Chilpancingo.— Pasaron 44 años para que Juana Neftalí González Barrientos descubriera que su esposo la engañó.
Hace ocho meses, Juana Neftalí se puso a hurgar entre sus cosas, y entre ellas halló las cartas que, cuando tenía 20 años, su esposo le dio a guardar. Nunca sospechó que esas hojas que le daba a guardar no eran “documentos” —como le decía— sino cartas enviadas por sus amantes.
No lo supo, por una razón simple, Juana pasó 62 años de su vida sin saber leer ni escribir. Cuando las pudo leer —recuerda— lloró de coraje. Se sintió engañada y al mismo tiempo comprendió muchas cosas que pasaron hace cuatro décadas, entre ellas, la presencia de algunas mujeres en el velorio de su esposo que lloraron desenfrenadamente.
También recordó cuando su esposo no fue al parto de su hija mayor por quedarse a cuidar las vacas y los becerros en Campo de Aviación, el pueblo enclavado en la sierra del municipio de Heliodoro Castillo, donde vivían. En realidad, una semana antes había nacido su otro hijo.
Lee también Evaluación de trayectorias de aprendizaje: una educación basada en evidencias
Juana se incorporó hace tres años al Centro de Educación, Arte y Cultura Paulo Freire por invitación de David Teliz, coordinador del centro. Él la instó a estudiar la primaria. En un principio, Juana se resistió; había vivido la mayor parte de su vida sin saber leer ni escribir, aunque había construido su casa y mandado hasta la universidad a sus dos hijos.
Aprender a leer y escribir era un pendiente que tenía. Toda su vida hizo lo imposible para que nadie descubriera que no sabía hacerlo. A Juana se la robó su esposo cuando tenía 15 años. Vivía en La Providencia, en la sierra que conecta Acapulco con Chilpancingo. Se la llevó a vivir a su pueblo. A los cinco años, el hombre murió en un accidente.
Juana no quiso regresar con sus padres y se trasladó a Chilpancingo. Vivió bajo puentes, le dieron asilo, logró sobrevivir. Tuvo infinidad de trabajos: camarera, ayudante de albañil, cocinera y vendedora. Nadie la descubrió. La vida le enseñó lo básico de sumar y restar, eso le valió para mantener algunos empleos.
No tuvo una vida fácil, pero hasta que unas vecinas la invitaron a solicitar un préstamo de manera conjunta entendió que no podía seguir sin saber leer ni escribir. Juana accedió al préstamo grupal, pero por no saber leer no entendió que si una de las integrantes no pagaba lo tenían que pagar entre todas. Después de meses eso ocurrió.
Aunque no le gustó la idea, al final decidió saldar su deuda y salirse del grupo. Ahí decidió estudiar. Juana ya concluyó la primaria y secundaria, ahora cursa la preparatoria.
Un espacio de arte y educación
Hace ocho años, David Teliz llegó al Centro de Salud de la colonia Bella Vista, al poniente de Chilpancingo, pidió permiso para dar clases en el pórtico. Ahí, todas las tardes organizaba grupos de alfabetización conformados como parte de la plaza comunitaria Ignacio Manuel Altamirano, del Instituto Nacional para la Educación de Adultos (Inea).
Meses después, el director del Centro de Salud lo invitó a dar clases dentro del inmueble. Dos años después, el centro fue reubicado. La construcción vieja y deteriorada que dejó atrás fue suficiente para que David fundara el Centro de Educación, Arte y Cultura Paulo Freire.
La idea era la misma: que siguiera operando la plaza comunitaria del Inea, pero que también se convirtiera en un espacio de cultura y arte. Ahí se alfabetiza, se dan clases de primaria, secundaria y preparatoria, además de talleres de pintura y manualidades y se proyectan películas.
Lee también Estudiante armado ingresa a CBTIS 222 de Pachuca, Hidalgo; es detenido
Es un espacio que se ha mantenido en pie gracias a los jóvenes y adultos que de forma voluntaria dan las clases, pero también por quienes reciben las clases y los vecinos de la colonia. Todo lo que hay —dice David— es donado. Las butacas, los pintarrones, los ventiladores, el refrigerador, los escritorios, los libreros. Ellos, profesores y alumnos, lo pintan, lo resanan, lo limpian. Todo es colectivo.
Pero, sobre todo, agrega, el Centro de Educación, Arte y Cultura se ha convertido en un refugio de todos aquellos que el sistema educativo, económico, social les ha negado la oportunidad de estudiar.
Y no es una exageración de David, al centro llegan mujeres mayores que sus padres le negaron estudiar. Llegan los hijos e hijas de las familias desplazadas por la violencia, de los campesinos y obreros que no les alcanza para mandarlos a la escuela.
“La alfabetización los empodera, porque no sólo es leer, es saber leer documentos, manejar la tecnología básica. Los alfabetizados están más preparados para este mundo. La educación empodera, es más fácil pedir justicia en las condiciones precarias que vivimos”, dice Aldo Sebastián Méndez González, promotor del centro educativo.