Chilpancingo.— La tarde del jueves 21 de agosto, Petra Herrera Luna, de 24 años, llegó al nuevo hospital del IMSS-Bienestar de Tlapa, en la Montaña de Guerrero, con un dolor intenso en el estómago, y ahora se disputa entre la vida y la muerte.
Eran las 2 de la tarde de ese jueves, Manuela Luna Morales llevó a Petra, una chica sordomuda, a la clínica de su comunidad, Ahuatepec Pueblo. El médico encargado le negó la atención, le dijo que las fichas de atención se dan a las 8 de la mañana, que eso todos lo sabían.
Manuela se llevó a su hija a su casa, pero las molestias seguían, los dolores retorcían a Petra. No lo pensó más, pidió prestado mil 500 pesos y se la llevó al nuevo hospital.
En el hospital, un médico la revisó y le dijo a Manuela que tenía que hacerle un ultrasonido, pero lo tenían que hacer por fuera porque ya había cerrado esa área. La mujer tomó a su hija y la llevó a un laboratorio privado, se lo realizaron y le detectaron problemas con el apéndice, le sugirieron que regresara con urgencia al hospital y que, si tardaban en atenderla que se fuera a una clínica privada, en donde le cobrarían unos 25 mil pesos.
Manuela, sin dinero regresó al hospital. Revisaron el ultrasonido. A la mañana siguiente le informaron que era el apéndice. Le sacaron sangre y le dijeron que tenía que esperar porque había una fila de cirugías.
A las 8 de la noche del viernes, la ingresaron al quirófano. Toda la noche, Manuela no supo de su hija. A la mañana siguiente le informaron que la podía verla. A las 2 de la tarde le ordenaron que la bañara. Manuela detectó un líquido como “baba” que escurría por la herida. Le avisó a una enfermera, pero le dijo que era normal. La cambiaron y fue todo.
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El domingo, lo mismo: la “baba” empapaba las vendas y la bata que tenía puesta Petra. Ese día, un médico le dijo que era pus, que la herida se había infectado y que le aplicarían medicamento. También ordenó que le quitaran un punto a la herida para que saliera el líquido, pero lo hicieron sin anestesia.
“Ellos pensaron que a mi hija no le dolió porque no se quejó, pero ella no se puede quejar porque es sordomuda”, dice.
Manuela se preguntó lo básico: “¿Por qué se infectó tan rápido?
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La pus siguió saliendo. El lunes, otra cirujana vio a Petra. El líquido seguía saliendo por la herida. Le informaron a Manuela que la tenía que “abrir” de nuevo para revisarla. Ese mismo día la operaron.
Cuando terminó, la cirujana le dijo que el líquido que salía de la herida de Petra no era pus, sino excremento. No le dijo exactamente por qué, pero había la posibilidad de que en la primera operación le hubieran afectado un intestino.
“La doctora me dijo que había mucho riesgo, me dijo: hay de dos: o se cura o se muere. Yo sólo le dije que me la salvara”, cuenta la mujer.
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Manuela dice que el director del hospital se ha negado a darles el nombre del médico que operó la primera vez a Petra, ella no puso atención, dice, porque no sabe leer.
Petra la sigue pasando mal. Ahora no puede comer, todo lo que se mete a la boca lo vomita. Sigue con el dolor, pero lo que más le preocupa a Manuela es que se está debilitando.
Pero Manuela también la está pasando mal. Es diabética y ha pasado días sin poder comer.
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“No tenemos dinero, ya pasamos dos días sin comer, ayer un señor nos invitó unos tacos, pero ya no podemos”, dice.
El miércoles, Manuela le reclamó a los médicos, les dijo que ya era justo que el hospital pague los insumos y los medicamentos. En esta semana, calcula, ha gastado más de 10 mil pesos. Saca cuentas: los mil 500 prestados, más 4 mil que le dio su hermana, otros 3 mil que le prestó una vecina, más mil que tenía ella. Además, pagó los mil del ultrasonido y 2 mil 500 de un medicamento, pero ha tenido que pagar hasta los botes para los análisis y el paracetamol.
“No voy a aceptar que me entreguen a mi hija mal, yo sólo la traje por un apéndice, de verdad que me arrepiento, de haber sabido, me la llevo a una clínica particular”.