Más Información
Cancillería responde con nota diplomática a EU; embajador Ken Salazar criticó hoy estrategia de seguridad de AMLO
Morena y aliados avalan reforma para ampliar delitos con prisión preventiva; excluyen narcomenudeo y defraudación fiscal
Senado turna a San Lázaro reforma para crear “súper secretaría”; García Harfuch liderará estrategia de seguridad
De Monreal a exfuncionarios de Sheinbaum en CDMX; escándalos de políticos de la 4T en aviones y helicópteros
En el centro histórico del pequeño municipio poblano de Chietla, zona asentada casi en los límites entre Morelos y Guerrero, Doña Ricarda Espinosa Leal, con sus 88 años a cuestas y su hija María Luisa Villalva Espinosa de 59 años, se mantienen en pie entre los escombros de su vivienda golpeada por el sismo del 19 de septiembre de hace un año.
Nada cambió, es más empeoró. A la distancia, ambas siguen igual. La vivienda que albergaba a cinco familias del clan ahora sólo está reducida a dos cuartuchos rodeados de escombros y paredes derruidas; las 26 veces que llenaron un camión de volteo para sacar el material fueron insuficientes.
En el censo, la enorme construcción fue catalogada como daño parcial cuando era evidente que era total. La octagenaria Ricarda y María Luisa recibieron sólo 15 mil pesos que medio sirvieron para derruir el 80 por ciento de la edificación y medio sacar los ladrillos, block y repellado. Les prometieron otros 15 para diciembre.
En esta región, de las dos mil viviendas que resultaron con afectaciones, si acaso el 20 por ciento ha logrado ser reconstruida, porque casi a todos les dieron esos 15 mil pesos para reconstrucción y muy pocos fueron beneficiados con daños totales, que les permitían recibir al menos 120 mil pesos.
Y la migración fue la única opción para cientos de habitantes, como los familiares de Ricarda y María Luisa: Uno se fue para Cuautla, Morelos; otro, para Puebla capital; otra para La Toma, en la comunidad de San Miguel; y una más para Tijuana.
Un año después, las lágrimas nuevamente recorren su rostro. “Estoy como si estuviera yo en la calle”, afirma con voz lenta y con una risa forzada. Su mayor preocupación es que en el acceso principal sólo tienen una sábana como puerta. “Se oye que pasan corriendo y creen que no vive nadie”, agrega.
Sin embargo reconoce que seguirá viviendo en esa raída casa hasta que la dejen, porque –dice- “todos modos el día que muera yo, ahí se queda todo”.
Un año atrás, la que no cabía en angustia era su hija María Luisa Villalva Espinosa.
“Mucha tristeza, acá nací, acá viví con mi esposo y ahora me quedé sin nada”, dijo en aquella ocasión, pero se mostraba con esperanza porque la promesa oficial era levantar dos cuartos con un baño.
Hoy sigue igual de angustiada, pues sólo le quedó una parte de vivienda en pie, otra derruida y una más fracturada, perdió su tienda y medio come con lo que los vecinos le ayudan.
“Sin la ayuda de nada porque no hay nada concreto, o sea, ya se le metieron los 15 mil pesos, tengo el comprobante del albañil que ya se le metió”, dice la viuda de un militar.
Funcionarios estatales y federales prometieron ayudarle a reconstruir al menos su tienda para sacar un recurso, pero todos se olvidaron de ella y de todo un pueblo, cuyos habitantes –los más afortunados- han tenido que agarrar de sus ahorros para hacer reparaciones mayores.