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Santa María Chilchotla. — Al caer la noche en Santa María Chilchotla hombres, mujeres, niños y niñas se concentran en una de las viviendas ubicadas en las partes altas de la comunidad. Salvador García llega en un mototaxi y desciende por las escaleras hacia el patio de la vivienda, saluda a cada una de las personas que se encuentra ahí y empieza su transformación en chajma cháxhoó: se viste con su ropa de manta blanca, se cuelga una mochila a la espalda, cubre su rostro con pañuelos rojos y se coloca una máscara de madera y un sombrero de bejuco.
Son poco más de las siete de la tarde y los músicos con su vihuela, violines y tambor, encabezados por Aris Avendaño Escobedo, comienzan a interpretar los cantos rituales mazatecos, y los chajma cháxhoó —huehuentones en náhuatl— empiezan con su danza y cantan. Es apenas un ensayo que se prolonga por alrededor de una hora y media.
Cuando están a punto de dar las nueve de la noche emprenden el camino hacia el panteón municipal. Los fuegos artificiales revientan en el cielo oscuro y despejado. En el cementerio reanudan su música, cantos y danzas para recibir a las personas que han fallecido y regresan a la tierra de los vivos durante 10 días para convivir con sus familiares y recibir sus ofrendas.

Después los chajma cháxhoó se dirigen a la iglesia donde repican las campanas, el último lugar en el que fueron despedidos cuando fallecieron; luego van al Palacio Municipal donde antiguamente se registraban al nacer, y finalmente a diferentes viviendas de la comunidad donde son esperados por la familia, en donde repiten todo el ritual.
Mariposas y pajaritos
Para las familias de Chilchotla, las almas de los difuntos llegan desde el 29 de septiembre a través de mariposas y pajaritos. Aunque la apertura del camino entre el inframundo y la tierra ocurre hasta el 27 de octubre de cada año a las 12:00 horas.
“A partir del día 29 de septiembre empiezan a llegar las almas de nuestros fieles difuntos. ¿Cómo lo representan o cómo lo llegamos a saber o ver?..., vienen en forma de mariposa, en forma de colibríes y en la forma de un pajarito que canta muy bonito. O si estás viajando, empiezan a atravesar alguno que otro pajarito en el camino y son señales de que, pues ya empiezan a llegar”, dice Marcela Prado Escobedo.
En su casa espera la llegada de su mamá, su hermano, su hermanita, sus abuelos y algunos tíos. El altar que ha colocado consiste en una mesa sobre la que se levantan dos arcos de carrizo.
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Cada uno de los arcos —que representan el nacimiento y la muerte, el portal de acceso al inframundo y la tierra— están cubiertos con 13 ramilletes de flores de cempasúchil y naranjas. Sobre la mesa hay fotografías de los familiares que van a recibir veladoras, alimento y bebidas para sus seres queridos. En el altar destacan también 13 panes de muerto colgados y atravesados por un hilo, y que son la representación de los chajma cháxhoó.
Marcela destaca que la fiesta de los fieles difuntos es la más importante de Chilchotla. Para ello, se preparan desde tres meses antes para recibir a sus seres queridos con la elaboración de la pasta de mole y de las velas de cera de miel de abeja; esto último, lo realiza desde hace 15 años y lo aprendió de su padre.
El 27 de octubre empiezan a llegar las almas de los fieles difuntos y las primeras que cruzan el inframundo a la Tierra son los ancestros de los mazatecos, las personas que fallecieron hace cientos de años. Después llegan los niños y niñas, y finalmente los adultos. El 29 de octubre se coloca en el altar un vaso de agua para que beban sus seres queridos tras el largo viaje. En cada una de las casas, además, antes de consumir cualquier alimento, primero se ofrece a sus muertos la comida poniéndola sobre el altar.
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“Porque ellos están ahí, también tienen que consumir lo que nosotros estamos consumiendo. Primero a ellos y después nosotros. Siempre primero ellos y después nosotros y pues así todos los días, que no se nos olvida que están con nosotros”.
Los chajma cháxhoó
Cada año, cuando empiezan las festividades de muertos en esta comunidad, hombres, mujeres y niños se transforman en huehuentones para prestar sus cuerpos a las ánimas que regresan a la Tierra, y de esta manera puedan estar físicamente, disfrutar de la fiesta, las bebidas y los alimentos preparados para ellos.
Para esta transformación usan una máscara de madera que refleja el rostro de una persona anciana. Su vestimenta es de manta, lo que anteriormente usaban los indígenas mazatecos, un cotón —prenda de abrigo tradicional de la región—, un sombrero con una prolongada y delgada copa que representa el cordón umbilical que une a la Tierra y al inframundo, y que es el camino que siguen los difuntos. Finalmente, una mochila como representación del canasto que colgaba sobre los campesinos mazatecos.
Cerca de la medianoche del 27 de octubre, Carmela Dorantes recibe a los huehuentones en su casa; cuando terminan de cantar y bailar, les ofrece bebidas. En este primer día únicamente ofrece bebidas; dos o tres días después, los invita a su casa y es cuando les comparte alimentos.

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