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La música es un viaje, un trayecto a través de una letra, y un camino marcado por melodías. Así mismo lo es entonces un concierto, concebido con una serie de canciones que hacen transitar, reflexionar y entender distintos temas al espectador. Con suerte algunos shows hacen discernir respecto a ciertas problemáticas.
Algunos conciertos son eufóricos, otros apacibles, hay otros como el de Patti Smith (artista estadounidense icono del movimiento punk en los años 70) que son provocadores. La artista regresa a México, donde se ha presentado ya en recintos como el Palacio de los Deportes, el Teatro Metropolitan, y el Auditorio Nacional.
Ahora, tal vez sabedora de que no hay nada que demostrar, se presenta en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, con una capacidad menor a cualquiera de los otros lugares en los que también ha cautivado a sus leales seguidores mexicanos.
Es viernes por la noche, mil 227 personas, (aforo completo del teatro) optaron por ver a Patti... algunos asistentes ya la han visto antes “La vi en el museo Anahuacalli”, cuenta una asistente a su amiga. Otros la ven por primera vez, pero el viaje comienza igual para todos. Desde que los espectadores toman sus asientos, arrancan los sonidos, aunque la artista aún está tras bambalinas.
Son sonidos de aves, de animales salvajes, de naturaleza, las plantas moviéndose, las hojas rozando entre sí, pasos sobre el césped, todo acompañado de sonidos de instrumentos que marcan una sola nota que se extiende por mucho tiempo. El concierto aún no empieza y el público está en silencio.
Las luces se apagan, pero nadie se inmuta, hasta que por fin después de que la banda experimental Soundwalk Collective ha tomado sus lugares, sale Patti Smith al escenario, los aplausos, los gritos, la emoción es palpable, contagiosa.
El aplauso dura más de 20 segundos y los sonidos de la naturaleza se agudizan en el teatro, crecen hasta invadir todo el foro, de la alfombra hasta el techo, y del muro izquierdo al derecho, el público pide silencio “¡Sssssh!”.
Patti Smith, poemas y reflexión
Patti recita durante 8 minutos, intensa agresiva, acompañada de los instrumentos; tambores, piano, viola. Suenan lentos, delicados, pero por momentos incómodos. Tras de la artista, una pantalla proyecta imágenes desdibujadas, borrosas.
Son imágenes recopiladas por el músico francés Stephan Crasneanscki (líder de Soundwalk Collective) de sus viajes por distintas partes del mundo. Patti creó poemas para acompañar esas imágenes y conformar una exposición sensorial. Los pasajes incluyen reflexiones espirituales, de la naturaleza, de la guerra y de la indiferencia humana ante distintos panoramas sociales.
En uno de esos poemas reflexiona sobre el papel del ser humano en el calentamiento global. Esto mientras los músicos hacen sonidos con un cubo de hielo, golpeándolo.
Después habla sobre la destrucción del ser humano a la naturaleza y sobre cómo esta no puede defenderse conscientemente “Déjame ser, déjame ver su pura mirada” recita en un pasaje.
Luego de poco más de una hora frente al micrófono, Patti agotó las páginas de poesía que traía con ella, todas terminaron en el suelo, a donde las dejaba caer cuando terminaba de darles lectura.
Y ahora sí, deleitó a su público con un muy breve repertorio de sus canciones, acompañada solo por un guitarrista acústico.
“Hola a todos gracias por acompañarnos hoy, estoy emocionada por ser parte de este colectivo y compartirlo con ustedes hoy”, se dirigió Patti al público, “Un día como hoy me casé con Frederick (Fred “Sonyc” Smith guitarrista), lo perdí, pero siempre que tengo la oportunidad lo recuerdo, y más hoy en una noche especial con ustedes”, confesó.
Ante eso el público se volcó cantando las únicas dos canciones de la noche, que fueron suficientes para salir contentos del recinto. El público se retiró con una sonrisa, alegre, después de acompañar a Patti, que a sus 77 años, todavía bailó, cantó, y llenó de energía a más de mil personas.
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