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Filogonio García Calixto es un hombre entero. Con sus manos lo mismo ha cultivado la tierra, que pintado sobre lienzos blancos y al oleo. Su especialidad es darle eternidad, de forma abstracta, a los paisajes de ensueño de su tierra natal: la sierra mazateca.
—Si me preguntan, yo prefiero gastar mi dinero en un bastidor que unos tenis—, platica, como si quisiera desbordar en color, el oriundo de Agua del Paxtle, comunidad de Santa María Chilchotla, en la región Cañada de Oaxaca.
Filo, como lo llaman sus amigos, es un hombre de ojos grandes y voz feliz: al hablar de su profesión, las palabras le brotan como si fueran los trazos finos de sus cuadros.
Además de artista, García Calixto es migrante en su propio país. Según cuenta, hace 26 años tuvo que salir de su comunidad, para poder estudiar la preparatoria en la Ciudad de México, pero no lo logró, en cambio tuvo que trabajar como lavaplatos en un restaurante.
Foto: Cortesía Óscar Delgado
—La cosa estaba muy difícil, pero nunca dejé de pintar. Con mis sueldos compraba pintura acrílica, que era la más barata, y de lienzo usaba cajas o pedazos de madera, lo que me encontraba en la calle. Eso aún lo hago.
Con 40 años, Filogonio se define a sí mismo como un pintor autodidacta. Pese a no tener instrucción formal, en su camino encontró las pinceladas correctas, que le enseñaron que él era un artista nato.
—Cuando trabajaba lavando platos, Aldo Flores, director del Salón dès Aztecas [una galería de arte], visitó mi hogar, ahí vio algunas de mis pinturas y me pidió comprarme alguna, yo pensé que estaba bromeando, pensé que se estaba burlando de mí.
Entonces comenzó su carrera, Filogonio aceptó trabajar con Aldo Flores, donde conoció artistas experimentados que le ayudaron a perfeccionar su técnica, de eso ya hace un cuarto de siglo. Ahora, sus trabajos se centran en arte sacro y paisaje, los elementos que más le gustan de su tierra mazateca.
Arte como alimento
Sobre la importancia de la pintura en los pueblos originarios, el oaxaqueño considera que es motivo de orgullo llevar al mundo su mirada personal sobre los paisajes que lo vieron nacer: la montañas accidentadas y tupidas de flora y fauna, que se han preservado con el paso de los años, gracias al gran respeto que los mazatecos tienen a la madre tierra. En cada trazo hay una raíz.
—Claro que uno puede enfrentar discriminación. Pero ahora estoy muy contento, sobre todo porque ahora se les da un lugar digno a las lenguas maternas.
Además, explica que al interior de las comunidades, los beneficios son múltiples, sobre todo para los más jóvenes: niños y adolescentes que pueden elegir el arte como un camino seguro para progresar.
Filo, como lo llaman sus amigos, ha realizado intervenciones en lugares como el metro de la Ciudad de México. Sus exposiciones han tocado museos y galerías de distintas entidades, como Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Monterrey y Tabasco, aunque todavía le falta su natal Oaxaca.
Foto: Cortesía Óscar Delgado
—He expuesto en muchos lugares y espacios, hasta en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) o incluso, cafeterías. Yo creo que el arte es para que la gente se alimente de él y sea feliz, que es para compartir.
Otro tema importante, dice, es la forma en la que se mira el arte, pues aunque en México existen becas y apoyos para los creadores, estos son otorgados sólo a artistas que han conseguido renombre.
—Yo creo que estos apoyos se les dan a personas muy específicas. Para nosotros, que somos indígenas y venimos de una comunidad, las cosas se ponen todavía más difíciles.
Sin embargo, pese a las vicisitudes, entre pinceladas y lienzos, hoy Filogonio cierra los ojos, recuerda su tierra mazateca y la eterniza. Pinta la vida de esa tierra que los extraños creen que no existe, pero está más viva que nunca.