
Una noche cualquiera, un adolescente que con el tiempo sería conocido como Tomás Goros se quedó inmóvil frente a un escenario. Frente a él, Claudio Brook —monstruo sagrado del teatro mexicano— encarnaba a Don Quijote: harapiento, delirante: “Yo, Don Quijote, el caballero de la triste figura…”
No había duda. Ese chico quería replicar eso. Así que, casi de inmediato, montó esa obra en su secundaria.
Hoy muchos lo identifican por sus papeles como Antonio Garnica en El Señor de los Cielos o Don Epifanio en Paquita la del Barrio, pero Goros no comenzó en los foros de tv. Estudió Periodismo en la UNAM, aunque sabía que su vocación estaba en los escenarios. Dejó todo para formarse como actor en Estados Unidos.
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Sin contactos ni red de apoyo, llegó a Los Ángeles decidido a no ser una celebridad, sino un actor.
Mesereó, dio clases de español, trabajó como modelo… y mientras tanto, se colaba en talleres de interpretación, canto y expresión corporal en escuelas como Stella Adler, donde se formaron grandes figuras como Meryl Streep y Michael Jackson.
En ese tiempo también actuó en algunos filmes. Compartió escena con Mel Gibson, Sean Penn, Robert Duvall y Michelle Pfeiffer. Fue dirigido por Dennis Hopper. Pero nada de eso lo deslumbró.
“Yo no quería cargarle las maletas a Schwarzenegger. Quería hacer cine o televisión en mi país”, dice a EL UNIVERSAL.
En entrevista, repasa no solo su carrera, sino también su mirada sobre los fracasos, la masculinidad y el oficio de actuar, que lo ha llevado a presentar la obra El manual de los hombres.
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¿Por qué decidiste dejar México e irte a Estados Unidos?
Quería formarme con los mejores en ese momento. Vendí mi coche, dejé todo y me fui. No fue por fama. Lo hice para crecer como actor.
¿Hollywood fue complicado?
Muchísimo, pero enriquecedor. Sin contactos ni padrinos, me tocó picar piedra. Era el “hijo de vecina 452” en los castings, pero allá el talento pesa. Compartí escena con Mel Gibson, Sean Penn, Michelle Pfeiffer… y me dirigió Dennis Hopper. Me iba bien, pero la vida americana no era para mí. Por eso decidí regresar.
Muchos no entendieron por qué regresé. Demian Bichir sí se quedó, y le ha ido muy bien. Pero yo siempre he creído que esa no era mi vida. La vida ‘americana’ no me gusta, y eso que tuve una novia gringa, otra inglesa… pero no me interesaba quedarme y alejarme de mi país.
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¿Cuál personaje te ha enseñado más?
No fue un personaje, fueron los fracasos. Esos me enseñaron más que los éxitos. Vivimos en una sociedad que premia el logro, no el esfuerzo. Yo valoro más cuando lo haces con amor, aunque fracases. Si el trabajo está hecho con el corazón, ya está bendecido. Los fracasos, los que no hice, los errores… esos me formaron.
¿Qué es para ti El manual de los hombres?
Es una experiencia. No es stand-up ni obra. Hablo desde el corazón masculino, que está muy confundido hoy. Muchos confunden masculinidad con machismo, y no es lo mismo. No todos los hombres somos agresivos. Hay hombres muy buenos, hay mujeres malas. El tema siempre es valorar al ser humano, no al género.
¿Cómo se refleja en el show?
No es victimizar al hombre, sino reconocer lo que también aportamos. Hay mujeres diciendo que no necesitan hombres… pero, ¿quién construye, quién va a la guerra? No se trata de competir, sino de entender que nos complementamos. Las mujeres son increíbles, y eso no significa que tengamos que hacer lo mismo. Todos somos distintos, y eso está bien.
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¿Qué opinas de Temach (influencer que habla de relaciones y masculinidad)?
Coincido en algunas cosas, pero no en la forma. Es muy de choque, muy confrontativo. Y eso no ayuda. La gente se vuelve reactiva. Yo creo más en el humor, en el buen modo. Si dices lo mismo sin atacar, puedes generar más conciencia. Yo prefiero el camino de la risa, de conectar, no de imponer.
¿Qué opinas del discurso red pill y el MGTOW (que promueven el rechazo a las mujeres o a las relaciones afectivas)?
Me parecen igual de absurdos que los grupos dond e no se permite la presencia de hombres. Hay oficinas solo de mujeres donde ni siquiera les va tan bien porque no escogen al mejor talento, solo por género. Mi hermana, que es feminista, lo dijo claro: “No voy a odiar a los hombres, hay hombres buenos”.
Meter a todos en el mismo costal no sirve. Yo amo a las mujeres, me parecen seres maravillosos. En mis trabajos siempre he tenido una asistente mujer que sabe de actuación, porque sus ojos me ayudan a ver lo que yo no puedo.
Ellas son más sensitivas, yo más lógico. ¡Qué gran complemento! Estas divisiones son ridículas. Nos necesitamos. Y, entre nos… las mujeres son más inteligentes que los hombres. Yo hago un manual de hombres, y te lo digo: ellas son más.
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¿Cómo ves los papeles en la televisión mexicana?
Sigue habiendo desigualdad. Hay más papeles para hombres, sí, pero cuando le dan uno a una mujer, a veces le ponen una energía masculina que no tiene que ver con su esencia.
No todo personaje fuerte tiene que parecer hombre. No es liberador imitar al macho. Conozco mujeres poderosas y femeninas que no necesitan comportarse como hombres. Una mujer puede ser jefa, líder, chingona… sin perder su feminidad.
¿Y sobre las narcoseries?
Las narcoseries tuvieron su momento. Yo estuve en El Señor de los Cielos y me gustó porque mostraba la realidad. Salía Peña Nieto, Elba Esther, Paco Stanley… era cruda y directa. Pero luego vino la copia: más sexo, más violencia, sin sentido. Perdieron el enfoque. La pregunta no es “¿cuántos disparos meto?”, sino: “¿por qué el narco tiene tanto poder?” Eso se perdió.
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¿Cómo lograr que buenos mensajes lleguen a más personas?
Con educación y oportunidades. En México hay una ignorancia tremenda. Muchos niños no estudian porque no tienen ni qué desayunar. Si un niño no come bien, su rendimiento baja hasta 40%. Hay que darles mejores condiciones de vida: comida, luz, agua. Si no hay educación básica, mucho menos sexual o de otro tipo. El albañil que le grita algo a una mujer tal vez fue abusado, no lo sabes.
No lo justifico, pero hay un contexto. No se trata de machismo, es realidad. Y sí, también hay mujeres que extorsionan o se aprovechan del sistema. Por eso, repito: educación y oportunidades. Ahí está la clave.
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