Alpoyeca.— Yair Santiago Escobar tiene 18 años y quiere ser enfermero. Todos los días a las 6:30 de la mañana sale de su casa en la comunidad de Ixcateopan, municipio de Alpoyeca, en la Montaña de Guerrero, rumbo a Tlapa para estudiar.
Cursa el tercer grado en el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep) en la especialidad de Enfermería general. En estos días, Yair regresa a su casa hasta las 9 de la noche porque también hace su servicio social.
Para poder estudiar y hacer su servicio, Yair gasta todos los días 250 pesos entre pasajes, almuerzo, comida y materiales.
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También quiere estudiar la licenciatura en Enfermería, pero para eso tendría que irse a Chilpancingo, Acapulco o Puebla. El traslado implicaría más gastos. Su familia también lo desea, pero todo depende de que su padre, Francisco Santiago Cervantes, siga trabajando en Estados Unidos, donde se encuentra desde hace dos años y medio.
Su permanencia dependerá de que el próximo presidente de ese país, Donald Trump, no cumpla sus amenazas de deportar al mayor número posible de migrantes.
Convertirse en migrante
El 14 de julio de 2021, Francisco salió de Ixcateopan con un amigo. Los dos se fueron a la frontera y contrataron a un pollero, que los metió al desierto y ahí se separaron.
Francisco no sabía qué hacer, era la primera vez que intentaba cruzar la frontera, y la primera vez que estaba tan lejos de su pueblo.
Como pudo, cruzó el desierto acompañado de otros migrantes que nunca había visto y nunca más volvió a ver.
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“No se rinda compañero, ya casi vienen por nosotros”, le decía un desconocido, relata Gabriela Escobar Benicio, esposa de Francisco y madre de Yair.
El 29 de julio de 2021, Francisco logró llegar a Nueva York para encontrarse con su hermano. También se reencontró con el amigo con el que salió de Ixcateopan.
La idea de irse a trabajar a Estados Unidos era algo lejano para Francisco. Ya había escuchado muchas historias de amigos y paisanos que estaban en aquel país, se enteraba de que enviaban dinero y veía cómo cambia la vida de las familias. Aun así, prefería estar cerca de sus cuatro hijos.
Un día de 2021, Yair, su hijo mayor, planteó a sus padres su sueño. Su madre recuerda que el joven habló con la firmeza de alguien que sabe que está decidiendo el camino correcto.
“Quiero ser enfermero”, les dijo.
La convicción del joven dejó a Francisco y a Gabriela preocupados. Sabían que tenían que hacer algo para que el joven lo lograra.
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No querían que la vida se le escurriera en los surcos sembrando maíz, frijol, calabaza, y que su única recompensa fuera sobrevivir.
Después de esa plática, Francisco pasó días pensando, viendo su realidad. Era campesino y en ocasiones hacía trabajos de albañilería. Le pagaban, por mucho, 150 pesos por una jornada de trabajo extenuante.
Entonces, la idea de irse a Estados Unidos lo fue acorralando, pero enfrentaba un problema muy grande: no tenía dinero ni para llegar a la Ciudad de México. En las semanas siguientes, se encontró con un amigo que había vuelto de Estados Unidos a Ixcateopan. El amigo le propuso un plan: que se fueran juntos y que él le prestaba con el compromiso de que cuando tuviera trabajo le pagara.
“Tenemos cuatro niños y todos están estudiando y quiero que sean algo en la vida, quiero que mi niño estudie Enfermería, y pues me salió esta oportunidad y pues me voy”, dijo Francisco a su esposa.
La noticia no le cayó muy bien a Gabriela.
“A mí me preocupa mucho que él no esté porque, así como están las cosas, los chamacos necesitan mucha atención”, dice la madre de familia.
Una mejor vida
Han pasado dos años y medio desde que se fue Francisco; allá ha trabajado empaquetando carnes, haciendo limpieza en empresas y cualquier otro tipo de empleo.
“Apenas me habló, estaba con harta calentura. Venía llegando del trabajo, le dije que por qué no se había quedado a descansar, pero me dijo que lo habían llamado y no podía perder la oportunidad”, platica la mujer.
Reconoce que las cosas no han sido fáciles, pero sin el dinero que manda Francisco sería imposible que Yair y sus tres hermanos estuvieran estudiando.
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Gabriela tiene bien claro que con el trabajo de Francisco en Ixcateopan no iban a lograrlo.
Calcula que a la semana se gasta hasta 2 mil 500 pesos sólo para que los cuatro hijos puedan ir a la escuela, más la alimentación.
Francisco envía unos 7 mil pesos quincenales, que apenas alcanzan para cubrir los gastos. Pero aun así, el margen es mayor que antes.
“Acá Francisco cobraba 900 pesos a la semana por andar de peón”, explica Gabriela.
Esos 900 pesos alcanzaban para comer frijoles con tortillas y salsa. La carne, la pizza eran gustos que se podían dar muy esporádicamente. Muchas veces, recuerda Gabriela, tuvieron que pedir fiado.
Ahora, en su casa no hay abundancia, pero el hambre ya no aprieta como antes.
“Francisco luego me llama y me dice: ‘Cómprale carne a los niños, algo de fruta, aunque sea de un kilo de algo que la prueben’. Y cuando le va bien sí me dice: ‘Cómprale su pizza a mis niños’, y se las compro”, cuenta orgullosa.
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La relativa estabilidad financiera que tiene la familia de Gabriela y Francisco depende de la ofensiva que pueda lanzar el gobierno de Donald Trump contra los migrantes.
Francisco es uno de los 900 mil guerrerenses que trabajan en Estados Unidos sin documentos.
En caso de ser deportado, el sueño de Yair de ser enfermero se podría venir abajo.
El tema de la deportación, dice Gabriela, no lo han hablado, piensa que él no los quiere preocupar. Francisco no tiene fecha de regreso, pero sí tiene un plan: en cuanto Yair se gradúe como enfermero y construya su casa se regresa, todo dependerá de que no sea deportado.