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Guachochi, Chihuahua
“Ya si Dios quiere me puede recoger en paz”, dice la maestra Laura Moreno y señala las instalaciones del albergue indígena, que se convirtió en un reto personal. Recuerda que desde el año 2007 inició su peregrinar en dependencias y empresas en busca de apoyo económico para la construcción de la escuela, que ahora será el hogar de 160 adolescentes.
Arianel, una de las beneficiarias de los nuevos dormitorios y el comedor recién equipado, también está emocionada y quiere platicar su experiencia:
“Los alumnos de esta escuela, con población mayormente de origen rarámuri, dormíamos en un aula y una casa sin ningún tipo de comodidades, soportando inviernos con temperaturas por debajo de los cero grados.
“Tengo cuatro años en el albergue, el espacio era muy pequeño, no teníamos regaderas y todos los días teníamos que calentar ollas de agua en la cocina y bañarnos en los sanitarios de la escuela”, recuerda la estudiante al momento que asegura que estas nuevas instalaciones son un sueño hecho realidad.
Padres de familia, alumnos, maestros e invitados especiales se unen al yúmari, la danza de acción de gracias encabezada por el owirúame (curandero).
El yúmari es un baile ritual original de los rarámuris en el cual se construye un altar, rodeado de tres cruces, en el que se colocan las ofrendas como remekes (tortillas), tesgüino (bebida tradicional) y tónari (comida a base de carne), posteriormente se canta y baila en los puntos cardinales del altar evocando y agradeciendo por un bien recibido, esta danza se prolonga toda la noche y parte del día siguiente.
Terminan dos décadas de espera
Con la misma alegría que fue inaugurado el albergue en Guachochi, bailan los matachines en Corarayvo, Guazapares, una de las zonas más intrincadas de la Sierra, al inaugurar las recién remodeladas instalaciones del albergue indígena que llevaba ya más de 20 años funcionando en condiciones precarias.
Un centenar de niñas y niños viven ahí de lunes a viernes, pues los que vienen de las comunidades más alejadas tendrían que caminar hasta ocho horas para llegar a la escuela, así lo explica Juliana Nevárez Cruz, jefa del albergue que recibe a estudiantes tanto de primaria como de secundaria.
“Muchos vienen de pueblitos muy alejados que no tienen camino para carros y caminando harían como ocho horas, a esos los recibimos aquí los domingos en la tarde y a los que viven más cerca, el lunes en la mañana; todos se quedan aquí de lunes a viernes, les damos desayuno, comida y cena, donde dormir y agua caliente para bañarse”, explica.
Licenciada, gracias a los albergues
Los albergues en la Sierra de Chihuahua se convierten en la única y mejor opción para los niños que provienen de familias con muy escasos recursos y que viven en lugares sin oportunidades de estudio, y desde esos espacios los impulsan a continuar su preparación para ver por su comunidad y sacar adelante a su familia.
Es el caso de Ana Rocío González, originaria de El Terrero, Nonoava, hoy licenciada en Educación gracias a la oportunidad que tuvo de vivir seis años —secundaria y preparatoria—, en el albergue Antonio Repiso hace 10 años.
Ana proviene de una familia de muy bajos recursos, donde las posibilidades de superación eran casi nulas.
Desde niña, Ana solía ayudarle a una tía a trabajar limpiando casas, pero tenía deseos de estudiar y éstos le dieron valor para dejar a su familia aun siendo una niña, ante la posibilidad de ir a un albergue para poder asistir a la secundaria en la cabecera municipal de Nonoava.
Además de todos estos beneficios, Ana encontró en el albergue a dos personas que la ayudaban con sus estudios y la impulsaron a seguir superándose.
“Realmente creo que las personas que viven en la ciudad no saben qué apoyo y qué vida nos dan a los que estamos acá; hay personas que lo tienen todo y quienes no tenemos nada, pero hay muchos como yo que quieren salir adelante”, dice mientras se le corta la voz.
Los donadores
Las comunidades serranas reciben apoyos de los diferentes órdenes de gobierno y asociaciones civiles que implementan estrategias para disminuir la brecha de oportunidades entre quienes viven en las zonas urbana y rural.
Uno de los pioneros en impulsar el desarrollo y educación de la niñez y juventud indígena o que vive en la Sierra Tarahumara, fue la Fundación del Empresariado Chihuahuense A. C. (FECHAC).
La FECHAC, dedicada a atender las necesidades críticas de la comunidad en materia de educación básica, salud preventiva y formación de capital social, en 1994 fundó la Casa del Estudiante Indígena en Creel, Bocoyna, y desde entonces, gracias a la participación de 39 mil empresarios chihuahuenses y a sus alianzas estratégicas con empresas y fundaciones mexicanas y extranjeras, se ha logrado la apertura y operación de 11 albergues.
Desde 2016, a través del proyecto ESTAR: Educación en la Sierra Tarahumara, la FECHAC se ha enfocado en construir, remodelar y equipar albergues cuyo único fin es atender a la población indígena en edad escolar que vive en regiones inmersas en la zona serrana y sin acceso a la educación, invirtiendo junto con sus aliados más de 56 mil millones de pesos, recurso que no sólo transforma la apariencia física de un lugar, sino la vida.
Así lo externó Emmanuel Almanza, originario de Charcopinto y licenciado en Criminología, y beneficiario de un albergue indígena, “muchos de los jóvenes que concluyen sus estudios podrían ser los próximos empresarios que apoyen estos espacios, porque la punta de lanza para mí fue este lugar”.