona. El objetivo es hacer un censo lo más preciso posible. Según cuenta, la situación en Pachuca se complicó después de un incidente en el que un limpiaparabrisas agredió a un conductor, lo que provocó una serie de redadas y el desplazamiento de personas en situación de calle.
La organización estima que el número de personas viviendo en la calle se ha quintuplicado en un año. De 500 ha pasado a 2 mil 500, y se espera que esta cifra aumente con la llegada de migrantes.
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La activista considera urgente contar con un albergue, ya que el frío es uno de los peores enemigos de esta población, que no tiene acceso a programas de salud, sociales ni de vivienda, y en muchos casos, ni siquiera a una cobija.
Manuel y dos amigos, uno de ellos mujer, emergen de entre los arbustos. Las señales de la presencia humana en el baldío son evidentes: ropa, bolsas y cartones indican que este lugar es hogar de varias personas. Al escuchar algunos golpes, el grupo de Pamela, acompañado por observadores de derechos humanos, se encuentra con Manuel, quien pregunta si pertenecen a algún partido político.
Recibe con gratitud una cobija, suero y algunas galletas. Sus amigos también obtienen ayuda, junto con croquetas para Amarilla y Chocolate, sus compañeros caninos en esta vida difícil.
¿Quiénes viven en la calle? Cualquiera, asegura Raúl Argyr Tapia, quien también pertenece a la organización Por la Inclusión y Derechos Humanos. Las razones son muchas: falta de oportunidades, problemas de salud mental como depresión, alcoholismo, drogadicción, desempleo, violencia intrafamiliar.
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Incluso dice han censado a un ciudadano alemán que, tras ser asaltado durante una visita al estado, terminó en las calles sin documentos ni dinero. Muchos también son profesionistas que alguna vez tuvieron éxito: maestros, ingenieros, exfuncionarios públicos, personas que por diversas circunstancias terminaron viviendo así.
Entre la población callejera hay mujeres embarazadas, niños, migrantes e indígenas, personas a las que la sociedad les ha cerrado las puertas. Para acceder a programas sociales, se requiere un domicilio, identificación o teléfono, elementos impensables para quienes viven en la calle.
Raúl explica que, aunque existen albergues, muchos están muy focalizados a ciertos grupos, por lo que no todos pueden acceder. Además, los albergues del DIF tienen horarios restrictivos y la mayoría de las personas en situación de calle necesitan un lugar donde dormir durante la noche. Los indígenas que llegan a la capital para vender productos prefieren quedarse debajo de puentes antes que acudir al DIF, por miedo a que les quiten a sus hijos, un temor que no es infundado, ya que ha ocurrido.
El estigma sobre las personas en situación de calle las presenta como adictos, sin estudios o sin familia. Pamela acepta que hay de todo, pero señala que la falta de comida los empuja a consumir sustancias para olvidar el hambre, pues muchos pasan hasta cuatro días sin comer.
Uno de los mayores retos que tiene esta población es encontrar lugares para bañarse o lavar la ropa, y también enfrentan la negativa para acceder a baños públicos. Muchas personas en situación de calle se congregan cerca de hospitales porque ahí encuentran algo de comida, gracias a que familiares de pacientes y grupos religiosos les reparten alimentos.
En Pachuca, estas personas permanecen invisibles para muchos o casi todos, pero siguen luchando por sobrevivir cada día.
Entre la incertidumbre y la indiferencia
Sentados en la banqueta, acompañados de sus fieles perros, están Miguel y Juan. Apenas si recuerdan sus nombres. Hay un tercer hombre que dice llamarse José, aunque por momentos lo duda.
Los tres comparten una preocupación: cuidar sus cobijas, esos pequeños bultos que protegen como tesoros. Miguel cuenta que la suya se la robaron en la iglesia de la Asunción, y ahora que ha conseguido otra no la pierde de vista; se sienta sobre ella mientras narra cómo han ido al hospital en busca de alguien que les regale algo de comida.
Preocupados, preguntan si hay algún albergue abierto y si serán recibidos. José interviene para contar que “a este lo acaban de golpear allá por el centro, le fue re mal”. Miguel asiente y añade: “Quisimos correr”, y los tres ríen, resignados a su suerte.
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Metros más adelante, una mujer discute con el aire, cubierta por bolsas de basura. La gente pasa a su lado sin percatarse de que habla sola, indiferente, cada uno en su propio mundo. María, una mujer que también vive en la calle, dice que su familia vive por el Asta Bandera. Sabe que tiene hijos, pero su historia se vuelve confusa.
Hoy logró lavar su ropa, que ahora cuelga en la malla de una cerca. “Lo más difícil es bañarse”, comenta mientras intenta comer un sobre de salsa picante.
“En el hospital es complicado porque no me dejan, dicen que si les cae agua sucia a los enfermos será mi culpa”, relata.
María espera un poco de comida y luego buscará un rincón en la sala de espera del hospital para dormir.
Cada día, más personas caen en esta situación. “Hemos encontrado a muchos jóvenes, esto es lamentable”, expresa Pamela. “Estamos convencidas de que lograremos establecer el albergue; no queremos más muertes, pero está en manos de las autoridades evitar que sucedan”.
La realidad es dura para quienes viven en las calles de Pachuca, invisibles para la mayoría, pero luchando cada día por sobrevivir.