Primeros minutos del largometraje. Gaby, una mujer que ronda en los 50 años de edad, está en una habitación de hotel y habla fuerte con un interlocutor telefónico.

“¿Eres el comandante o no eres el comandante? ¿O eres el gato del gato? Fíjate bien lo que me estás pidiendo: me estás pidiendo 300 mil pesos como para hablar con el chavo que nada más le limpia la cola al comandante, ¿pues como que no verdad?”, dice.

Ella está fungiendo como mediadora entre autoridades y la familia de un hombre al que detuvieron con cristal, una droga sintética, de lo cual ella sacará una buena tajada.

“¿Qué onda Pepe? (Son) 300 y 50 para mí. Te paso el número de cuenta y lo haces en una hora, aunque yo les dije dos. Ya se arregló, nada más que le depositen y la sueltan”, dice Gaby instantes después, ya en un tono más tranquilo.

La sorpresa es que ella no es policía, ni agente, ni mediadora. Sino una exsicaria del narco, que en ese momento fue contactada por una persona, cuya identidad sólo ella supo, para aliviar la situación.

Sofía Rivera señala complot en su contra en La casa de los famosos
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“Dime tú si vas a respetar la ley: fíjate cómo se dejó gritar un comandante o cómo se dejó mangonear por cuánto. En el momento que aceptaste un pago, ya eres la puta de una”, reflexiona Gaby tras colgar.

La mujer es protagonista del documental "Placeada: historia íntima de una ex-sicaria", que estrena este viernes en la Cineteca Nacional.

Dirige Alejandra Sánchez, quien en su momento cimbró a la sociedad norteña con Bajo Juárez, la ciudad de devorando a sus hijas, donde se ponía nombre a autores de feminicidios y que, años después, desnudaría los abusos de la iglesia en Agnus Dei: cordero de Dios.

Aquí sigue a una mujer que por 20 años estuvo en prisión, después de haber sido acusada de multihomicidios y ahora puede ser vista en cualquier calle mexicana, formada en una tienda o yendo por la leche.

“Llego a ella porque parto de mi interés por entender la violencia en este país. Alguna vez me cité con un catedrático (Jacobo Dayán) que investiga esto y me decía que la muerte en México es un negocio, que cada muerto significa pesos y centavos para un aparato económico y eso a mí me explotaba la cabeza”, recuerda Sánchez.

“Me dijo que cada hora entran 22 armas o sea, 500 armas al día y con esas se cometen el 80% de los crímenes dolosos en este país”, añade.

 Placeada, la vida de una exsicaria
Placeada, la vida de una exsicaria

Con eso en mente, intentó primero obtener testimonios de alguna adolescente, pero pasó el tiempo y una carcelaria le dijo que sabía de una mujer que habían liberado en Chihuahua hacía poco y era exsicaria.

“Cuando conocí a Gaby me dijo que quería saber cómo es que seguía la mujer que puso a Sully Ponce (fiscal de Chihuahua de 1998 a 2004, asesinada el año pasado), como la puso en Bajo Juárez (el documental) y me estremeció un poco, sabe perfectamente quién es quién en la vida política y judicial de México”, narra la realizadora.

El acuerdo inicial fue que ya durante el documental se quitaran nombres, fechas y lugares geográficos, a fin de evitar problemas para todas las partes. Porque los generadores del riesgo ahí siguen.

Para las entrevistas del documental se citaban en restaurantes y hoteles distintos. Gabriela nunca se sentó de espaldas a la puerta y observaba a todo el que se acercaba.

“Cuando la llamada con el comandante se estaba maquillando para la cámara y de pronto recibo la llamada y digo que hay que apagar la cámara, pero ella dijo que no, que no había problema”, narra Sánchez.

Gaby, agrega la realizadora, tiene una familia, tiene un empleo e intenta llevar una vida normal pero no deja de ser requerida para otros trabajos.

“Lo que entendimos rápido es que ella no quiere volver a prisión, ella ahora es una mujer que hace tortillas de harina, que cuida niños, otras cosas, aunque claro, no se puede romper con el pasado, no se puede hacer eso en ningún lado, nadie”, indica.

"Placeada: historia íntima de una ex-sicaria", que llega este viernes a la Cineteca Nacional, es una producción independiente financiada mayoritariamente por la propia realizadora, quien reconoce que le costó trabajo conseguir recursos por el personaje que retrataba. Focine apoyó en la etapa final de posproducción para poder concluir el documental.

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