Pachuca.— Francisco tiene 41 años de edad y apenas lleva unos días en México tras haber sido deportado de Estados Unidos, el pasado 20 de mayo. Sin embargo, su mente y su corazón siguen allá, en el país donde vivió la mayor parte de su vida y lo esperan sus tres hijas.
Su regreso a México no fue voluntario. Estuvo detenido tres meses en dos centros de reclusión migratoria en Kansas y Missouri, donde recibió tratos denigrantes, esposas, cadenas, amenazas y fue víctima de agresiones físicas por parte de integrantes del grupo pandillero Sur 13. Su cuerpo guarda aún las secuelas: un pómulo fracturado y una herida debajo del párpado.
Entre los recuerdos más amargos está lo que presenció en el centro de detención: “Hay una foto del presidente [Donald] Trump y los oficiales nos dicen que es para que recordemos quién fue quien nos deportó y para que no olvidemos que, mientras él esté en el poder, nuestra vida será un infierno si seguimos viviendo en su país”.
El origen de la pesadilla
Francisco recuerda el inicio de sus problemas. En 2010, mientras trabajaba en la construcción de una escuela, su jefe le pidió a él y a un compañero que acudieran a laborar a una base militar. Aunque inicialmente se negaron por no contar con papeles, les aseguraron que los permisos ya estaban en regla.
Pero alguien los denunció. Fueron detenidos y se inició un proceso judicial. En la Corte, la juez rechazó su solicitud de permanecer en el país por motivos familiares: “Yo no soy la Doctora Corazón”, le dijo. “Si está tan preocupado por su familia, váyase con ellos a México”. Salió solo del país por voluntad propia, pero regresó una semana después.
En 2014, la historia se repitió. Volvió a ser detenido y enviado de nuevo a México. A raíz de ese intento fallido, se le generó una orden de deportación de la que, según dice, no fue notificado hasta que fue arrestado nuevamente por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) en febrero de este año.
Detención y agresión
Su última detención ocurrió al salir de la Corte; había ido a firmar como parte de un proceso abierto por portar una credencial falsa. Inmediatamente fue llevado a las oficinas del ICE en Missouri y luego al centro de detención de Chase County, Kansas, donde estuvo del 20 de febrero al 2 de mayo.
Francisco tenía la esperanza de no ser deportado. Había iniciado el trámite para obtener la Visa U (un recurso legal para víctimas de delitos violentos en Estados Unidos), pero se le indicó que debía esperar bajo custodia hasta que se resolviera su situación.
Durante semanas estuvo desaparecido del sistema. Nadie sabía dónde estaba. Fue trasladado a Missouri una semana más, y luego llevado de regreso a Kansas antes de ser embarcado a México.
Recuerda que durante el vuelo de deportación coincidió con varios miembros de la pandilla Sur 13. Una de las mujeres que viajaban con ellos sufrió un intento de abuso. Francisco la defendió y por ello fue amenazado de muerte.
El 10 de mayo, recién ingresado al Centro de Detención del Valle, Texas, recibió un golpe en el rostro que le fracturó el pómulo. “Estaba por tomar un sándwich y un agua cuando sentí el golpe; la sangre empezó a correr. Los oficiales migratorios estaban ahí, pero dijeron que no podían hacer nada”, contó.
Solicitó asistencia médica, una llamada y atención consular, pero todo le fue negado. A punto de desmayarse, fue trasladado al hospital, donde los médicos concluyeron que no debía viajar. A pesar de ello, los oficiales migratorios insistieron en que se harían cargo y lo llevaron de regreso bajo custodia.
Lee también EL UNIVERSAL gana el Premio Gabo en Cobertura por Río Bravo, el caudal de los mil migrantes muertos
Intentó denunciar a su agresor, pero las autoridades le informaron que ya había sido deportado. Aun así, volvería a encontrárselo después, y nuevamente intentaría agredirlo. El 11 de mayo, con el rostro hinchado y una fractura en el pómulo, regresó a su comunidad de origen: Tecomatlán, en el municipio de Ajacuba, Hidalgo.
El sueño roto
Francisco cruzó por primera vez a Estados Unidos a los 15 años. En Hidalgo no había futuro. Su sueño de convertirse en arquitecto quedó enterrado por la pobreza: “Tengo dos hermanas más y preferí que ellas estudiaran”.
Una tarde, al escuchar a su padre hablar sobre la posibilidad de migrar, se anotó sin dudarlo. Pese a la oposición de su familia, partió acompañado de su padre y dos tíos rumbo al norte.
Fueron 45 personas las que cruzaron por San Ysidro. Caminaron días por el desierto, entre espinas y campos de algodón. “Los polleros nos dijeron que no había comida ni agua y que estábamos perdidos”. Pasaron 19 días en el desierto. Sobrevivieron gracias a pan mohoso y una botella de agua que compartieron entre cinco personas. Sus tíos y su padre, hombres de campo que sabían leer el cielo, los guiaron hasta encontrar el camino.
Trabajó dos años en la construcción. Apenas ganaba lo suficiente para sobrevivir y enviar algunos dólares a su madre. La soledad y la precariedad lo hicieron regresar a México, donde conoció a su pareja. Pero el sueño americano le llamaba. Reunió dinero y volvió a intentar cruzar, esta vez por el desierto de Altar. “Fue peor”, dice. El agua y la comida se acabaron rápido. Después de cinco días sin nada, fueron encontrados por la Patrulla Fronteriza. “Nos faltaban 10 días más”. Esa vez la Migra fue un milagro.
En un tercer intento logró cruzar y, aunque le tocó vivir la recesión económica, consiguió reunir dinero para llevar a su pareja con él. Tiempo después nacieron sus hijas: Camila, que hoy tiene 17 años, y luego Karina y Karen.
Lee también Una mirada social a la migración en México
En total, Francisco ha cruzado una decena de veces. Algunas lo ha logrado, otras sólo lo ha intentado. Su vida en Estados Unidos no ha sido lo que imaginó de adolescente. Pero ante la pregunta “¿ha valido la pena?”, responde sin dudar: “Por mí, no. Por mis hijas, sí. Acá no les hubiera podido dar el nivel de vida que ahora tienen”.
El amor que lo mantiene firme
Francisco ahora lucha por conseguir la Visa U que le permita regresar legalmente con su familia. Sus hijas lo esperan. “Tal vez ellas no me necesiten, pero yo a ellas sí”, dice entre lágrimas.
Está dispuesto a volver a cruzar. Si no puede hacerlo por la vía legal, lo intentará de nuevo por el desierto, aunque ya ha estado a punto de perder la vida ahí dos veces. “Ni el hambre ni el sol, ni la cárcel, ni la pandilla Sur 13 me quitarán la vida, porque mi vida ya está allá”.
Sube la agresión en las detenciones
Manuel Aranda, titular de la Oficina de Atención al Migrante en el estado, considera que la política migratoria del presidente Trump busca, sobre todo, causar terror. Es más una situación sicológica que de números, ya que se observa que en términos reales las deportaciones han sido menores a las que se registraron en el gobierno de Joe Biden.
Precisa que de enero a junio se tienen mil 536 deportaciones, menos que las registradas en otros años, y se prevé que la tendencia alcance alrededor de mil 900. Sin embargo, en 2022 el total fue de 5 mil 234, con 3 mil 22 en el primer semestre del año; en 2023 alcanzó 4 mil 903, con 2 mil 106 en el primer semestre; en 2024 hubo 4 mil 927, y en el primer semestre se registraron 2 mil 563.
De esta manera, en términos numéricos la política antimigrante es menos fuerte, pero más agresiva en su forma, con cárceles como la de Florida, rodeada de caimanes; igual que con redadas y amenazas diarias. En el caso de Hidalgo, señala que la entidad ocupa el lugar número ocho en cuanto a expulsión de mano de obra a ese país, y tras las políticas de Trump ha disminuido la salida de hidalguenses.
Por su parte, Gabriela Mera, titular de la Dirección de Bienestar y Atención al Pueblo del municipio de Jacala, de donde es originario Francisco, lamenta que en su localidad no existan fuentes de trabajo que puedan generar el arraigo de la población, por lo cual muchos tienen que salir en busca de oportunidades a Estados Unidos.