Acatlán.— En dos meses se cumplirán cuatro años del asesinato del futbolista oaxaqueño de 16 años conocido como Chandler por parte de la policía municipal de Acatlán de Pérez Figueroa. Desde entonces, un solo policía de los cinco que participaron fue detenido, liberado, recapturado y sentenciado; los demás están impunes.
Aquel 9 de junio de 2020, cuando Vicky Gómez, mamá de Alexander Martínez Chandler, lo encontró en la tierra, no sabía que su hijo tenía un disparo en la cabeza.
Dos niños que venían con Chandler rumbo al centro de Vicente Camalote, una comunidad ubicada a 435 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, luego de ir a comprar refrescos de la gasolinería, llegaron asustados a decirle que los policías municipales les echaron la patrulla encima y les dispararon a nueve amigos más. Ellos corrieron asustados, escaparon de un retén de sirenas apagadas en medio de la nada.
“¿Y Chandler, dónde está?”, preguntó Vicky. “Se quedó tirado”, le dijeron. Vicky tomó las cosas que pudo y se fue con su cuñada a la carretera que da al ingenio Las Margaritas, a la salida del pueblo, relata a EL UNIVERSAL.
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Durante el trayecto de poco más de un kilómetro su corazón descendió al lugar más oscuro. No había miedo. Ella cree que era la rabia de pensar que habían lastimado a su hijo, una especie de asombro que le adormeció el corazón: media hora antes había estado con Chandler en casa de su abuela, hablaron de la vida, sobre su futuro como universitario becado por su talento para el futbol, en una universidad privada en el golfo de México. En el trayecto era una mujer sin miedo pidiendo al cielo que su hijo estuviera a salvo.
Cuando llegó al entronque donde fue el ataque vio las torretas apagadas de la patrulla municipal 023 y cinco policías radiando en la noche y que no le decían nada sobre su hijo, policías que esperaban órdenes de algún lugar, esperando a algo o alguien, agazapados aguardando indicaciones con absoluto silencio. Vicky los encaró para que le dijeran qué le habían hecho a su niño.
En la ladera del camino, a unos metros de la patrulla, estaba el cuerpo delgado de 16 años de Chandler con la motocicleta Vento encima de sus piernas raspadas. Vicky gritó que le ayudaran a quitar de encima la moto de las rodillas de su hijo, “las piernas de un futbolista son su vida”, pensaba.
Ella sola, como pudo, levantó los 105 kilogramos de peso de la moto, para liberar el cuerpo consumido de Chandler. Se percató de sus brazos desencajados; el muchacho tenía sangre en la sien, un hilo de sangre muy delgado, escurriendo por la mejilla, el rostro tranquilo como si sólo estuviera dormido. Vicky tomó sus manos aún tibias, la cara sucia, lo abrazó en la tierra, esperando una ambulancia, creía que Chandler estaba descalabrado.
Alexis Martínez, hermano de Chandler, escuchó alrededor de las 10 y media de la noche al menos cuatro disparos, una ráfaga tras otra perdida a lo lejos. Estaba con su novia y unos amigos que también escucharon las balas percutidas. Media hora después le avisaron que su hermano estaba herido, que una patrulla municipal que hacía rondines en la carretera estatal El Amate- Yanga atacó a varios estudiantes.
“Cuando me dijeron que habían atacado a los muchachos, yo supe que habían matado a mi hermano”, dice Alexis con el rostro desencajado, casi inexpresivo. No lo sabía, lo sintió, corre el manto para afirmar que fue una revelación que le cayó de pronto y le encendió el cuerpo, su mamá lo había mandado a llamar y él sabiendo por dentro que su hermano había muerto, corrió para ver si podía salvarlo de alguna forma.
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Alexis habla de Chandler con una conexión de un hermano mayor que fue como un segundo padre. Se retrae en la mesa de la cocina de la casa de su abuela, donde la familia de Chandler cuenta la historia; mientras las mujeres de la casa lloran juntas, y él parece que quiere llorar, pero cuenta los detalles con enojo, la mirada perdida, el pecho fuerte, conserva en el pequeño garaje la moto intacta y limpia de su hermano. “Éramos dos, y ahora sólo estoy yo para cuidar a mi madre y exigir justicia”.
Él ahora se dedica al negocio de la música, a los sonidos y Chandler ganaba su dinerito jugando al futbol en los equipos de la región y era la estrella de la preparatoria.
Alexis cuenta que no quita de su mente esa noche del 9 de junio cuando vio a su madre sentada en el suelo abrazando a su hermano.
Aquella noche encaró a los policías, les dijo que los otros jóvenes vieron el ataque, cómo la balas se incrustaron en los árboles y cómo él y otros más oyeron varios disparos. Dice que cuando llegó la ambulancia, un policía municipal le hizo la seña y le dijo que se fuera, que Chandler tenía una bala letal y no había nadie herido.
Él cree que por insistir en varios disparos que otros más oyeron y denunciar la complicidad del gobierno municipal en el intento de encubrir la muerte de su hermano, recibe amenazas desde entonces. Alexis muestra los mensajes, mandados por un supuesto sicario anónimo.
Desde hace mucho tiempo el estado sabe que la policía municipal de Acatlán de Pérez Figueroa está a tiro de fuego. Al menos cuatro meses antes de que Chander fuera asesinado por los elementos policiales de ese municipio, las autoridades de seguridad sabían que el territorio llevaba años en disputa por grupos del crimen organizado.
Sigue la impunidad
Ha caído la tarde en Vicente Camalote, y un viento del norte refresca un poco los 35 grados del invierno de la Cuenca del Papaloapan oaxaqueña. Frente al sepulcro de Chander, familia, amigos cercanos cuidados por guardias que no se separan, rezan y ponen flores en una sepultura que tiene decenas de fotos.
Al lado del mausoleo los testigos dicen que cuando Chander estaba tirado en el piso, un policía municipal quiso colocarle un arma en las manos para hacer pasar el asesinato por un enfrentamiento, para ellos desde el principio el gobierno municipal de Acatlán, gobernado entonces por el expanista Adán Maciel Sosa, hizo un montaje para cubrir a los policías, incluso declaró oficialmente que todo había sido un accidente.
“Los guardaron, para luego devolverles el trabajo como policías y guardaespaldas”, dice una testigo que apoya a la familia del joven futbolista asesinado. Las calles de Acatlán y Vicente están llenas de bardas pintadas del mismo político, que ahora aspira a ser diputado federal por el distrito 01 de Tuxtepec, cobijado por Morena.
Después del ataque, los policías no pudieron hacer pasar el hecho como un enfrentamiento porque varias personas los vieron, pero todavía pudieron quitar al otro día balas de los árboles, los cortaron, alteraron la escena del crimen.
Los testigos que apoyan a la familia de Chander hablan poco, casi en silencio, oran junto a Vicky y Alexis en la tumba del joven futbolista, dicen que Acatlán es una tierra gobernada por un cacique que tiene años controlando la zona con hombres armados.
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¿Qué hay del detenido, que fue reaprehendido y sentenciado a 40 años?, se le pregunta a la mamá de Chander, sabiendo que el expolicía Sergio R. fue condenado el 25 de enero de 2024.
“Al menos con ese asesinato parece que hay justicia, pero no participó él solo; el resto de policías siguen libres e impunes, incluso unos aquí como si nada trabajando para el mismo patrón. El que fue condenado vimos cómo tuvo abogados pagados por gente rica y cómo fue dejado en libertad, tuvo que pasar un año y nueve meses para que volvieran a detenerlo a pesar de que el asesinato de mi hijo era calificado como ejecución extrajudicial”, explica Vicky, quien detalla que ha aprendido del proceso legal, luego de audiencias, careos, movilizaciones.
Mientras se le entrevista, la policía municipal da cuatro rondines sobre la calle. Alexis no deja de voltear para todos lados, los agentes asignados flanquean los parajes estratégicos con sus manos sobre el gatillo de sus armas. En las calles del pueblo existe la sensación de que siempre te están mirando, motocicletas en las entradas y salidas se mueven escalonadas detrás de los vehículos que llegan a través de la desviación de El Amate.
“Chander no volverá; sólo esperamos que esos 40 años se cumplan. Son muchos los jóvenes que fueron lastimados por los policías municipales, esto está sucediendo en toda la frontera de Oaxaca y Veracruz. Son jóvenes que no merecían morir, que no fueron asesinados por error, sino por policías que saben que tienen impunidad”, afirma Vicky frente a un mural que hicieron los amigos de Chander y luego camina hasta la pequeña cancha donde despidieron a Chander y le hicieron un homenaje de cuerpo presente.