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El 2 de octubre de 1968, Luisa Huertas y su mamá se “salvaron” de ser víctimas en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, a manos de militares, porque unos extraños de cabello corto y trajeados no las dejaron cerrar la cafetería que tenían.
Combatiente, Luisa estaba a favor del movimiento estudiantil e incluso había soportado semanas antes, junto con sus compañeros, la mayoría detenidos, la irrupción de soldados en la Sala Xavier Villaurrutia, cuando como parte de la mesa directiva de la escuela del INBA, votarían para sumarse a la huelga.
“Mi mamá tenía una cafetería que estaba en la escuela de la danza y desde antes de nuestra asamblea unos monos muy trajeaditos, muy civiles, pero que obviamente eran orejas, comenzaron a ir todos los días y se quedaban ahí unas cinco, seis horas y mi mamá les servía todo lo que pedían”, recuerda la actriz de El crimen del padre Amaro.
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“Ese 2 octubre tuve trabajo en la mañana, y por la tarde le dije a mi mamá, simpatizante del movimiento, que nos fuéramos ya al mitin. Entonces comenzó a decir que cerraría temprano porque habría inventario, pero estos monos no se movieron y pidieron un café o lo que hubiera y así se fue prolongando el tiempo”.
Cuando por fin salieron y llegaron a la avenida Reforma, frente al Auditorio Nacional, encontraron a varios jóvenes asustados, que venían desde la Plaza.
“Eran las ocho más o menos y venían aterrados. Esa noche fue horrible porque nos fuimos a los hospitales a buscar compañeros, fue encontrar muchos cuerpos tirados y no sabías quién estaba vivo y quién muerto, y había un olor a sangre que nunca lo olvidaré”, cuenta Luisa.
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“Creo que los que no nos dejaron cerrar lo hicieron a propósito, porque ya sabían lo que iba a pasar y, además, se habían llevado bien con mi mamá”, comenta.
Cincuenta y siete años después, la actriz acude a la plaza sobre la cual quedaron, según cifras oficiales de 1968, más de 20 muertos y 100 heridos, cosa que ella no cree.
“Fue la trampa perfecta”, reflexiona mientras observa desde el tercer piso del edificio Chihuahua, donde los líderes del Consejo Nacional de Huelga fueron aprehendidos, mientras abajo los militares cerraban la pinza disparando a estudiantes y civiles, al tiempo de ubicar a supuestos francotiradores.

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Su primer protagónico en cine
Luisa será parte de No nos moverán, de Pierre Saint Martin, cinta que se estrena este jueves; interpreta a una mujer que, en la actualidad, descubre al militar asesino de su hermano en Tlatelolco y busca venganza.
“Cuando uno cuenta de qué trata, puede sonar horrible, pero tiene otro tono. Es interesante que sonríe y que es para encontrar la paz”, comenta Luisa, que por este trabajo peleará por el Ariel a Mejor actriz.
Es su primer protagónico en cine tras cinco décadas de carrera, pero no es algo que le importe. “No los he hecho, pero los personajes que he hecho, son emblemáticos”.
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Y tiene razón esta artista de 74 años de edad, quien desde que cumplió 18 dejó de lado los oropeles de la fama y decidió enfocarse en cosas que la llenaran. En aquella ocasión fue llamada por el experimentado director teatral José Solé para la obra Lisístrata, pero la emoción se acabó apenas le dijeron que las chicas saldrían en bikini.
“Lo rechacé, dije: esto no es para mí. A lo mejor fui muy sangrona, pero yo venía de hacer Shakespeare y yo aspiraba a otras cosas que por fortuna he tenido”, comenta.
Así, ha sido la recalcitrante religiosa en El crimen del padre Amaro, una mujer que envenena a sus hijos en Capadocia, una anciana fantasmagórica en Kilómetro 31 o una sexoservidora en Sin remitente.

“Un día en una alfombra roja de Los Ángeles iba llegando y empecé a oír por altavoz un ‘Padre nuestro que estás en los cielos…’ y dije, ay ese don Alfredo (Ripstein, productor de El crimen…) qué buena onda que ambientó todo. Pero era un grupo de católicos que estaban protestando por la película y le dije a quien me acompañaba que me cubriera para que no me reconocieran, lo bueno que iba maquillada, peinada y bañada”, narra divertida.
Autollamada “hija del 68”, Luisa está feliz con lo logrado en su carrera, aunque haya habido bajones.
“Sí pasas por momentos de carencia económica fuerte, pero la orfandad —su padre murió siendo pequeña— y ver a mi madre trabajando por tres hijos dio el ejemplo de lo que se puede hacer”, recalca.
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