Zacatecas.— “Pareciera que se los comió la tierra, ya es un mes y medio que se los llevaron unos hombres armados. Estamos muy adoloridos, porque no es uno, sino tres de mis hijos los que desaparecieron”, relata don Julio García, de 64 años, padre y abuelo de los tres wixárikas desaparecidos en los campos jornaleros del municipio de Calera.
Explica que, dado que son indígenas, “y no sabemos hablar bien el español, se nos dificulta mucho entender a las autoridades y sus investigaciones, lo que sí entiendo es que siguen sin avanzar y sin pistas para encontrar a Julio, César y Adrián”.
Calera tiene más de 45 mil habitantes y una de las principales actividades económicas es la agricultura de riego. En las temporadas de siembra y cosecha llegan decenas de wixárikas, procedentes de Jalisco y Nayarit para trabajar en los campos.
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Este municipio, ubicado en el centro de Zacatecas, es uno de los focos rojos de desapariciones. De acuerdo con estadísticas del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y no Localizadas de la Comisión Nacional de Búsqueda, del 1 de enero al 29 de agosto de este año suman 708 casos de personas desaparecidas en la entidad. Fresnillo ocupa el primer sitio, con 225, seguido de Guadalupe, con 107; Zacatecas capital con 79 y Calera con 39.
La población de Calera es muy pequeña en relación a los otros tres grandes municipios. En 2023 este pueblo reportó cerca de 60 desapariciones, equivalente a 1.6 personas por cada 100 mil habitantes.
Las desapariciones van al alza
En entrevista con EL UNIVERSAL, Maricela Arteaga Solís, comisionada nacional jurídica de los Pueblos Originarios y gobernadora indígena en esta entidad, asevera que “las desapariciones en Zacatecas se han incrementado mucho en los últimos años. Es una realidad que las autoridades no deben seguir negando (…). La preocupación no sólo es de los zacatecanos, ya alcanzó a nuestra gente indígena que sólo viene por temporadas a trabajar”.
Explica que en el caso de desaparecidos indígenas, la búsqueda se complica más “porque los wixárikas no entienden bien el español de los mestizos, mucho menos el lenguaje y las acciones jurídicas que usan autoridades e instituciones”.
La gobernadora menciona que la familia de los tres wixárikas tardaron tres días en interponer la denuncia de la privación de la libertad, porque no sabían que debían hacerlo.
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Explica que don Julio viajó a Zacatecas, desde la sierra de Jalisco, porque supo que habían encontrado a tres personas, pero cuando llegó en la fiscalía le informaron que no eran y debía interponer la denuncia. “Imagínese si no hubiera venido el papá, nadie se habría enterado de estos desaparecidos y el caso fuera invisible”.
Refiere que apenas la semana pasada ella supo del caso, porque los familiares la buscaron para que les diera acompañamiento, porque no comprendían la situación jurídica. Así, Maricela se percató que “no hay ningún avance real ni una línea de investigación concreta”.
“Cuando hay un desaparecido de un político o persona prominente se despliegan grandes operativos de búsqueda, pero aquí, con los indígenas, no se hizo mucho. Faltó empatía con ellos, porque son personas muy humildes y vulnerables, pero sólo veo un expediente con un sinfín de solicitudes para apenas recabar información a diversas instituciones”.
Subraya que la autoridad pidió el video de una cámara por donde se presume que pudo pasar la camioneta que se llevó a los wixárikas, pero indica que “ya va para dos meses y aún no tienen ese video, ya se corre el riesgo que ni exista, porque muchas veces las imágenes sólo quedan guardadas en la memoria por un tiempo de menos de un mes”.
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Señala que la Fiscalía y las autoridades gubernamentales deben intensificar la búsqueda.
“No sé por qué hacen esto con uno”
Julio García Carillo, de 40 años de edad, y su hijo Adrián García de la Cruz, de 18 años, tenían cerca de cuatro años que se quedaban por temporadas en la comunidad de Toribio, donde trabajaban como jornaleros en los campos de Calera.
Su otro hijo, César, de 24 años, prefería estar con sus abuelos, artesanos en Santa Catarina, en Mezquitic, Jalisco. Había formado su familia con Celina, con quien tiene una hija de tres años.
Celina menciona que César estaba estudiando la preparatoria y aprovechó las vacaciones para viajar a Calera para trabajar como jornalero. Apenas tenía dos días trabajando cuando ocurrió la tragedia.
La madrugada del sábado 13 de julio, hombres armados irrumpieron en una casa que rentaban varias familias de jornaleros indígenas, en la comunidad de Toribio. Al primero que agarraron fue a Adrián, pero Julio y César intentaron ayudarlo; los tres fueron sometidos a golpes y se los llevaron arrastrando.
Celina dice que la han intentado extorsionar. “No sé por qué hacen eso con uno, nosotros no tenemos dinero, no sé por qué juegan así conmigo y me hacen sufrir más”.