Lilia Prado es recordada como una mujer guapa, sensual y talentosa que lució con gracia sus curvas al ritmo de mambo junto a “Resortes” , en la pantalla grande recibió serenata de Pedro Infante y llenó de erotismo tres películas de Luis Buñuel.
En el Panteón Jardín reposan los restos de la actriz que era llamada por algunos la "Monroe mexicana”. La sombra de los árboles y la tranquilidad resguardan su última morada que comparte con su madre María Luisa.
Su tumba se conserva en buen estado, sin embargo, los alrededores lucen descuidados, se respira un aire de abandono que provoca nostalgia. El 22 de mayo de 2006, Lilia Prado falleció a los 77 años debido a una enfermedad renal que se complicó con una falla pulmonar y que devino en un infarto.
Lilia Prado era telefonista cuando en 1948 un periodista llamado Javier Campos Ponce la conoció y quedó sorprendido con la belleza de su rostro y la sensualidad de su figura, así que la preparó para introducirla en el ambiente artístico.
Su destreza para bailar música tropical la colocó como una de las mejores rumberas de la época, prueba de su talento se puede apreciar en cintas como “Rumba caliente” (1952) a lado de Adalberto Martínez “Resortes”.
Trabajó con Pedro Armendáriz, con quien filmó “Ando volando bajo” y con Pedro Infante en cuatro películas: “El gavilán pollero”, “Los Gavilanes”, “La vida no vale nada” y “Las mujeres de mi general”. También trabajó con Jorge Negrete en “Una gallega en México” y con Arturo de Cordova en “A media luz los tres”.
Sus inolvidables piernas
En los carteles de la época que anunciaban las películas en las que participaba Lilia Prado, no podía faltar su torneada figura y sus inigualables piernas que dejaron fascinados a los franceses cuando la actriz visitó Cannes.
Trabajó con Luis Buñuel en tres cintas: “Subida al cielo”, “Abismos de pasión” y “La ilusión viaja en tranvía”, esto le permitió ser conocida fuera de México, precisamente su participación en “Subida al cielo”, ganadora en 1952 del Premio de la crítica a la mejor película de vanguardia en el festival de cine de Cannes, la posicionó como un “símbolo sexual”.
Ese año, la prensa internacional del Festival la declaró “la mujer más sensual del cine latinoamericano”. En la cinta encarnó a Raquel, una provocativa mujer que se convierte en una tentación para el recién casado Oliverio, protagonizado por Esteban Márquez.
Sobre Luis Buñuel, Prado reconoció que en su momento no dimensionó la importancia del director de cine español, pero que después comprendió lo trascendente que significó en su carrera: “Fue un cine muy adelantado a la época”.
Los medios de la década de los 50 hablaban de ella como la actriz que encantaba por “su espléndida anatomía y sus muy peligrosas curvas”; aunque varias veces le propusieron posar desnuda, nunca aceptó, prefirió “dejar algo a la imaginación”.
EL UNIVERSAL la entrevistó en repetidas ocasiones, las minifaldas con las que posaba resaltaban sus extremidades que se conjugaban con las curvas de su cuerpo y con su encantadora sonrisa.
La actriz nacida en Sahuayo, Michoacán sabía del poder que causaban sus encantos, pero siempre se preocupó más por ser valorada como actriz.
“Los hombres me aman, creen que soy mujer perfecta”, confesó en una conversación con este diario en 1972.
“Hay mujeres lo suficientemente inteligentes para entender cuál es la realidad y cuál es la leyenda y una diabólica astucia les permite vivir glorificadas por el mito”, reflexionó en aquella ocasión.
El precio de sus encantos
En 1957, EL UNIVERSAL informó que la guapísima Lilia Prado había asegurado sus piernas en 100 mil pesos. En la columna “Rodando”...Rodando de ese 11 de febrero de aquél año, así se daba a conocer la noticia:
“Lilia Prado acaba de asegurar sus cortitas pero gorditas pantorrillas en la bonita suma de cien mil pesos y por principio de cuentas pagó la bonita suma de cuatro mil del águila y “de ahí pal rial” pagará pólizas por espacio de veinte años. La chica es optimista, ni que fueran las piernas de la Mistinguett para que duraran tanto tiempo en perfecto estado”.
Su belleza siempre estuvo acompañada de talento
En el ocaso de su carrera Lilia Prado aceptó interpretar un personaje que muchas actrices rechazaron, se trató de una mujer cacariza en la película “La India” (1976), donde tuvo que aparecer con la piel picada de viruela y un ojo empequeñecido.
Lilia Prado aceptó transformar su bello rostro en uno horroroso, para ello se necesitaban tres horas de caracterización, el encargado fue el maquillista de Hollywood Eugene Ley.
“Durante todo el día tengo que soportar el malestar y los dolores que representa el maquillaje, pero no me quejo, estoy muy contenta con este papel porque representa una buena prueba a mi capacidad artística”, declaró convencida.
En los últimos años de su vida Lilia Prado vivió retirada de los escenarios, en unas de sus pláticas públicas habló sobre su andar en el medio artístico mexicano, confesó que amaba actuar y que se sentía una mujer afortunada.
“He sido una mujer afortunada en el medio. Uno de los momentos más gratos en mi vida fue cuando Ismael Rodríguez tuvo confianza y fe en mí y me dio la oportunidad de trabajar en ‘Las mujeres de mi general’ , al lado de Pedro Infante. Esto representó una oportunidad que me abrió casi de inmediato la oportunidad de participar en ‘Subida al cielo’, las demás películas vinieron como consecuencia”, comentó.
Lilia Prado encontró en México el éxito que la dejó satisfecha y que fue suficiente para no abandonar el país, por la flojera de aprender inglés se dio el lujo de rechazar propuestas en Europa y Estados Unidos para trabajar en cine, según lo platicó a EL UNIVERSAL en una entrevista del año 2000.
“No me arrepiento, pero la verdad me daba mucha flojera estudiar inglés para irme a trabajar. En Estados Unidos la MGM me ofreció un buen trabajo pero tenía que saber inglés y dije no, igual en Europa, ahí sí los dejé plantados en el aeropuerto porque nunca llegué”.
“Pero no puedo quejarme me fue muy bien en mi país y logré cosas materiales y espirituales muy gratificantes con mi carrera”, confesó.
Hasta el final, Lilia Prado fue un referente mexicano de belleza y sensualidad, una mujer discreta en su vida personal que se entregó por completo a los escenarios y al aplauso del público.
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