Florida.— Jornaleros con estatus irregular en Estados Unidos recorren en estos días el país, del sur al norte, durante más de 24 horas, para trabajar en las grandes extensiones de cultivos de vegetales y frutas que son la base de la alimentación de millones de familias.
Entre ellos está Antonio Flores y su familia, quienes recorren más de 2 mil 249 kilómetros, desde Dover, Florida, hasta Coloma, Wisconsin —cerca de la región de Los Grandes Lagos, en la frontera con Canadá—, para trabajar en la cosecha de pepino, chile y otros vegetales.
Otras familias migran a Michigan y Ohio para trabajar en la cosecha de pepino, chile y mora.
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Antonio y los suyos, así como otra docena de familias de origen oaxaqueño, hacen esta ruta cada junio. Sin embargo, en esta ocasión no están seguros de cómo será su travesía y si llegarán a su destino debido a las órdenes de detención del gobierno del presidente Donald Trump contra los migrantes.
Este año, las detenciones en las carreteras federales son lo que más les preocupa.
“Nunca le tememos a nada, pero ahora sí nos preocupa mucho encontrarnos con la migra en las carreteras grandes, porque nos han dicho otros paisanos que se paran en la carretera a revisar los papeles”, narra Antonio, quien se prepara para iniciar el viaje con su esposa e hijos menores de edad.
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Alistar el viaje
Antes de salir deben organizar sus documentos, entre ellos el pasaporte mexicano y la licencia de conducir que fue expedida en otro estado, porque en Florida ya no se permite que la obtengan personas con estatus irregular.
Sus hijos tienen identificación de ciudadano estadounidense, su esposa tiene el permiso de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés) pero él no tiene nada.
Además, deben llevar el auto al mecánico y revisan las instalaciones de su pequeño espacio, una traila, como llaman a las casas móviles temporales, para que esté en buenas condiciones al regresar.
El viaje a Wisconsin es por cuatro meses, de julio a octubre, y luego deben regresar a Florida, donde radican durante el resto del año, trabajando en la pisca de la fresa, calabazas y cebollas, entre otros tubérculos y frutas.
Antonio ha hecho el recorrido de Florida a Wisconsin por más de 20 años, así que conoce muy bien las paradas y los descansos.
En el trayecto hacia el norte, aprovecha para visitar y saludar a otros familiares, pero este año no está seguro de que puedan hacerlo. Duda qué ruta tomar para llegar más pronto o si debe hacer más paradas para no toparse con la migra, como llaman a los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés).
Ahora, el miedo no es por el cansancio o el agotamiento que implican jornadas de más de ocho horas de trabajo, ni el poco inglés, sino a ser detenidos por los policías de migración en la carretera federal antes de llegar al condado de Coloma.
Gente de campo
Antonio es del pueblo Ñu’u Savi de Santa María Teposlantongo, ubicado en el municipio de San Juan Mixtepec, Oaxaca, donde al menos dos integrantes de cada familia radican en Estados Unidos.
Antes de llegar a Estados Unidos, Antonio junto a sus padres y hermanas y hermanos, emigraron a San Quintín, Baja California. Ahí crecieron y trabajaron desde pequeños, porque en su pueblo natal las oportunidades eran nulas, no había trabajo ni dinero para alimentar a siete hermanos, así que iban por temporadas a la cosecha del jitomate, chile, mora y fresa.
Ya más adultos, migraron de San Quintín a Estados Unidos, primero a California, luego a otros estados, hasta llegar a Florida, donde la familia se quedó. Ahí, Antonio y cuatro de sus hermanos residen desde hace más de 20 años, pero nunca pudieron regularizar su situación.
Este hombre, que tiene más de 45 años, es uno de los que representa 1.2% del empleo directo en el sector agrícola en Estados Unidos, es decir, es parte de los 2.6 millones de personas que laboran en este sector.
De acuerdo con cifras del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, esa actividad y sus industrias relacionadas proporcionan 10.4% del empleo en el país.
El departamento señala que, en 2022, 22.1 millones de empleos, tanto a tiempo completo como parcial, estaban relacionados con los sectores agrícola y alimentario, lo que representa 10.4% del empleo total en Estados Unidos.
Antonio explica que trabajar en el campo no es sinónimo de hacerse de mucho dinero, porque al igual que en México, en Estados Unidos tampoco es bien pagado. Señala que no tiene mucho que el salario aumentó hasta 15 dólares la hora en algunas empresas del sector agrícola en Florida, pero muchos patrones se aprovechan y siguen pagando sólo 10 dólares.
“Depende del tiempo que uno lleva trabajando con ellos, no pagan bien el trabajo de campo acá en Florida”, dice Jaime Ramos, otro trabajador también de origen oaxaqueño, quien agrega que algunos de sus familiares se fueron con mucho miedo al estado de Michigan a la pisca de la mora.
En general, en los estados de la Unión Americana el salario mínimo federal es de 7.25 dólares por hora, pero depende de cada entidad y del sector. Las actividades agrícolas son las que se pagan más bajo.
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“Nos va más o menos porque trabajamos por contrato, y no por hora. Ahora que el precio de los alimentos ha subido, sería imposible sobrevivir con ese salario”, externa Antonio.
Explica que su año y su trabajo se dividen en temporadas. De noviembre a junio, en la siembra y cosecha de fresas, calabazas, duraznos y otras verduras y frutas en Florida.
De julio a octubre, en Wisconsin, donde se dedica al pepino, el chile y otros vegetales.
Al igual que en Florida, en Wisconsin los jornaleros trabajan por contrato, es decir, les pagan por cajas de fresa, por cubetas de chile y por libras de pepino que cosechan durante más de 10 horas.
“La vida en el campo no es fácil, pero es lo que sabemos hacer todos los días”, resalta Antonio Flores, quien no terminó la primaria por el ir y venir de su pueblo natal al norte de México, y luego su migración a Estados Unidos.
El reto de volver a EU
Narra que al principio, cuando empezó a trabajar en Estados Unidos, era sencillo cruzar la frontera.
Recuerda que lo agarraron dos veces, pero no le importó mucho y siguió yendo y viniendo de Estados Unidos a San Quintín. Pero con el tiempo, poco a poco, las autoridades migratorias estadounidenses endurecieron el paso en la frontera, sobre todo tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Dice que la última vez que visitó Santa María Teposlantongo fue en 2006, y desde entonces gradualmente hubo un incremento en la seguridad fronteriza. Pero en los últimos seis meses, con el inicio del segundo gobierno de Donald Trump, la angustia de ser reportado en cualquier momento ha ido en aumento para Antonio, sus hermanos y todos los trabajadores que están en una situación similar a la suya. No saben en qué momento pueden ser detenidos y deportados.
El pasado martes 17 de junio, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos permitió que se reanuden las redadas migratorias en granjas, hoteles y restaurantes, lo que no sólo podría detener a Antonio en la carretera federal, sino también en su lugar de trabajo.
En estos días, Antonio y el resto de las familias que se dedican al campo tratan de llevar una vida lo más normal posible, aunque procuran ya no salir a la calle más que para comprar comida o ir a trabajar, mientras deciden su ruta para migrar al norte de Estados Unidos.