Perote, Ver.— En las entrañas de un intenso bosque de niebla, un puñado de infantes con cachetes rojos manzana y sonrisa de sandía, forman un círculo, y cual conejos, ansiosos esperan las palabras que surgen de una joven llamada Arely León.
En los alrededores de los campos de cultivo de papa, donde deambulan borregos y chivos, brotan cientos de historias fantásticas que las almas más jóvenes hacen suyas.
Como estudiante de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana, Arely encuentra su madriguera en la comunidad de El Conejo y se mete en la imaginación de docenas de niños y niñas.
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Verano tras verano, durante los últimos 12 años, ella logra congregar a la población infantil de este comunidad arraigada en las faldas de la octava montaña más alta de México, que decide viajar por el mundo con cuentos infantiles desde la cúspide del Cofre de Perote.
“Habla sin voz, vuela sin alas y trae noticias buenas o malas”, se escucha decir a una pequeña que agarra con fuerza un libro de colores brillantes. “Hemos aprendido a leer, a jugar y a aprender más”, agrega otra.
Se trata de un trabajo comunitario que realiza la mujer de 35 años. A veces en solitario, otras con amigos lectores, sube a la montaña, se adentra al monte, al verde de los árboles para cambiar la visión de las nuevas generaciones.
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Cuentos universales
En el altavoz de la comunidad se escucha un raro acento, desconocido para los pobladores.
Una voz argentina se presentaba desde la Plata en Buenos Aires y lo hacía con la historia de La hormiga Agustina.
“Buenos días o al menos aquí en mi ciudad es de día, les cuento: yo vivo en La Plata, una ciudad que queda en un estado que se llama Buenos Aires y un país que se llama Argentina, en la otra punta del mundo”, les dice, con voz pausada, la prestigiada cuentista Laura Dippolito.
En los campos de cultivo, cuando los menores terminaban la faena de limpiar la mata de la papa, encendían el celular, le conectaban una bocina y escuchaban atentos unas voces muy raras, venidas de la otra parte del mundo.
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“Hola a todos los niños y niñas de El Conejo, soy Olaia y tengo cinco años y medio, os vamos a contar un cuento yo y mi madre”, escuchaban la voz tierna de una niña española
Y su madre Malala Giménez, desde Vigo, España, les decía: “Hola amigos de El Conejo, les vamos a contar un cuento que se llama Una Historia… Érase una vez una página en blanco…”.
Amigos, bibliotecarios, narradores, cuentacuentos salieron al rescate y le mandaron audios con historias que eran transmitidas en el altavoz comunitario y se replicaban en los celulares de las familias.
El movimiento se extendió a todo México y llegaron audios de Islas Canarias, Argentina, Colombia, España; Laura Dippolito, Maipy Duarte, Nacho Pata, Adolfo Córdova, Patricia Barrón, escritores de literatura infantil, artistas en el quehacer por las infancias se sumaron.
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Del campo para el campo
Su padre Ángel León, un campesino productor de leche y quesos, leía y leía cuentos con la esperanza de que su hija hablara. Años sin decir una sola palabra y entonces los cuentos fueron la forma de descoserle los labios.
Así entró en un mundo imaginario que la llevó a la Facultad de Letras Españolas, donde acabó, muy a su pesar, haciendo correcciones de ortografía en Televisión Universitaria.
Su llegada a El Conejo fue cuesta arriba: “Un acto de magia”, fue su primer proyecto y con su maletita de libros se abrió camino en la comunidad. En honor a ella surgió Cuentos para Conejos.
Arely tiene dos sueños para sus conejos: tener un espacio en un carrito bicicletero para subir las maletas monte arriba y que sus niños tengan actividades fuera del campo.