Hermosillo.— Representar al mal durante la en la tribu yaqui puede convertirse en una tragedia en la vida real, aun así, Juan Carlos Encinas Morales asume la tradición con la valentía que distingue a ese pueblo originario y pide perdón a Dios por cumplir esta tortuosa encomienda.

En una historia entre el bien y el mal, todos quieren representar al bien, pero pocos o casi nadie quiere personificar al mal; la carga de llevar la figura que desliza a los buenos hacia el mal en temporada de Cuaresma es muy pesada.

llegó al Coloso Alto, el centro ceremonial de la tribu yaqui más importante de Hermosillo. Ahí, en hermandad, los integrantes de la etnia desde elcelebran la pasión de Cristo, pero quien representa la maldad debe pasar estos 40 días en soledad.

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Mucho se ha escrito sobre la cosmogonía yaqui y el uso de máscaras para hablar de Cristo, pero el presente relato se concentra en la figura que todos desprecian: el Diablo.

Una extraña dicotomía. ¿Representar al mal, es hacer un bien? Juan Carlos describe las penurias, vicisitudes y los riesgos que corre y que ponen a prueba su creencia y la propia historia de El Salvador.

Si la entidad del mal se transmuta en él durante estos 40 días o no; él dice no personificarlo, sino simplemente representarlo, pero sin su controversial presencia y figura —como lo llama—, la historia no tendría el final que todos conocemos: la resurrección de El Salvador. “A la máscara no se le tienta porque se corre riesgo. Son figuras que cobran vida, porque están hechas de cuero que un día tuvo vida, no fue bautizado ese cuero, se puede manejar como brujería, como vudú”.

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El joven, de 34 años, que ha representado más de una década al ser más temido de la faz de la Tierra, es forjador. El mismo día en que se presentó a la ramada yaqui, donde se hacen las procesiones, elaboró la máscara del Diablo.

La fabricó con cuero de chivo curtido, cuernos de chivo real, peluca artificial, la cara de chilicote está forrada de resanador y pintura, tiene una placa dental, y los ojos son de media canica pintados para simular que sigue a las personas con la pupila. Muy impresionante, aterradora.

Con la imagen de una virgen como escudo y con rezos en su mente, por más de diez horas, tapado entre autos, usó la banqueta de su casa para elaborarla. De ahí, directo, con la máscara se dirigió a la ramada para participar en las celebraciones. No volverá a casa en 40 días, tampoco se bañará y pernoctará en la oscuridad, entre los peñascos del cerro.

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“A la máscara, no hay que ponerle amor, representa el mal y yo nunca la voy a peinar y no la voy andar chuleando porque es el mal”; así lleva la tradición de lo que se le asignó.

Tras cada procesión debe ponerla separada de las otras que se colocan como flores en su jardín.

Desde que Juan Carlos tenía ocho años forma parte de esos rituales, primero fue cabo, luego fariseo, pero vio a muchos diablos que violaban las reglas y querían estar en la sombra, sin hacer nada, pero quien saque la figura del Diablo debe tener conocimiento de que es la más pesada y con doble penitencia.

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Este papel exige sacrificio, pero sobre todo mucho respeto. En torno a la representación de esta figura se versan muchas historias trágicas.

Personas que han representado al ser maligno han sufrido sucesos paranormales: se les ha pegado la máscara, a otras les ha ido mal en su vida y les han ocurrido tragedias.

A una persona se le apareció la figura de la máscara; la impresión fue muy grande y Manuel vivió para contarlo, pero “se le seco la tripa” y después murió. En las ramadas yaqui hay bastantes leyendas de ese tipo.

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A Juan Carlos nunca le ha gustado el papel del Diablo. “Siempre he estado consciente que vengo a trabajar lo mío y le pido perdón a mi Dios por lo que estoy haciendo, pero lo hago conforme a lo que la tradición marca”.

Los rezos constantes no son suficientes para andar con tranquilidad. A toda hora se siente acechado. Cuando busca hacer sus necesidades, sea de noche o mediodía, no puede llegar al punto a dónde quiere porque siente que lo está esperando. A veces, no puede dar un paso más porque percibe una vibra.

El personaje es uno de los más importantes en las procesiones, se encarga de “sonsacar” y tentar a los chapayecas o fariseos, de jalarlos al mal, mientras se escucha el llanto de María convertido en el sonido de una flauta y los tres toques de tambor que significan los clavos con los que crucificaron a Jesús.

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Un ritual cargado de parafernalia donde tamboreros, bandereros, flauteros, pilatos, fariseos y cabos representan la pasión de Cristo, la celebración religiosa más importante de los yaqui.

La tradición inicia con una serie de ritos el Miércoles de Ceniza y finaliza el Sábado de Gloria con la quema de máscaras o del malhumor honrando la frase bíblica que versa sobre la futilidad de la vida que aparece en Génesis 3:19 “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

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