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Tras dos años con restricciones sanitarias, los grandes carnavales con cientos de asistentes volvieron a Oaxaca para renovar el ánimo festivo y el fervor religioso en comunidades indígenas del estado.
Como una forma de expiar los pecados, los diablos, los viejos, los tiliches y otros personajes tomaron las calles de poblaciones previo a la llegada de los días de guardar y la Semana Santa.
EL UNIVERSAL visitó tres comunidades: Putla de Guerrero, cuyo carnaval fue nombrado este año Patrimonio Cultural Inmaterial del estado; San Martín Tilcajete, cuna de los mágicos alebrijes y la Villa de Zaachila, antigua capital del reino zapoteco y donde la festividad preserva su esencia comunitaria.
Ubicada en la Sierra Sur de Oaxaca, Putla es conocida por albergar la segunda festividad más grande de Oaxaca luego de la Guelaguetza: el Carnaval Putleco, celebración que incluye a comparsas, desfiles y concursos de disfraces y que este año rompió todas las expectativas de asistencia y fue reconocido por el Congreso de Oaxaca como Patrimonio Cultural Inmaterial, convirtiéndose en el segundo carnaval con dicho reconocimiento luego del de Veracruz.
En Tilcajete, la celebración del carnaval es protagonizada por Los Diablos, también llamados aceitados, que al ritmo de la música de viento toman las calles para anunciar la llegada de los días de guardar y la Cuaresma. Este año, pese a que no logró la afluencia previa a la pandemia, un centenar de jóvenes se transformó en estos seres como parte de la tradición que atrae a cientos de turistas nacionales y extranjeros.
Zaachila, en cambio, mantiene un carnaval de y para la comunidad, donde los recorridos siguen la lógica de la convivencia de los pobladores antes que la posee para los visitantes. A paso rápido, la verbena recorre las calles de la población que se entrega a la fiesta como antesala a los días de reflexión que se acercan.
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