En agosto de 2010, más de 70 migrantes fueron asesinados en una finca de San Fernando, Tamaulipas, dejando los cuerpos a la intemperie para que las autoridades los encontraran luego de que un presunto sobreviviente, con un balazo en la boca, les informó dónde había pasado las últimas horas.
La noticia se quedó en la mente del realizador José Luis Solís Olivares, quien comenzó a seguir el caso intrigado por la verdad oficial. Las autoridades señalaron que Los Zetas habían sido los victimarios.
“Lo que se dijo es que el sobreviviente se había dado por muerto, algo increíble porque disparaban a quemarropa; que luego había caminado más de 10 kilómetros en medio de la noche y llegado a un destacamento militar, donde les dijo lo que había pasado, algo completamente ridículo, pero eso me acercó más a la historia”, dice.
Inspirado en los hechos, Solís comenzó a escribir un guion y a filmar la película que actualmente se exhibe en cines bajo el título de La alberca de los nadies.
El largometraje es una ficción protagonizada por la guatemalteca María Mercedes Coroy (La llorona) y Danny Bautista (Los Ángeles), como parte del grupo de migrantes capturados por el grupo mafioso y que intentan escapar de ellos.
“Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó, sólo quienes ahí estuvieron. Leí el artículo de un periodista americano que esbozaba una teoría de que lo ocurrido fue el primer anuncio de narco terror.
“Ya cuando comencé a escribir me di cuenta de que era una película sobre sobrevivencia, se alejaba de la delincuencia organizada y se acercaba más al tema de la migración”, subraya.
Un casco de hacienda en Nuevo León sirvió de base para él y Alejandro Cantú, director de fotografía para dar el look visual.
Decidieron que para La alberca de los nadies nunca se mostraría gráficamente hechos violentos, sino que todo lo dejarían en sonidos y el rostro de los personajes.
“Estamos constantemente con tanta violencia que no queríamos nada de eso. A los actores se les dijo que estarían fuera de foco y del casco lo que yo pedía era que no estuviera abandonada, sino en desuso, que es distinto. Cuando se desata el terror del 2010, la gente comenzó a dejar esos lugares porque era una forma de o autoexponerse, eso tenía que sentirse”, explica.