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Tlapa de Comonfort.— Más de 350 personas de la comunidad nahua de Ayotzinapa iniciaron ayer su migración anual a los campos agrícolas del norte del país a bordo de nueve autobuses.
El flujo migratorio aumentó considerablemente en esta temporada porque los campesinos de la región, quienes siembran maíz, aseguran que las cosechas serán mínimas debido a la sequía. No hay más alternativa para sobrevivir que enrolarse como trabajadores de las grandes empresas agroindustriales que exportan chile, jitomate, uva o verduras chinas a Estados Unidos y Canadá.
Desde las seis de la mañana, las jornaleras alistaban los últimos detalles: la olla y sartén que faltaban para cocinar; el petate, por si deben pernoctar bajo las estrellas; cobijas y algunas mudas de ropa.
A las ocho de la mañana, el corazón de la comunidad de Ayotzinapa empezó a agitarse, el movimiento de las familias comenzó a crecer como un río en las calles.
“Ya tengo 25 años migrando a los campos agrícolas. La primera vez viví en Lagunas. Luego me fui a Morelos, ahí rentaba un cuarto en mil 800 pesos. No me alcanzaba. Gracias a Dios sigo migrando al campo Buen Año, en Culiacán, Sinaloa. Mis seis hijos nos esperan en los campos. Somos una familia de migrantes”, dice Maricruz Cruz, mujer jornalera nahua.
Cuando no pueden ir a los campos de Sinaloa, migran a Chihuahua, Sonora, Baja California, Guanajuato, Nayari o San Luis Potosí.
“Nosotros le vamos a buscar para comer, porque no podemos quedarnos con los brazos cruzados y dejarnos morir”, expresa.
Con esta determinación, las familias más pobres de Guerrero ponen las esperanzas en su propia fuerza de trabajo.