Monterrey, Nuevo León
Eran tiempos de guerrilla y agitación social: después de las matanzas del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971, México se estremeció el 17 de septiembre de 1973, hace 46 años, por la muerte violenta del magnate industrial regiomontano Eugenio Garza Sada, en un frustrado intento de secuestro por parte de un comando de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
A las 9:00 horas de ese lunes, posterior a las fiestas del Grito de Independencia, el empresario, cabeza del Grupo Monterrey, se dirigía desde su residencia, en la colonia Obispado, a las oficinas de la Cervecería Cuauhtémoc acompañado por su chofer y escolta, Bernardo Chapa Pérez, y el guardaespaldas, Modesto Torres Briones.
En una reconstrucción de los hechos, con versiones de testigos y de participantes en el intento de secuestro, se sabe que cuando don Eugenio llegó al cruce de Villagrán y Luis Quintanar, en la colonia Bella Vista, ya muy cerca de la planta cervecera, una camioneta en la que viajaban Hilario Juárez García y Elías Orozco Salazar, integrantes del grupo subversivo, cerró el paso al Ford Galaxie 1969 color negro en el que viajaba el empresario más importante de Nuevo León y uno de los más influyentes del país.
Al instante y en acción coordinada otros dos jóvenes guerrilleros, Anselmo Herrera Chávez y Javier Rodríguez Torres, se acercaron para abrir la portezuela delantera derecha, a fin de tratar de sacar del vehículo a Don Eugenio —entonces de 81 años—, pero fueron recibidos a balazos por el chofer Bernardo Chapa. Los dos jóvenes fueron heridos. Edmundo Medina Flores, supuesto líder del comando guerrillero, ultimó al otro escolta del empresario.
En el fuego cruzado, Garza Sada recibió un balazo; se acercó Elías Orozco y lo cargó para tratar de llevárselo a una “casa de seguridad” donde habían planeado mantenerlo oculto mientras negociaban su libertad. Buscaban conseguir 5 millones de pesos para financiar sus actividades y la liberación de una lista de presos de su movimiento.
Pero al desvanecerse el industrial, Elías lo colocó en el suelo y escapó.
Garza Sada murió poco después a causa de las lesiones, lo mismo que Anselmo Herrera y Javier Rodríguez.
Miguel Ángel Torres Enríquez logró escapar con un balazo en una pierna, pero fue detenido más de un año después cuando, cansado de huir, acudió a la embajada de Francia a pedir asilo político y su traslado al país europeo, pero fue entregado a la Dirección Federal de Seguridad, comandada por Miguel Nassar Haro.
Elías Orozco fue capturado el 8 de octubre de 1973 en Amecameca, Estado de México, cuando acudió a una reunión nacional de instructores de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Nunca más se supo de Hilario Juárez.
Elías Orozco y Miguel Ángel Torres, fueron los únicos participantes en el intento de secuestro que estuvieron presos. Permanecieron en el penal del Topo Chico mientras se llevaba a cabo el proceso judicial 211/73, al que fueron sometidos también otros siete supuestos integrantes de la guerrilla.
Ambos fueron los últimos en ser liberados, puesto que no fueron tratados como presos políticos sujetos a los beneficios de la Ley de Amnistía decretada por el presidente José López Portillo, sino como reos comunes.
Los guerrilleros sobrevivientes que participaron en el operativo han admitido que fue un error intentar el secuestro de Garza Sada, pues a raíz de la muerte del empresario el Estado emprendió una feroz cacería contra el movimiento guerrillero, que llevó a una crisis y posterior desaparición de la Liga Comunista 23 de septiembre.
La escasa información sobre este episodio ha dejado muchas dudas. El documento desclasificado de la Dirección Federal de Seguridad, bajo el expediente II-219-972, del 22 de febrero de 1972, señala que la delegación Nuevo León de la DFS informó a su mando superior planes de la Liga 23 de septiembre para secuestrar a Eugenio Garza Sada, un año y medio antes de que ocurriera el fallido intento.
No sólo no se detuvo a los guerrilleros que planeaban el operativo —a quienes se tenía identificados gracias a un informante—, sino que tampoco se alertó a don Eugenio o a su familia.
La muerte de Garza Sada dificultó aún más la ya de por sí mala relación del sector empresarial con el presidente Luis Echeverría (1970-1976), que mantenía un discurso contra la iniciativa privada, al mismo tiempo que mostraba simpatía o acercamiento con gobiernos de izquierda, e incluyó en su gobierno a líderes estudiantiles del movimiento del 68.
En la ceremonia luctuosa ante los restos de don Eugenio y en presencia del presidente Luis Echeverría, el ideólogo del sector privado Ricardo Margáin Zozaya pronunció un discurso a nombre de la clase empresarial en el que responsabilizó al mandatario por favorecer el clima que causó la muerte del dirigente de Grupo Monterrey.
Tras elogiar vida y obra de Garza Sada, citando entre sus creaciones la fundación del Tecnológico de Monterrey, dijo que su muerte constituía un auténtico duelo nacional: “Que sus asesinos y quienes armaron sus manos y envenenaron sus mentes merecen el más enérgico de los castigos es una verdad irrebatible. Pero no es esto lo que preocupa a nuestra ciudad. Lo que alarma no es sólo lo que hicieron, sino por qué pudieron hacerlo”.
La respuesta es sencilla, aunque a la vez amarga y dolorosa, dijo Margáin: “Sólo se puede actuar impunemente cuando se ha perdido el respeto a la autoridad, cuando el Estado deja de mantener el orden público, cuando no sólo se deja que tengan libre cauce las más negativas ideologías, sino que se les permite que cosechen sus frutos negativos de odio, destrucción y muerte”.