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Arriaga.— El rugir de La Bestia despierta de forma abrupta a unos 400 migrantes que sueñan con llegar a Estados Unidos para salir de la pobreza y alejar a sus hijos de las pandillas en Centroamérica.
Son las cinco de la mañana. El grupo de hombres y mujeres —con sus hijos en brazos— que durmieron en el parque central recogen de forma apresurada la escasa ropa que llevan y la empacan en bolsas de nailon.
Los migrantes —en su mayoría de Honduras, El Salvador, Panamá y Cuba— caminan sigilosos hacia las vías del ferrocarril amparados por la oscuridad de la noche.
Una parte de ellos van documentados con la tarjeta de visitantes fronterizos con permiso para trabajar que tramitaron en Ciudad Hidalgo, aunque sólo les permite transitar de forma regular por Chiapas, Campeche, Quintana Roo y Tabasco, pero ellos retan las indicaciones.Una de estas familias es la de Walter Mariano, un hondureño de 47 años que viaja con sus tres hijos de 16, 18 y 22 años, así como con su nieta de dos años. Walter tiene suerte y asegura que sin problema llegaron en autobús de Tapachula a Arriaga y buscan arribar a Ixtepec, Oaxaca.
“Nuestro objetivo es llegar a Estados Unidos, no quedarnos en México; con esta tarjeta sólo podemos viajar por cuatro estados, pero el llegar acá es una bendición, ya que no sufrimos asaltos y las mujeres no fueron violadas”, asegura.
Frente a La Bestia, un grupo de 30 centroamericanos rezan a Dios para que los proteja de peligros y que no sean detenidos por el Instituto Nacional de Migración (INM). Otros se arman con palos y piedras para defenderse de asaltos durante el viaje.
Cuando La Bestia está quieta, los extranjeros aprovecha para subirse al lomo. Primero, un grupo de hombres escalan al techo, otros ayudan desde abajo a subir a mujeres y niños, quienes se ven asustados por el trajín y lloran de miedo; varios más quedaron sostenidos de una mano con el riesgo de caer, pero su anhelo es mayor y se aferran al tren.
El peligro latente. Hasta el albergue Hogar de la Misericordia llega una joven hondureña de 21 años, pero las puertas están cerradas. Nerviosa, se acerca a una pareja de cubanos que descansa afuera del refugio, se sienta en el piso de tierra y rompe en llanto, pide que la ayuden, porque acaba de ser asaltada y violada por cinco sujetos armados.
Rumbo a Arriaga y acompañada de tres personas más, caminó por las vías para evitar un retén, pero fue sorprendida por los delincuentes, relata.