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El temor a sufrir un infarto movió la voluntad de Juan Pablo Ramírez, de 47 años, a seguir una dieta supervisada por nutriólogas que le permitió bajar 91 kilos.
Hace tres años llegó a pesar 230 kilos, ahora con 139 kilos dice sentirse motivado, con convicción de que se le “ha dado la oportunidad de vivir y no quiere desaprovecharla jamás”.
Vestido con camisa roja, con franja en color blanco y un pantalón de mezclilla en los que parece nadar, menciona que esas prendas eran las que usaba cuando padecía una obesidad que puso en peligro su vida.
Con el atuendo holgado se muestra satisfecho por los resultados, pero dice que sigue adelante: “Voy a llegar a los 100 kilos”.
Juan Pablo es técnico en equipos de refrigeración y tiene su propio negocio. Hace tres años comenzó a ser tratado en la Unidad de Especialidades Médicas en Enfermedades Crónicas (Uneme) de la Secretaría de Salud. Un año y medio después pesaba 179 kilos, luego perdió 40 kilos más.
Después de desplazarse en triciclo, comenta que volvió a realizar actividad física y cada día realiza caminata de tres kilómetros.
Dejó atrás hábitos de ingesta, como “el consumo de dos refrescos de cola de dos litros diariamente”.
“No tenía medida, comía de todo y a deshoras; ya no me permitían realizar mis actividades de trabajo o cualquier actividad; me cansaba. Llegué a pesar 230 kilos”, dice.
Juan Pablo decidió poner un alto y cambiar porque, dice, “el daño que me estaba haciendo era enorme”.
La nutrióloga Laura Salas recuerda que Juan Pablo se mentalizó y se apegó al tratamiento, pese a que llegó con hábitos dañinos como ayunos prolongados, y a la par no comía adecuadamente.
“Desde un principio es importante que el paciente sea consciente del mal que se tiene, para de ahí partir; si no, no habría éxito”.
La estrategia era cambiar hábitos, apegarse a tiempos de comida, incluir frutas y verduras, uso de agua simple, evitar azúcares simples y elevados en sodio como embutido o enlatados, incluir actividad física e ir modificando plan de alimentación de acuerdo a la reducción de su peso.
Cesia Mezomo Quinto, directora del Uneme, considera que el caso de Juan Pablo fue un reto clínico. Dijo que el apoyo integral fue posible por el convencimiento del paciente sobre su estado físico.
“Juan Pablo podría haber tenido un infarto tan sólo por el problema de sobrepeso que tenía, su ritmo cardíaco era muy acelerado, con taquicardia constante. A él se le detectó hipertensión y no estaba controlado, se le elevaban los triglicéridos”, describe.
La Uneme atiende a cerca de 200 personas en control de diabetes e hipertensión, sobre todo; en la institución el paciente es visto por el médico especialista, una nutrióloga, un psicólogo y personal de trabajo social.