César Fernando Díaz Lucero tiene el don de compartir felicidad, es espontáneo. Inmerso en la revolución digital, aspira a ser un youtuber famoso.

Cursa primero de secundaria, es un adolescente de 13 años.

De ese viernes 5 de junio tiene un vago recuerdo. Estaba dormido y una maestra lo movía: “¡Despierta, hay un incendio, se está quemando!”, le decía. Desde esa fecha, las visitas al hospital no han parado.

Tuvo un diagnóstico grave, estuvo delicado por quemaduras de segundo y tercer grado en 40% del cuerpo, principalmente en brazos, manos, piernas, en una parte de la espalda y en la cabeza.

Sobrevivió por más de un mes con un respirador artificial.

La parte más afectada se encuentra en el lado izquierdo de su cuerpo: sus dedos quedaron pegados y para separarlos le han hecho injertos de su propia piel, lo mismo en la muñeca y en un tobillo.

Su madre, Fabiola Lucero, comenta que ya ha perdido la cuenta de las operaciones múltiples que le han realizado para restablecerle el tejido y el cuero cabelludo.

Para César, un niño vivaz, travieso, con ojos brillantes y una sonrisa semidibujada, todo va bien. Ha aprendido a querer a sus cicatrices: “Yo ya me acepté así, lo único que me voy a arreglar es que me cierren las cicatrices de la cabeza”, dice.

Fabiola comenta sobre las injusticias que se han cometido con la atención de los menores lesionados y la forma en que algunas personas ven a los padres de las víctimas del incendio: “Creen que el gobierno nos da mucho dinero, que queremos todo regalado, que nos la pasamos viajando. No saben lo que pasamos con nuestros hijos, que hacemos todo para que, dentro de lo que cabe, estén bien”.

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