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Tuxtepec.— Cuando Elizabeth Rodríguez era niña pensaba que ver en la luz la silueta de la muerte era cosa de fantasmas. Por años se negó a creer en los espíritus y en los rituales de La Niña Santa, quería ser doctora, curar enfermos con la ciencia, en una familia donde existía una vieja tradición de curanderos.
Elizabeth aceptó que tenía dones a los 22 años, luego de su primer embarazo, ahora con 39 entiende que fue un camino largo de visiones. Considera que antes no era una mujer creyente. No hablaba con la muerte como ahora, no la veneraba como cree que la muerte se merece.
Ventana a otros mundos
“Me negaba desde niña a aceptar lo que soy”, dice. ¿Qué eres?, pienso sin preguntárselo. Elizabeth habla desde el centro de un templo que tiene murales gigantes de cráneos pintados y ramos de flores. Va ataviada con un huipil chinanteco amarillo que parece hacerla brillar rodeada de un pentagrama negro. Está flanqueada por tres imágenes de la muerte con ropas de colores oro, blanco, verde y en el centro una muerte coronada, con su báculo, sosteniendo un mundo de granito.
“La muerte vestida de blanco es para la salud; la verde, la esperanza; el negro, protección. El pentagrama tiene runas de éxito y abundancia, las imágenes las traen las personas, los fieles dejan mucha cerveza, cigarro, tequila”, cuenta.
La efigie de la Santa Muerte fue sacada de su vitrina para celebrarla el 1 de noviembre. Del espejo triangular que lleva en el pecho, pueden verse nuestros rostros. Porta un espejo triangular en el pecho considerado la ventana a otros mundos, el de los ángeles del buen morir, el de los cuerpos rotos que tienen esperanza y llegan al templo los días uno de cada mes para celebrar la misa y el rosario, días donde Elizabeth los sumerge en el sahumerio y cantan, “¡la madre muerte no es mala, es un ángel!”.
El milagro de la cirugía abierta
Elizabeth comenzó a hacer el templo más grande de la Cuenca del Papaloapan, dedicado a la Santa Muerte, a finales de 2018, en la colonia Ampliación El Trópico, en una ciudad oaxaqueña que era considerada en ese momento la 50 más violenta de México, de acuerdo con datos oficiales.
Pero la motivación de Elizabeth no fue la violencia ni eso que ella considera un mito que hace que los adoradores de La Santísima, practiquen muchas veces su fe en la clandestinidad: a la muerte la adoran delincuentes. Su motivación fue un milagro en su vida, una promesa.
La segunda hija de Elizabeth fue diagnosticada con displacía de cadera congénita cuando era una bebé. La posibilidad de que al crecer la niña no caminara o lo hiciera con dificultades según los doctores era muy alta.
Los tratamientos que le daban no funcionaban. La única forma de darle esperanza a la pequeña era una cirugía abierta, difícil y costosa, que no hacen en cualquier parte de México. Entonces vino el quiebre. Se tatuó en el pecho una imagen de la muerte con su guadaña colgando de sus músculos y le habló una noche con el corazón encendido.
“Si me cuidas a mi hija, quiero prometerte que te van a venerar, quiero decirte que vas a tener un hogar donde la gente que te necesite va a venir arrodillarse ante ti”. Dice Elizabeth que, en ese momento, se le empezaron a abrir las puertas, su hija fue operada, curada, guiada por la mano de la Santa Blanca.
“Es una idea tonta pensar que Dios está peleado con la muerte y con Satanás”
El templo a la Santa Muerte que construyó Elizabeth comenzó con 16 mil pesos. En menos de un año fue edificado por albañiles que hicieron trabajo gratuito porque le debían favores a La Santísima, y otros que fueron pagados aguantaban la crisis económica porque eran bendecidos con favores.
La casa dedicada a la Santa Muerte tiene en la entrada la estatua de un demonio con el rostro rojo y un ropón oscuro, un tridente de metal y un ave disecada en sus manos. El templo fue planeado para 100 personas, pero alberga en las fiestas anuales hasta 250. Elizabeth vive arriba de la iglesia, su hija tiene cuatro operaciones desde que comenzó el templo, ahora, de ocho años la acompaña en las misas.
“Es una idea tonta pensar que Dios está peleado con la muerte y con Satanás porque no es así, no hacemos rituales satánicos cómo puede decir la gente, aquí la cosa es sanar, hacemos ceremonias de retiro, abrecamino y sanación, yo creo en Dios, pero después de Dios está la muerte”.
El templo está en una colonia agreste sin pavimentar, ubicado a 800 metros del río Papaloapan. Es una casa grande que sobresale en el paisaje por su color morado y dos paredes con pinturas de la muerte alada y puertas doradas.
El centro religioso está abierto las 24 horas, incluso durante la pandemia de Covid-19 mantuvo sus puertas abiertas porque iban devotos a rogar por sus enfermos.
Elizabeth dice que el amor de La Niña Blanca es inmenso, porque acepta a los que otras religiones rechazan: los presos, los minusválidos, los homosexuales, los desahuciados que están más cerca de la muerte.