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No hay una, sino miles de versiones de Zoé en el Estadio GNP.
Cada quien guarda la suya en la palma de la mano. Pese a la lluvia, ese improvisado firmamento de luces no son estrellas, sino pantallas de celular que brillan como si no fueran a apagarse nunca.
Muchos de los 60 mil asistentes retienen, en distinta resolución a través de sus celulares, a León Larregui saliendo del escenario casi 50 minutos tarde, y recuerdan que en 2006 bastaba tan solo con cerrar los ojos para dejarse arrastrar por “Memo Rex Commander”.
En 2025, la memoria es distinta y se confía a ese aparato móvil que captura imágenes lo que antes solo se guardaba en la entraña.


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No importa ni la lluvia que los empapó, pero les dio tregua al iniciar el esperado concierto, ni el tiempo que ha pasado sobre ellos y sus seguidores: Zoé sigue siendo el eco de un primer amor comprimido en MP3, de esa canción que dejabas sonar en el Messenger para que alguien la descubriera.
Por eso, cuando Larregui toma el micrófono, su voz no pertenece al 2006 ni al 2025, sino a ese instante suspendido donde la música juega a engañar al tiempo.
“Muchísimas gracias y muy buenas noches… estamos muy conmovidos por tanto cariño”, suelta el cantante en su primera intervención, con esa mezcla de nostalgia etérea y presente fugaz.


Desde la tarde, la amenaza de lluvia había rondado el recinto: primero fuerte a las 18:30 horas, luego una tregua hasta las 19:30 horas, antes de volver con más fuerza y ceder al arranque del show.
Miles de pullovers negros, impermeables recién comprados y playeras empapadas formaron una galaxia compacta, vibrante.
Eran entonces las 21:47 horas, valió la pena la espera.
El escenario se tiñó de rosa con la reproducción de la portada de Memo Rex, donde apareció proyectada la silueta del enigmático “monito” que los fans reconocen como emblema del disco.


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Tres pantallas gigantes flanquean a la banda: las laterales proyectaban imágenes psicodélicas y siluetas invertidas de los músicos; la central era un lienzo cambiante que alternaba rayos, figuras abstractas y estallidos de color.
En el centro del escenario, Larregui extiende su voz alargada y sus gestos hipnóticos; Sergio Acosta puntea las guitarras, Jesús Báez sostiene los teclados, Ángel Mosqueda marca el bajo y Rodrigo Guardiola, con precisión quirúrgica, conduce la batería.
La banda se mueve poco, pero no lo necesita: la atmósfera se construye entre luces, visuales y la fuerza de las canciones.
El arranque es un viaje directo al corazón de Memo Rex: primero “Memorex”, luego Vinyl y después “Vía Láctea”, que desató la primera gran ovación de la noche que comprendía unas canciones.


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El coro de la primera noche de cinco de la banda en el GNP se convirtió en un rugido colectivo. A continuación sonó “No me destruyas”, con un ambiente que oscilaba entre lo más íntimo y lo explosivo.
“Gracias Tláloc, dejó de llover… está un poco mojado todo, pero no importa”, ironiza Larregui en su segunda intervención, antes de dar paso a “Nunca”.
El setlist prometía un repaso generoso: “Labios rotos” y “Azul” estaban anotadas para más adelante, junto con “Rexsexex”, su más reciente sencillo. Esa canción lo dice literalmente: “Rexsexex, ya no quiero estar online...” Fue algo que en parte se logró.


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