Chilapa, Gro.— Carlos es un hombre robusto, con una barriga pronunciada que en cuanto entra al Parque Nacional Juan Álvarez, en Chilapa, Guerrero, muta en un corredor de fondo: lo recorre a paso tan firme y constante que parece incansable. Tiene gestos sobrios, pero un trato amable, siempre está dispuesto a ayudar.
Se gana la vida como albañil y campesino: siembra maíz, calabaza, frijol y, ahora, algunos árboles frutales. Es el líder del grupo Los Camaleones, cuidadores del Parque Nacional.
Petra es una mujer menudita, con la piel tostada por el sol. También ha adquirido habilidades para caminar con rapidez en las veredas del parque. Es campesina y es la líder del grupo de mujeres Las Guardianas, que también cuidan el bosque.
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Carlos y Petra son esposos y desde 2020 decidieron proteger el Parque Nacional Juan Álvarez de los ocoteros, taladores, de los incendios y de cualquier otra amenaza.
El Parque Nacional Juan Álvarez está conformado por 528 hectáreas divididas en los municipios de Chilapa y Atlixtac, en los límites de la región Centro y La Montaña. Está colmado de pinos y encinos delgados. Es un bosque que se está regenerando después de años de tala.
Dentro del bosque hay mucha vida: ahí viven coyotes, gatos de montaña, zorrillos, zanates, tlacuaches, tejones, iguanas, venados, conejos, perdices, codornices, ratas, culebras, zopilotes, víboras, alacranes, gavilanes y hasta los pobladores han avistado pumas y una especie endémica de camaleones.
Pero, sobre todo, el Parque Nacional es proveedor de agua para muchos pueblos.
“Cuando nosotros éramos niños había árboles que no se podían abrazar completamente por lo grueso”, cuenta Carlos.
Estos, a diferencia de los taladores de los árboles, no se los llevan completos ni pertenecen a la industria maderera, ellos los desgarran poco a poco, es como si les quitaran las venas, y el árbol deja de alimentarse y entonces se debilita, se seca, mueren sus raíces y se derrumba.
Cuando un árbol es ocoteado difícilmente se puede rehabilitar, el daño es irreversible. Los Camaleones calculan que por cada árbol —de 60, 70 años de vida— los ocoteros pueden ganar unos 800 pesos.
Lo que les quitan a los árboles lo venden en mercados, en los tianguis, en montoncitos que son ocupados por lo regular en encender un fogón, el anafre o la parrilla de la carne asada.
Detener el ocoteo es, ahora, la principal misión de Los Camaleones y Las Guardianas.
Ambos grupos son pobladores de la comunidad de Xulchuchio. Recorren a pie unas 200 a 300 hectáreas en busca de los ocoteros. Siempre lo hacen unidos, sin armas, sin un pago fijo, sólo con la voluntad de proteger el parque. No tienen un día fijo, con la finalidad de sorprender a los ocoteros.
Los Camaleones y Las Guardianas no sólo vigilan el bosque, también lo mantienen: hacen trabajo de reforestación, de mantenimiento y se convierten en brigadistas cuando hay un incendio en la zona.
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Parque histórico
Esta zona conocida como El Ocotal fue declarada como Parque Nacional en 1964, por decreto del entonces presidente Adolfo López Mateos.
La decisión se tomó como una medida de urgencia para detener la erosión del suelo y, a diferencia de otros parques nacionales, la tenencia de la tierra no se expropió, es decir, los dueños siguen siendo los ejidatarios, pero sin ninguna posibilidad de extraer algo que le pertenezca al bosque.
Después del decreto, el parque fue abandonado; ni presupuesto se le asignó. Los taladores siguieron, fue invadido y a casi nadie le importó el deterioro.
Hasta 2015, cuando a Chilapa llegó el biólogo Carlos Sánchez de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), se volvió a mirar hacia este parque.
El trabajo de Carlos ha consistido en acudir al origen del bosque: sus dueños, los mismos pobladores. En los últimos años ha trabajado en la organización, pero, sobre todo, en la concientización del cuidado de bosque, de la importancia que tiene para ellos y para toda la región.
El trabajo ha sido lento por la falta de recursos suficientes, pero los resultados están a la vista. En los primeros recorridos que hicieron, recuerda, hallaban que de 10 árboles nueve estaban ocoteados en distintas áreas.
Uno de los resultados más visibles es la organización de la comunidad de Xulchichio. En este lugar dejaron de ser ocoteros para vigilar los árboles.
“Muchas veces lo que falta es información, no es que los pobladores tengan la intención de destruir el bosque, es que no cuentan con la información y desconocen las consecuencias; no podemos siempre aplicar medidas punitivas”, explica.
Para el biólogo es fundamental que el proyecto funcione en Xulchuchio, porque es la punta de lanza de todo un corredor biocultural que comenzaría aquí, pasaría por La Montaña y terminaría en zona de La Cañada, en el municipio de Huamuxtitlán, ya pegado con Puebla.
El gran problema de combatir el ocoteo es que el enemigo está en casa. “El problema es que cuando nosotros vamos bajando ellos van subiendo, nos están vigilando, saben nuestros movimientos”, explica uno de los integrantes de Los Camaleones.
Carlos, el líder de Los Camaleones, explica que en su comunidad Xulchuchio hay unas 10 familias que siguen ocoteando. Antes eran unas 100, recuerda. Estas 10 familias por lo regular suben al parque los viernes y sábados para vender el domingo en el tianguis de Chilapa.
Son familias que han tomado el ocote como su fuente de ingreso; ganan unos 800 pesos y ese dinero lo ocupan para comprar alimentos.
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