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En 1975, la imagen de una mujer joven con una camiseta ceñida y un mensaje provocador causó revuelo en una sociedad que empezaba a leer el cuerpo femenino como territorio de disputa.
Formaba parte de una rebelión global que, desde el cine, la música y la calle cuestionaba el orden moral.
Era la época de la segunda ola feminista, de Kate Millett y Germaine Greer, y de un cine mundial que empezaba a empoderar el cuerpo femenino, con figuras como Jane Fonda al centro de esa transformación.

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En ese contexto, la imagen de Leticia Perdigón se rebelaba contra el status quo, aunque ella misma reconoce que, a sus poco más de 20 años, no tenía una intención ideológica tan clara.
“Mojé la camiseta para que se me pegara, pero no con la idea de provocar un escándalo, sino para promover la película”, confiesa la actriz.
Hoy, su carrera, que ha atravesado cine de autor, cine comercial, telenovelas y teatro, da cuenta de algo más que una imagen. Pero no son pocos quienes, sin importar la generación, siguen sorprendidos por la fuerza de esa proyección.

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En plena era de las redes sociales, muchos de sus personajes siguen circulando, comentándose y resignificándose.
“No he sido un algodoncito de azúcar”, dice Perdigón, al definir el carácter con el que ha atravesado una industria que convirtió su presencia escénica en una forma de expresión.
Ha interpretado personajes de todo tipo, desde la dama joven hasta la mamá de los protagonistas...
Hago muchos papeles que la gente no quiere hacer y, afortunadamente, llegan a mí, y los hago con mucho gusto, ya sea sin maquillaje o desnudos; y no critico a nadie, porque creo que cada quien tiene lo suyo y cada quien hace lo que quiere. Yo llevo una carrera de muchos años y ha sido gracias a la constancia; también es cierto que no todo lo que me han ofrecido lo he aceptado, y hablo más allá de los desnudos, porque los que yo hice fueron justificados.

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Transitó por varias etapas del cine nacional, ¿qué pensaba de los personajes atrevidos que le exigieran mostrar su cuerpo?
Siempre me dieron la oportunidad; me vieron la disciplina, la puntualidad, que son herencia de mi madre. Hice ese cine que tocaba el tema de la liberación de las mujeres; y no sólo yo: Alma Muriel, Ana Martin son actrices de las que yo aprendí. También he luchado por papeles; por ejemplo, en Anoche soñé contigo, de Marisa Sistach, yo iba para otro papel y cuando me vio (la directora) me dio el de la chava joven (ríe); yo iba para la mamá del protagonista”.
¿Quién la guío?
Mi hermano José Luis estaba siempre conmigo, guiándome para elegir mis personajes. Varias veces tuvimos que devolver adelantos porque la película nomás no era posible hacerla; él siempre me cuidó, tanto que me decía que yo me dedicara a ser buena actriz... pero que no cantara. (risas)
¿Qué películas recuerda con más cariño?
Tuve la suerte de trabajar con muy buenos directores, como Raúl Araiza, Gonzalo Martínez, Sergio Olhovich, Juan Manuel Torres, José “El perro” Estrada y Rafael Villaseñor. De películas recuerdo Longitud de guerra (1975), Presagio (1975), con David Reynoso y Lola Beltrán; Coronación (1976); Lagunilla mi barrio (1981), con Héctor Suárez, que fue un compañero entrañable. Hicimos muy buena mancuerna desde antes, en México, México ra-ra-ra (1976); siempre nos respetamos.

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¿Cómo se dio cuenta de que también quería estar en los estudios, pero frente a las cámaras?
Empecé a los 14 años, pero antes ya imitaba a Rocío Dúrcal y Angélica María. Yo creo que eso se despertó en mí porque mi abuela y mi mamá trabajaban en el cine. Cantaba las canciones de Lucha Villa, de “La Tigresa” (Irma Serrano), esa de La Martina; habré tenido unos nueve años y llamaba a las niñas de mi cuadra y les cobraba para que me vieran.
¿Y su adolescencia cómo fue?
¡Muy vigilada! Yo no andaba en la calle de noche ni en casa de amigas; a mi casa no entraba todo el mundo. Era amiguera en Tlatelolco; viví en el edificio de Hidalgo. Ahí andaba yo con Consuelo Duval, Demián Bichir, (José Ángel Espinoza) “Ferrusquilla”, Plácido Domingo. Estudiaba, pero tuve que dejar la escuela; desde chica ya andaba en las fotonovelas, en teatro, en radionovelas”.
¿Tuvo muchos pretendientes?
No muchos, realmente, porque no les daba mucha entrada; me tenían miedo porque, pues, he tenido mi carácter. No he sido un algodoncito de azúcar; crecí entre cuatro hombres y me aprendí a defender, de ellos y de la vida, y mi universidad fue la calle, eso no les gustaba a los hombres”.
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