Daniel Giménez Cacho
estaba en pleno escenario de la obra "El cántaro roto", observando al experimentado Sergio Bustamante conquistar al público, cuando un par de preguntas surgidas de su propia mente lo atacaron como hierro caliente: "¿qué hago aquí?, ¿quién diablos me dijo que esto quería hacer en la vida?"
Era finales de los 90 y él tenía 37 años. Su personaje era alguien que observaba mucho en escena, sin diálogos, así que mucho de ese tiempo lo utilizaba para pensar en otras cosas. Pero esa noche, la cavilación lo puso contra las cuerdas.
En su filmografía ya figuraba "Solo con tu pareja," película que abordaba el tema del SIDA en tono de comedia; "El callejón de los milagros", que le había dado nominación al Ariel y una participación en "Cronos", de Guillermo del Toro, que le dio el galardón a Mejor actor de cuadro por parte de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. Pero algo no estaba bien con él.
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"Tuve una crisis fuerte, me dio ahí en plena escena, de pronto proyectos que quería hacer se habían caído y entonces ahí decidí irme a España, fue una huida, una crisis digamos de la media edad que me duró unos dos o tres años", cuenta en entrevista con EL UNIVERSAL.
"Me decía: ‘¿en qué momento me compré este boleto, estos sueños de querer algo? En mi casa estaba la complejidad de haber sido educado de que los sueños eran vanidad, sólo eso", comenta.
En España filmó "Celos", película que pasó sin pena ni gloria y ahí fue donde, necesitando trabajo, se atrevió a pedirle a Guillermo del Toro, que preparaba "El espinazo del diablo", el papel que tenía Eduardo Noriega, un hombre capaz de mantener un amorío con una mujer mayor que él y asesinar niños sin problema.
"Dame ese papel", le dijo, "tú no necesitas un guapo, necesitas un buen actor". "No", respondió el cineasta tapatío. "Es que le voy a quitar el ojo, lo voy a hacer feo".
Nunca más, desde entonces, ha pedido un personaje porque eso no funciona. Pero seguía tratando de encontrarse a sí mismo.
Y entonces entendió, primero, que debía reconocerse que había mentido.
"Fue decir: ‘no te hagas, siempre te has hecho el humilde, pero en el fondo si quieres ser reconocido’", cuenta.
Y así comenzó su consolidación en las últimas dos décadas. Porque ahí hizo caso a su exprofesor Juan José Gurrola que un día le había dicho que los actores debían ser creadores y no esperar sentados frente al teléfono. Y con el proyecto teatral "El milagro", comenzó a producir, a ver historias para impulsarlas.
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Foto: EFE
"La crisis se fue", dice, para luego enfrentarse a otro monstruo, que era el ego.
"Me preocupaba empezar a construir este personaje de Daniel Giménez Cacho y volverme su secretario, construir a alguien que se vuelve tu cárcel. Hay que trabajar para controlarlo, para que no sea él quien te diga con quien ir, cómo verse, qué hacer, hay que mantener todo eso a raya y una vez que se logra, estar agradecido con él.
"El ego es como un monstruito que si le das de comer demasiado, crece, entonces hay que tenerlo a dieta", indica.
Su propia mujer lo ha bajado de las nubes. Cuando hizo "Arráncame la vida", adaptación de la novela homónima de Ángeles Mastretta, donde interpretó a un militar soberbio, machista y que todo podía, como comprar la Casa de los Azulejos para conquistar a su amada Catalina, puede decirse que perdía piso, enfrascado en las delicias del poder.
"Te vas al súper y me lavas estos platos porque tu película ya se acabó", contó en el libro "Les juro que no soy así", editado por el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG).
En la Perla Tapatía recibió un homenaje a su trayectoria. Llegó una noche y se fue casi al día siguiente para seguir en la obra "NETWORK" e intentar conseguir recursos para su ópera prima como cineasta, sobre una periodista.
"Ha costado mucho conseguir recursos, no ha sido fácil, a ver si por fin este año", comenta.
A diferencia de esa noche teatral, de hace 25 años, ahora Daniel sabe que estaba en el lugar correcto.
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