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"Western stars"
, el esperado primer disco de estudio de Bruce Springsteen en cinco años, pone muchas millas de tierra de por medio tanto con el activista comprometido, como con el músico de dinámicas grandilocuentes, en pos de un ejercicio de estilo más pequeño, bonito, casi una postal desde el lejano oeste.
Sin la E-Street Band como compañeros de viaje, será el 14 de junio cuando el "Boss" publique la continuación de "High hopes" (2014), un álbum este de arreglos orquestales calculados, en el que los violines acompañan casi todo el periplo y roban protagonismo a las emblemáticas guitarras del de New Jersey.
Tras los continuos retrasos en su publicación, era uno de los lanzamientos discográficos más esperados de los últimos años y viene a coronar una carrera de más de cuatro décadas que arrancó con "Greetings from Asbury Park" (1973) y que ha hecho merecedor a Springsteen de 20 Grammys, un Oscar y un Premio Tony, entre otros muchos reconocimientos.
Inspirado "en los discos pop del sur de California de finales de los 60 y principios de los 70", según él mismo comentó, su último trabajo constituye no tanto un punto y aparte en su trayectoria como un punto de fuga incidental a paisajes y ambientes de esa América ajena al paso del tiempo y, probablemente también, a los vaivenes de la política, Donald Trump mediante.
"Luchamos por nada, luchamos hasta que no quedó nada, he tirado de esa nada mucho tiempo, ahora tiro de mi carné de conducir y paso los días manejando esta grúa", parece excusarse en uno de los cortes, "Tucson train", ante el fuerte componente evasivo del álbum.
Porque "Western stars" (Sony Music) rezuma carretera y se nutre de los motivos poéticos habituales en los discos de viaje: amaneceres, atardeceres, kilómetros y noches en soledad, alcohol, nostalgia, expiación incluso y también huida.
Superados los pasajes más taciturnos, en los que Springsteen se cuelga la guitarra y agrava la voz con poso "country", el tono general es, sin embargo, optimista desde la inicial "Hitch hiking", en la que ya aparecen violines y campanillas que llenan de oxígeno un tema que crece desde la sencillez, mientras él canta: "Soy un canto rodado que simplemente rueda".
Ese tipo de melodías luminosas y desenfadadas predominan especialmente en el primer tramo, con cortes joviales incluso como "Sleepy Joe's Cafe", en el que se sumerge en noches etílicas en las que no existe la mañana del lunes, en busca de una confianza íntima y también colectiva que en algún momento parecían perdidas.
"Ya sabes cómo me han gustado siempre esas ciudades solitarias donde no hay nadie", llega a cantar con retintín en "Hello sunshine", uno de los dos anticipos conocidos del disco junto a "There goes my miracle", en el que deja volar su voz a registros más altos.
Se trata de "canciones basadas en personajes", dijo el Boss, que en general se muestra ligero en las letras, replicando también en este sentido la poética de la carretera, con clichés como la del llanero perdido a miles de kilómetros que ansía el reencuentro con la persona amada.
En muchos casos, sin embargo, cuesta desligar lo que dice de un contexto social o incluso personal, como cuando habla de la pérdida de la juventud e invita insistentemente a vivir la vida intensamente entre ginebra, estrellas y ¿viagra? ("That little blue pill", dice).
Trece canciones en total componen esta rareza de su discografía producida por él mismo junto a Ron Aniello y en la que figuran más de 20 músicos para enriquecer unos arreglos que nunca resultan excesivos y que, además de los habituales instrumentos de cuerda, vientos y pedal steel, incluyen los colores de la celesta, el Moog y el órgano farfisa.
En el lado menos positivo del balance final, más allá de que no será este el disco que colme las expectativas de los seguidores del Springsteen de la E-Street Band, pesa sobre todo la reiteración de motivos poéticos y estructuras hasta el postrero "Moonlight motel", casi un susurro.
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