Juchitán.— Fieles a las celebraciones prehispánicas y a las tradiciones judeo-cristianas, miles de familias juchitecas acudieron al panteón este Domingo de Ramos, donde convivieron con sus muertos, justo en el inicio del nuevo año zapoteco.
En un ambiente de sentimientos contradictorios, entre alegría, resignación y tristeza, hombres y mujeres de todas las edades —acompañados de sus hijos y nietos— llevaron flores y veladoras a las tumbas donde descansan los restos de sus seres queridos.
De acuerdo con la tradición judeo-cristiana, en esta fecha de Domingo de Ramos se inicia formalmente la Semana Santa y se recuerda el pasaje bíblico cuando Jesús entra a la ciudad de Jerusalén montado en un burro, como señal de humildad.
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Aunque, de acuerdo con la cosmovisión prehispánica, para los zapotecos es el inicio del nuevo año, explica el investigador Víctor Cata.
A lo largo de los amplios pasillos del panteón, que se estrecharon por las mesas en las que cientos de mujeres venden sus dulces típicos, antojitos, cervezas, tamales de iguana y aguas de frutas naturales, fue imposible caminar por la multitud, conforme pasaron las horas.
Las autoridades municipales anunciaron que desde las seis de la mañana y hasta las nueve de la noche se brindarían los servicios de agua e iluminación, de vialidad y atención médica.
Hasta hace algunos años se acostumbraba que las familias amanecieran brindando en las tumbas, entre llanto y anécdotas.
En cada Domingo de Ramos, las familias desayunan empanadas y tostadas en las tumbas limpiecitas y decoradas con arreglos florales; otras comen garnachas y los suculentos tamales de iguana con huevos del reptil. La mayoría bebe, cena y llora por sus muertos.
De visita a la tumba de su hermano Rolando, el director del Instituto de Lenguas del Estado de Oaxaca, Víctor Manuel Vásquez Castillejos, recordó las investigaciones del historiador oaxaqueño Fray Francisco de Burgoa, en torno a que el Domingo de Ramos es el inicio del nuevo año para el pueblo zapoteco.
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Afuera del camposanto, cientos de vendedores y vendedoras de tacos, garnachas, tamales de iguana, cascarones de huevos de gallina rellenos de ceniza y confeti, cervezas, globos, muñecos de peluche y muchas cosas más, aprovechan esta celebración para ganar unos pesos para llevar a casa.
Frente al acceso principal del panteón, están las mujeres que viven de la elaboración y venta de dulces típicos, como las regañadas —un pan típico que se hace especialmente para esta fiesta—, las torrejas, los curtidos de ciruelos y nanches, así como los dulces de camote, papaya y almendras, además de limones rellenos de coco rallado.
A las nueve de la noche, se apagan las luces del panteón, las familias se retiran a sus casas y se alistan para que a fines de octubre, días antes de la fiesta de Todos Santos, reciban a sus muertos en Xandú, en altares o Biguié, con flores, velas y veladoras, panes, café, tamales y mezcal.