Alejandra sale poco a la calle más allá de las actividades escolares: “Hago ejercicio en el gimnasio o en mi casa. Antes iba a natación, pero ya no quise porque la gente se me queda viendo y me daba cosita”, confiesa.

Tiene 13 años y, con la adolescencia, va dejando atrás la timidez y las crisis de llanto que la agobiaban; ahora es platicadora, sonríe y dice que ama la vida.

Alejandra se define como buena alumna, su fuerte son las matemáticas. Quiere estudiar para ser médico cirujano o sicóloga. Su tiempo libre lo dedica a pintar cuadros, escuchar música ochentera, a leer, en especial ciencia ficción y novelas, y a planear su fiesta de 15 años.

Con orgullo muestra la cabellera que cubre gran parte de su cabeza, gracias a los injertos: es la única niña a quien se los realizan en la clínica de Phoenix, Arizona: “Un hombre detuvo la cirugía porque no aguantó el dolor”, pero ella no se acobarda y ya está en espera de volver a entrar al quirófano, platica Olga Lidia Ochoa, madre de Alejandra.

Hace 10 años, en el incendio de la Guardería ABC, Alejandra Guadalupe Esquer Ochoa sufrió quemaduras en 85% de su cuerpo, perdió siete dedos de sus manos y el fuego alcanzó gran parte de su cuero cabelludo. Fue la bebé más afectada y la primera en ser trasladada al Hospital Shriners, en California.

Sin embargo, el primer mes su madre no pudo acompañarla, pues Olga Lidia era maestra de la estancia y también resultó con quemaduras. Recuerda que sacó del fuego a varios niños y luego quedó atrapada, inconsciente, estuvo internada un mes: “En el afán de buscar culpables, el gobierno me consignó por abandono de infante”, recuerda con indignación y, añade, “desde ahí están equivocados”.


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