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Irimbo, Michoacán.-- Uno de los 13 elementos que fueron asesinados el lunes en la comunidad de El Aguaje, municipio de Aguililla, ya se había despedido de su familia días antes de morir a manos del crimen organizado.
Arturo Jonathan Lechuga Guerrero apenas tenía 22 años de edad y llevaba dos en la Policía Michoacán. Tenía la ilusión de terminar de construir la casa a su madre con los 5 mil 161 pesos quincenales que ganaba.
Su cuerpo fue velado entre la extrema pobreza y a pesar del modesto sueldo del joven policía, era el sustento de su familia.
La historia es narrada por su mamá, Juana Yolanda Guerrero Cruz, quien intuye que a su hijo y a los demás policías emboscados en El Aguaje “los mandaron para que los cazaran”.
Yolanda Cruz recrimina a las autoridades por enviar a los elementos a cumplir con su trabajo sin las condiciones necesarias para enfrentar a los criminales.
El desafío más grande fue enfrentar al crimen organizado con solo un arma corta, sin chalecos y sin protección, dice la mujer de 47 años de edad.
Por ello, Juana Yolanda señala que se siente más orgullosa de su hijo, porque siempre dio la vida por defender a los ciudadanos, a pesar de las malas condiciones en las que tienen a los elementos, dice.
“Era un niño bueno. A mí no me gustaba que fuera policía. Me lo mataron, me lo torturaron. A nadie le deseo esa muerte”, expresa.
Mientras abraza una virgen de Guadalupe que Arturo tenía en su habitación, Yolanda, devastada, suelta entre llanto: ¡Soy su madre pero ya estoy muerta en vida!.
“Ya no tengo razón para vivir. Él era mi mano derecha; era todo para mí. Era mi orgullo. Era lo más grande que yo tenía. No tomaba, no era de muchos amigos y aun así me lo mataron”, lamenta la madre.
Revela que días antes, notó en la mirada de su hijo el miedo de trasladarse nuevamente a la Región de Apatzingán, donde ya llevaba un año comisionado.
“Nunca me habló de amenazas. Una vez me dijo antes de irse, parado en la puerta de la central camionera: ‘mamá, yo creo que ya no nos vamos a ver’. ¡Estás loco!, le dije, ‘aquí te espero’; le di la bendición y se quedó muy triste viéndome”, recuerda.
Desde ese momento, confiesa, sabía que algo le iba a pasar a su hijo, pero nada podía hacer, pues le apasionaba su trabajo en la Policía Michoacán.
“Él ya no quería estar en la casa, nada más un día pasaba. Esto me llevó a pensar que algo estaba pasando, que lo amenazaron”, narra Yolanda, mientras se toma el rostro.
Platica que la ilusión de Arturo Jonathan era terminar su casa y tener un hijo, lo cual, expone con dolor, “ya no lo pudo hacer. No me va a dar un nieto. Ya se me acabó todo”.
Mientras observa la ropa de su hijo, Yolanda Guerrero cuenta que fue un 27 de septiembre, el día de su cumpleaños, uno de los momentos más felices al lado de él.
“Me cantó las mañanitas y me abrazó. Ese día fue el más feliz de mi vida y ahora estoy viviendo el peor día de mi vida, una pesadilla que se está convirtiendo en realidad”.
No da crédito aún del infierno que vive, revela y, por el dolor que siente, envió un claro mensaje a todas las madres de familia:
“Que no dejen a sus hijos entrar a la policía porque se los matan y no hay vuelta de hoja. Una de madre se queda vacía. ¿Y dónde están los delincuentes?”, enfatiza.
Pero también, hace un llamado de atención a las autoridades: “Que pongan más atención con sus elementos; que no los dejen. Los tienen como en cacería, sin armas. ¿Cómo se defienden? Los mandaron, para que los cazaran como animales”, sostiene la mujer.
Yolanda Guerrero, no quiere despegarse de ese féretro en el que yace el cuerpo de su hijo. Lamenta una y otra vez el asesinato de su hijo y vuelve al interminable llanto.
Jonathan fue velado toda la noche y antes de ser sepultado fue homenajeado en la plaza principal de su pueblo, localizado a 126 kilómetros de la capital michoacana.
El joven policía ahora será recordado como un héroe en la tierra que lo vio nacer, anunciaron autoridades municipales.