Pachuca.— La noche del jueves 9 de octubre, el templo de San Juan Bautista se convirtió en refugio de los 300 habitantes de la comunidad de Chapula, enclavada en la montaña de Tianguistengo, en Hidalgo.
Al quedar incomunicados, recibieron ayuda de sus vecinos de Polintotla, quienes les llevaron comida y difundieron los mensajes que escribieron para sus familias que viven en otras partes de Hidalgo y Estados Unidos.
La esperanza apareció poco a poco, en hojas de papel con nombres, números telefónicos y mensajes: “Estamos bien”.
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“La familia está bien, haz hasta lo imposible por pedir ayuda, sácanos de aquí”.
“Le dicen a Linda que sus niños están bien. Familia de Conrado, estamos bien”.
“Decirles a mi familia que todos estamos bien de salud. Necesitamos ayuda, no tenemos salida. Hablen con el Ejército. Todos los de Chapula estamos vivos. Díganle a Carlos, Samuel, Mimi y hermanos, por favor”.
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“Rosalba Hernández, por favor avisa a mi papá y a Neto que estamos bien, no se preocupen”.
“No se preocupen, todos estamos bien. Corran la voz; no podemos salir, pero estamos vivos”.
Esos mensajes fueron el inicio del rescate. Sus familiares en Hidalgo y Estados Unidos se unieron para contratar helicópteros, con los que han logrado evacuar a la mayoría del pueblo.
La tragedia
En uno de esos mensajes estaba el número telefónico de María Antonieta, quien relata a EL UNIVERSAL lo que sucedió en su pueblo.
“Eran como las ocho y media [de la noche del jueves 9 de octubre]. Mi hija Alondra salió a ver el río, porque se escuchaba un sonido muy fuerte”, cuenta.
Alondra, de 20 años, no fue muy lejos porque la lluvia apenas le permitía avanzar. Alguien le advirtió que el río se había desbordado y que debían abandonar la casa.
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Poco a poco la voz se corrió y el grito de ‘¡salgan!’ se convirtió en la alerta que pudo salvar a casi toda la población. Aun así, cinco personas perdieron la vida.
La mayoría buscó refugio en la iglesia de San Juan Bautista, y el resto en la cancha de futbol, en la parte alta del pueblo. “Lo único que nos quedaba era rezar”, relata María Antonieta.
En su casa, dice, sólo había mujeres: sus tres hijas, Ingrid, Alyn y Alondra, además de una sobrina y su suegra, Juanita González, una mujer de 81 años que no puede caminar. Entre las mujeres la cargaron y, como pudieron, avanzaron hacia la iglesia.
“Esa noche fue la más larga. Todos rezaban, algunos lloraban, y sólo rogaban poder ver el amanecer, pero de día se vio la destrucción. Las casas estaban cubiertas de lodo, piedras y palos, lo caminos no estaban y los animales estaban muertos”, recuerda.
Dice que la desesperación se extendió varios días, pues quedaron incomunicados.
“Una mañana llegaron al pueblo unos 30 hombres, venían cansados, mojados y cubiertos de lodo. Eran de Polintotla, querían saber qué había pasado en Chapula”, cuenta María Antonieta.
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Fueron ellos quienes, con sus teléfonos, grabaron videos y tomaron fotos de los mensajes que la gente de Chapula escribió a mano.
María Antonieta dice que lo que más deseaban era salir del pueblo, pero no podían.
“Solo Chapula”
“Hija, soy tu papá Israel. Quiero que sepas que estamos bien, en cuanto pueda me comunico contigo o sino te voy a buscar. Cuídate, no te muevas de donde estás. Te quiero y cualquier llamada que te llegue responde porque te voy a marcar de otros teléfonos, el mío no tiene carga. Sólo te pido que te cuides y no te muevas de lugar”.
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Este es el mensaje que Israel le dejó a su hija Celet, de 18 años, y que, como un milagro, llegó hasta sus manos.
“El día que me llegó el mensaje me puse a llorar; no pude evitarlo. Yo era la única acá, y allá estaban mis padres, mis hermanos, mis primos, mis tíos, mis abuelos (…) todos. Mi papá, desesperado por no saber de mí, y yo desesperada por no saber de ellos”, recuerda.
Los mensajes fueron el motor para que las familias se organizaran, así surgió el grupo ‘Sólo Chapula’, en WhatsApp.
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Más de 500 personas participaron, reunieron víveres y dinero para enviar ayuda. primero intentaron usar drones, pero luego contrataron helicópteros, y el martes 14 de octubre comenzó la evacuación.
Fue la ayuda de los migrantes en Estados Unidos la que permitió pagar los vuelos.
Hasta ayer, casi toda la población había sido evacuada. Sin embargo, hay algo que María Antonieta no puede superar: haber dejado a sus perros y sus gatos. Sólo pensar que morirán de hambre la hace llorar. “No pude hacer nada por salvarlos ni traerlos conmigo”, dice entre sollozos.
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El mensaje que Israel le dejó a Celet aún la conmueve profundamente. Ella dice que su padre le escribió para darle fuerza y evitar que corriera riesgos al intentar buscarlo, pero eso era imposible: “Movería cielo, mar y tierra por volver a estar con los míos”.
De su familia, dice, aún faltan tíos y primos; algunos necesitan medicamento y están deshidratados, pero están a salvo. Su padre llegó deshidratado, y sus dos hermanas, una de tres años y otra de 12, tienen infección estomacal, porque tuvieron que alimentarse de un cerdo muerto por la inundación y beber agua de goteras.
Hasta ayer, aún quedaban unas 25 personas en el pueblo por las que todavía debían luchar.
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