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Chilpancingo.- El lunes, el obispo de la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, amaneció en boca de todos. En los periódicos, en las estaciones de radios, en las conferencias de prensa, en voz de los candidatos… todos hablaron del sacerdote. Unos lo lincharon, otros lo apoyaron y otros sigilosamente cerraron la boca.
El Viernes Santo el obispo lo volvió hacer, se reunió con un líder de la delincuencia organizada y dio detalle. Dijo que lo llevaron en un helicóptero que pagaron los pobladores con una cooperación que hicieron; que la reunión fue en la Sierra, un territorio casi impenetrable para todos, hasta para corporaciones policiacas.
Llegó hasta ese lugar para agradecer a un líder criminal por haberles devuelto la luz eléctrica y el agua a todo un pueblo. Y aprovechando el viaje, dijo, le hizo una petición: que no hubiera más asesinatos contra candidatos en este proceso electoral. Todo lo contó el Domingo de Resurrección al término de una misa en mercado central de Chilpancingo.
El obispo Rangel llegó a la Diócesis Chilpancingo-Chilapa en agosto de 2015. Llegó a hacer su trabajo pastoral en un territorio que casi es el infierno: Chilpancingo, Chilapa, la Sierra y, desde hace unos meses, la Tierra Caliente.
En diciembre de 2017, el papa Francisco lo nombró cómo administrador de la Diócesis de Altamirano, en la Tierra Caliente, mientras nombra a uno nuevo. El anterior obispo, Máximino Martínez Miranda, dejó la diócesis por la inseguridad: el crimen le mató a tres sacerdotes y lo intentó secuestrar.
En el territorio que predica Rangel operan las bandas delictiva más crueles de Guerrero: Los Rojos, Los Ardillos, El Cártel de la Sierra, La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios, Los Tequileros y Guerreros Unidos.
Desde que llegó al estado, Rangel ha sido de los pocos críticos a la estrategia de seguridad y de los pocos que nombra las cosas como son. Ha dicho que los narcotraficantes y políticos están aliados; que dialogan en lo oscuro aunque lo nieguen en público y, también ha dado a conocer lo que ningún político se atrevería, aunque lo haga: que dialoga con los criminales. “Sé de varias presidencias municipales que han estado impuestos los candidatos de parte del narcotráfico, como algunos diputados también, sostenidos por el narcotráfico”, dijo.
A las palabras del obispo se le pueden poner rostros. Recordemos: José Luis Abarca, el edil de Iguala que puso la presidencia al servicio de Guerreros Unidos o el Tequilero número uno, como nombró el fiscal general, Javier Olea Peláez, al diputado local del PRI, Saúl Beltrán, a quien el Congreso local lo procesa por dos crímenes y por darle protección a Raybel Jacobo de Almonte, líder de Los Tequileros.
Sus encuentros con criminales comenzaron hacerse públicos este año. Pero ha dicho que iniciaron desde hace casi dos años. Rangel fue el que estableció el primer contacto con el líder del narco. Un día, contó en una entrevista, un sacerdote le llamó para pedirle que interviniera para que no lo asesinaran. La semana siguiente se apersonó en la Sierra para pedirle al capo que no matara al sacerdote.
Después la ha hecho de mediador entre los grupos delictivos y, ahora, para pactar paz para los candidatos. Lo ha hecho público, para que no lo acusen después de pertenecer a un grupo delictivo.
Sus palabras ha molestado a muchos, sobre todo, a los integrantes del gobierno de Guerrero. Ha soltado cosas como esto: “Yo siempre he dicho: ‘Guerrero está en manos de los narcos. La autoridad oficial ha sido sustituida por los narcotraficantes’”. Sus constantes declaraciones mantienen en vilo su relación con el gobierno de Guerrero, apenas en febrero se tensaron aún más, cuando el fiscal general criminalizó a los dos sacerdotes que asesinaron en una carretera de Taxco. Como fraile franciscano, dice Rangel, sólo intenta hacer lo que San Francisco de Asís hizo en el poema de Rubén Dario, Los Motivos del lobo.